viernes, 6 de septiembre de 2019

EL VIAJE DE KHADIJA

A mis hermanas

Manifestación de mujeres rifeñas en Alhucemas el día 8 de marzo de 2016 en el contexto de las protestas sociales actuales en la región del Rif / Karim B.
Imaginad a una mujer que ha pasado más de 20 años fuera de su tierra (Nador, al nordeste de Marruecos) y que organiza un viaje para reencontrarse consigo misma en una búsqueda de la historia de su abuela: (una feminista) que “se enfrentaba a cuatro hombres y les rompía los dientes”. Entonces, llega de Europa para recuperar su identidad, su historia, una historia que paradójicamente Europa le ha robado. En ese viaje de regreso no viene sola, trae consigo las herramientas para transformar a una sociedad muy machista.
Con esa mochila feminista eurocéntrica llega y lo primero que hace es preguntar dónde están las mujeres, por qué no hay mujeres políticas, por qué no hay mujeres taxistas… las mujeres que entran en escena son aquellas que refuerzan un mensaje unívoco: aquí son muy machistas. Los hombres que vemos creen que las mujeres deben estar en casa y que no deben conducir taxis, que no deben saludar a hombres.
Pero no importa, porque ahí llegan vientos del norte, aparece Khadija, y trae las claves para civilizar al salvaje. Para ello, no duda en plantear cuestiones que permitan evidenciar su machismo, obtiene las respuestas de hombres que se sienten importantes al ser preguntados frente a una cámara. Va a algo muy específico, a decirles alto y claro: “machistas”, y por eso, en los zocos, calles y espacios en los que acude solo tiene una pregunta: “¿y las mujeres qué?”.
Y hay lágrimas, emociones, reencuentros familiares, “sorpresas”, y un público que lo está viendo todo, espectadores que se emocionan y que no salen de su asombro, “¿pero qué ha dicho ese? ¡Qué barbaridad!”, incluso los hombres blancos aplauden, a sus ojos son poco machistas comparados con esos Otros. No extraña que cuando se inicia la ronda de preguntas una vez conocemos toda la historia, un par de ellos tienen cuestiones sobre la elaboración del documental y las dificultades que supone grabarlo en un país tan “atrasado” en materia de derechos como es Marruecos (al que no dudamos en pagar para que impida el paso de la población migrante a Europa). Pero ese no es el tema, la cuestión es que es importante conocer las dificultades técnicas, quienes hemos pasado esas dificultades sabemos que cuando la cadena pública marroquí 2M aparece como colaboradora del film poca dificultad puede haber. Sin embargo, estos hombres (del público) están interesados en acompañar estas preguntas con elogios a este trabajo. No da tiempo a muchas preguntas sino todos se desharían en elogios, e incluso lo harían en manada.
“Estos relatos sesgados contribuyen a reforzar el estereotipo del moro machista y la mora sumisa”.
No niego el machismo que se da en el Rif, en Marruecos, en África, en España, en Occidente, donde además la violencia machista viene agravada por el racismo, pero estos relatos sesgados contribuyen a reforzar el estereotipo del moro machista y la mora sumisa que no se levanta para luchar contra el patriarcado salvaje y se limita a ser pasiva ante un cambio con el que apenas sueña porque ha normalizado su situación. Pobrecita ella, habrá que salvarla. Lastima que se les olvide hablar de la mujer rifeña que lleva más de un año manifestándose en las calles exigiendo cambios, pero eso no interesa, interesó en su momento, lo vimos cuando en masa los medios se lanzaban a entrevistar de Sylia y Nawal, “una cantante y la otra ama de casa con cuatro hijos que lideran las protestas del Rif”. Interesa mucho más cuando se va a enseñarles.
Hiere caer en las trampas del feminismo que dice, avanzaréis cuando sigáis los parámetros y las luchas de un Feminismo que se pensó para mujeres blancas de una determinada posición y clase en contra de vuestra comunidad. Hieren las risas, los asombros y los suspiros de rabia de un publico mayoritariamente blanco (más de 230 personas) que ve la paja en el ojo ajeno. Huele a autocomplacencia. En la pantalla vemos al salvaje en el espejo del que nos avisan pensadoras como Sirin Adlbi Sibai, quien citando a Mohanty nos explica la construcción del “efecto boomerang” que nos devuelve la imagen de una mujer blanca libre, liberal y liberadora que resolverá los problemas que quedan en otros sitios. Tranquilas mujeres del mundo en “morolandia” están peor.
“La única forma es situarse fuera, ver y señalar esta cárcel que me obliga a preguntarme, dónde queda la mujer rifeña”.
En la obra de Sirin (La Cárcel del Feminismo, hacia un pensamiento islámico decolonial Akal), la autora señala cómo esa cárcel nos obliga a hablar de género e islam, señala que no controlamos cómo y para qué hablamos, y que cuando sentimos la necesidad de explicar que nosotros no somos así, que nuestras mujeres luchan, seguimos hablando bajo las lógicas de un determinado feminismo. Lógicas que no hacen más que reforzar esa prisión. La única forma es situarse fuera, ver y señalar esta cárcel que me obliga a preguntarme, dónde queda la mujer rifeña que combatió el colonialismo español y francés. Esa colonialidad que hoy nos sigue construyendo. No en vano Khadija, al final del documental, acaba conduciendo el mismo taxi en el que llegó, con buena intención. Esta vez ella lleva a los pasajeros, todos hombres, y todos sorprendidos de ver a una mujer tomar las riendas. Tranquilas hermanas ya os han trazado el camino que no conseguían ver por vosotras solas. El público se deshace en aplausos.
Sorprende que al final del documental una de las preguntas que se plantean sea si se ha tenido en cuenta la mirada eurocéntrica y la respuesta sea: “si, pero lo concerniente al país marroquí le hemos consultado a él (al director) que sabe más del tema”, que luego digan que no somos feministas. Duele que ante el cuestionamiento de si se es consciente de cómo contribuye a reformar el imaginario que tan cautelosamente han construido la Academia y la industria mediática del moro machista y la mora sumisa la respuesta sea: “cuando se piensa en estos trabajos uno no se plantea lo que puedan pensar quienes lo ven”.
No, no es fragilidad masculina lo que me lleva a escribir esto, soy un hombre cis en un sistema estructuralmente patriarcal. Es evidente que como tal tengo una posición de privilegio que no cambia porque me de cuenta y me declare aliado. Pero como vienen advirtiéndonos nuestras compañeras, este sistema también es racista y colonial. Un sistema que nos enseña a conservar ese privilegio, a creernos con derecho de golpearlas, matarlas, cuestionar las denuncias de acoso sexual, justificar a la Manada que viola en grupo a una joven, a que juezas pregunten a víctimas de violaciones sexuales si cerraron bien las piernas, a acceder a puesto de trabajo mejor pagados, a cuestionar cada prenda de su vestir… el que diga que no es machista es porque miente y si cree que no miente, es porque ha visto un documental que le dice que los hay aún más machistas, luego no es para tanto.
“Las hermanas son capaces de abordar la lucha por la emancipación sin necesidad de tutela, de miradas verticales y de condescendencia”.
Las hermanas (lo dicen ellas) son capaces de abordar la lucha por la emancipación sin necesidad de tutela, de miradas verticales y de condescendencia, suficiente con que respetéis sus luchas y que cuando nuevamente la crítica se postule en un espacio blanco no se le reste importancia, no se hagan aspavientos o se generen cuchicheos en una especie de colonialidad de la atmósfera. Que al terminar el documental la mujer que está sentada en frente no vuelva a decir: “entonces Khadija se fue de casa porque su padre la maltrataba, eso del machismo allí es genérico”.
¿Por qué deberíamos nosotras adoptar las prioridades y jerarquías de Occidente? se pregunta Houria Bouteldja en Los blancos, los judíos y nosotros, hacia la política de un amor revolucionario (Akal, 2017), no sin antes cuestionarse ¿Cuál es nuestro rango de acción entre el patriarcado blanco y dominante y el “nuestro”, indígena y dominado?, la portavoz del Partido de los Indígenas de la República (PIR) conocedora de las trampas del dominante apuesta por una “alianza comunitaria, al menos mientras exista el racismo”. Porque el sexismo de los hombres es una barbaridad sin causa ni origen, continúa, pero “la liberación no será posible sin la de nuestros hermanos” y citando a Assata Shakur sentencia: “no podemos ser libres mientras nuestros hermanos estén oprimidos”.
“Acaso no fue la expansión capitalista y colonial la que mejoró enormemente la condición de mujeres y hombres blancos en detrimento de los pueblos colonizados”, recuerda la militante decolonial. En Marruecos lo sabemos, Europa nos lo enseñó. Hoy también exportan sus formas de lucha sin deshacerse de su colonialidad y caemos en esa trampa porque las “máscaras blancas” abundan y el “complejo de colonizado” (frase de un hermano rifeño) es difícil de combatir.
Esa colonización de los espacios y formas de lucha que se basan en el divide y vencerás, se da también en lo que se ha venido conociendo comúnmente como “islamofobia de género”, ya que no se habla de islamofobia como una forma de racismo que afecta a toda la comunidad sino que se adquieren discursos de la salvación hacia ellas (ahora sumisas) y criminalización hacia ellos (ahora violentos y machistas). Colocando el género como principio organizador de todas las opresiones, relegando la raza. Explica Natali Jesús “la idea de raza se instaura como patrón de poder y principio organizador que estructurará todas las demás jerarquías del sistema global actual”. Por lo tanto la mirada de Khadija no marca un camino, sino un argumento perpetuador del racismo en contra de toda la comunidad, ellos y ellas, como explica la investigadora Salma Amzian autora de Es mora pero es moderna (Pensaré Cartoneras, 2017), hablar desde la centralidad del género invisibiliza el patrón de poder colonial que es la raza.
No es la primera vez que se etiqueta de “machirulo” al moro que critica esta forma en la que se nos presenta ya sea en las producciones culturales, en congresos o seminarios sobre la citada “islamofobia de género”. Por qué no se puede hablar del moro o como moro sobre el racismo que sufre en un espacios donde sí se da lugar a voces de hombres blancos académicos no musulmanes, por ejemplo. Esto permite criticar la utilización que se le da a la “islamofobia” cuando solo se entiende como un conjunto de prejuicios y estereotipos, centrando fuerzas y recursos ingentes en encontrar esas agresiones superficiales en las que se manifiesta esta violencia y no se aborda como una de las posibles manifestaciones del racismo antimoro o antimagrebí, tal y como expone Salma Amzian, un racismo que hunde sus raíces en la historia colonial e imperial del Estado español, que construye al moro/musulmán como otredad, enemigo violento, machista, terrorista y por lo tanto, exterminable, justificando toda forma violencia sobre él.
Porque no ir a la raíz es no hablar del racismo estructural que invisibiliza y normaliza la existencia de programas como el Protocolo de prevención, detección e intervención de procesos de radicalización islamista (Proderai), una medida impulsada por la Generalitat de Catalunya que criminaliza, estigmatiza y señala a los jóvenes musulmanas como potenciales terroristas. Donde los Mossos de Escuadra imparten formación para esa detección en los centros educativos catalanes. Un programa que tiene como finalidad prevenir la “radicalización islamista” y para ello las instituciones educativas complementan la estigmatización y criminalización policial basada en el control racial dando a entender que prevenir sobre estos jóvenes evitará atentados.
Violencia sobre él, violencia sobre la comunidad, violencia sobre ella
Violencia sobre el racializado como la que se produce en la zona del no ser, de la no existencia. Lugares donde se almacenan los cuerpos de quienes no son, para ser enviados a los no lugares de donde vinieron, lugares de exterminio, como lo será por siempre Archidona, ahora vacía pero donde permanecerá el recuerdo por la muerte de Mohammed Bouderbala y de los más de 570 migrantes, en su mayoría argelinos, que han sido expulsados, humillados. Y las porteadoras, víctimas del sistema fronterizo europeo, siendo esta su única forma de supervivencia sustentando el comercio atípico que genera miles de millones de euros anuales para las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, llegando a cargar a diario sobre sus espaldas cerca de 80 kg de mercancía.
Hace unos meses, 39 personas, también argelinos, encerrados en el Centro de Internamiento de Extranjero de Aluche -podría haber sido en cualquiera de los 7 que hay en todo el Estado español- subieron al tejado como último recurso para que el mundo les viera, porque dentro son invisibles, tan invisibles que cuando se habla de racismo antimagrebí, antimusulmán, no se les nombra y no aparecen en ningún informe que recoja las agresiones islamófobas del Estado. Denunciaban los malos tratos que viven, las deportaciones, esas que se producen con la colaboración de las empresas aéreas que llenan sus cajas fletando vuelos. Subieron alto, para denunciar la racista Ley de Extranjería. En una carta enviada por otros 60 internos, también de Aluche exponían “las múltiples y graves agresiones, trato racista, empujones, insultos y amenazas” a los que se enfrentan diariamente y terminaban en tono de ruego: “esto señor juez, es un infierno”.
Las producciones culturales contribuyen a reforzar ese imaginario sobre el Otro como enemigo interno y externo al que combatir. “El combate estricto contra el sexismo puede tener efectos perversos. Puede contribuir a reforzar la dominación masculina blanca sobre los hombres indígenas. En efecto, el patriarcado racista blanco hace mucho que entendió que le sería beneficioso combatir el patriarcado de los hombres de color”, se trata de una cita de Houria (Raza, clase y género, 2013) que la antropóloga social y cultural Fátima Aatar recupera en A mis hermanos, donde reflexiona sobre las críticas legítimas y necesarias hacia el sexismo intracomunitario y alerta de los peligros que conlleva narrativas de liberación que el film El Viaje de Khadija, nos muestra, documental que al finalizar recibió sonoros aplausos. “Si nos aplauden es porque de alguna manera les está beneficiando”, continúa Aatar antes de concluir, “a veces nos llenamos la boca de la importancia de crear alianzas con las feministas blancas, olvidando otras alianzas potenciales que, desde el eje racial, nos permitirían articular con nuestros hermanos unas luchas indispensables, evitar romper lazos comunitarios y ser una oposición real al sistema”.

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