domingo, 8 de diciembre de 2019

Conoce a Senigne Mbaye

Serigne Mbaye: «Mi vida está dedicada a la igualdad de derechos»

Serigne Mbaye
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Hace doce años se montó en una barca en una playa senegalesa, pero en esa ocasión no fue para pescar. La sobreexplotación de los grandes buques extranjeros le expulsó de su tierra y de su mar, empujándole hacia una Europa que no se lo ha puesto fácil. Hoy trabaja en un restaurante agroecológico en Madrid.

Háblame de tu vida en Senegal.
Nací en Kayar, un pueblo de pescadores y de pequeño ya aprendí el oficio. Estudié hasta el bachillerato, pero después me dediqué por completo a pescar. La estructura familiar en África es muy grande, solemos vivir con los abuelos y los tíos, y para nosotros es un deber, a cierta edad, tomar el relevo para mantener a la familia.
¿Tenías otras aspiraciones?
La pesca nunca me ha gustado. Yo aspiraba a tener estudios, un puesto de trabajo como, por ejemplo, administrativo, y terminar mis estudios en Europa. Pero para mis padres era demasiado gasto. Además yo veía a gente con muchos estudios que no conseguía un puesto de trabajo, y eso me hizo replanteármelo.
Serigne Mbaye
Serigne Mbaye el día de la entrevista. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo
¿Por qué no te gustaba la pesca?
Llegué a tener un pequeño barco artesanal y también fui capitán de barcos más grandes, en los que íbamos cincuenta personas. No me gustaba porque era un riesgo. He vivido cómo muchos colegas morían delante de mis ojos. Se vuelca la embarcación con las olas y cada uno intenta salvarse. Ves a gente delante de ti nadando mientras tú también intentas salir de esa situación y no puedes hacer nada por ayudarles. Me dediqué a la pesca durante once años y con lo que capturábamos podíamos mantener a la familia y ahorrar. Pero poco a poco fuimos notando que iba desapareciendo el recurso debido sobre todo a los grandes buques industriales extranjeros que cada vez eran más y no respetaban las zonas de pesca ni el medioambiente.
¿Qué hacían?
Eran barcos muy grandes, con una capacidad de captura impresionante, que congelaban en alta mar. No respetaban las zonas y se metían donde estábamos nosotros, provocando incluso choques con nuestras barcas en los que moría gente. Aprovechan que los gobiernos del sur no tienen medios para detectar las irregularidades, aunque sabemos que en ocasiones pagan dinero. Nuestra forma de pescar era respetuosa. Si estábamos muchos barcos, hacíamos cupos y unos pescaban hoy y otros mañana. Pero estos grandes buques lo que hacen es arrastre por el fondo del mar, pescando también donde hay rocas y plantas marinas, arrasándolo todo. Cuando levantan sus redes se ve. Hacen una selección y tiran lo que no quieren, que se pudre y flota. Destrozan el ecosistema del mar. La falta de recurso y la sequía que afectó mucho a la agricultura, a la que se dedicaba mi padre, me hicieron tomar una decisión.
¿Emigrar?
Cuando volvíamos de pescar nos quedábamos en casa de un amigo o en alguna plaza del pueblo para tomar té y charlar sobre cosas del mar. No sabíamos cuánto podríamos aguantar. Algunos decían que lo mejor era meterse en una barca e ir a Europa. Un día, jugando al fútbol en la playa, vi a un grupo de gente que preparaba una barca. Por la cantidad de personas y los bidones y materiales que estaban subiendo yo sabía que no iban de pesca. Cuando me dijeron que habían organizado el viaje algo me empujó a irme con ellos. Tardamos siete días en llegar a Canarias.
¿Cómo fueron esos siete días?
Muy duros. Para mí lo peor fue ver a la gente sufrir. Yo tenía mucha experiencia del mar, pero en la embarcación estábamos noventa y cuatro personas, y la mayoría no sabían nada. Los primeros días sufrieron el mal del mar, vomitando, y algunos empezaron a perder la memoria. Nos metimos en altamar para sortear los guardacostas y fue complicándose más. Un día, de madrugada, se oyó caer a una persona al agua. Nos levantamos rápidamente y nos pusimos a mirar por todas partes pero aunque el agua estaba limpia y clara no logramos ver a nadie. Cayó como una piedra y desapareció. La gente entró en pánico. Y justo esa tarde el mar se puso más furioso. Entraba agua por todas partes y el motor empezó a mojarse y a funcionar mal. Los que éramos pescadores llegamos a un acuerdo. Aguantaríamos por la tarde y por la noche, cuando el mar estuviera más calmado, avanzaríamos. Y así lo hicimos
¿Y funcionó?
Sí, avanzamos mucho, pero nos quedamos sin agua y mucha comida se mojó. Hicimos algo de arroz que había quedado, con agua de mar. La gente, muy cansada, volvió a entrar en pánico. Teníamos un GPS que no funcionaba pero yo pensaba que no quedaría mucho para llegar, porque vimos algo de basura flotando. De pronto, llegó una paloma y se posó en la barca. Seguramente se había perdido o era un ángel protector. Lo que sí sabía es que había recorrido unos kilómetros que nosotros podríamos recorrer. Volvió a levantar el vuelo y marchó en la dirección en la que íbamos. Llegamos a Tenerife por la noche.
Serigne Mbaye
Serigne Mbaye el día de la entrevista. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo
¿Cómo te sentiste al llegar?
Mi preocupación no era por mí, sino por lo mal que lo estaban pasando los demás. Durante la travesía vimos barcas hundidas, zapatos, chalecos e incluso a gente flotando. Fue una liberación cuando llegamos porque me sentía muy responsable.
¿Cuál es ahora tu situación?
Después de mucho tiempo y muchos problemas, durante los que me dediqué a la venta en la manta, sufrí las detenciones policiales y trabajé puntualmente en la obra, una época infernal, al final he conseguido la nacionalidad y ahora estoy trabajando en un restaurante agroecológico y vegetariano, El Fogón Verde, un proyecto basado en la economía social. Somos una cooperativa en la que no hay un jefe, sino varios socios que decidimos todo por asamblea. Hay igualdad de derechos, algo que no he experimentado en muchos trabajos anterior por ser extranjero subsahariano. Tenemos horarios que respetan el descanso y un salario digno. Y el hecho de que en nuestras hortalizas no se usen productos químicos me encanta y me recuerda de dónde vengo. Pienso en mi padre y en los buenos años de la agricultura. La llegada de los productos químicos dejó las tierras secas e improductivas. Por eso me gustó este proyecto con el que intentamos reducir la huella ambiental apoyando a pequeños productores locales.
 ¿Tu gran sueño?
Soy muy activista y estoy en asociaciones como la Asociación Sin Papeles o el Sindicato de Manteros y Lateros. El sueño que tengo es el de un mundo mejor en el que haya igualdad de derechos. Todos tenemos derecho a vivir libremente y poder viajar. Si soy español y esta tarde hay billete para Senegal, lo compro en el aeropuerto y me voy. Si soy senegalés, estoy en Dakar y veo un billete para España no puedo comprarlo y usarlo. Tengo que hacer trámites, ir al consulado, pedir un visado y me piden miles de papeles. Puedo tardar años, si hay suerte, y en muchos casos no te los dan. Esta desigualdad de derechos es algo que tiene que desaparecer. Ahora estoy bien, porque tengo los papeles. Pero si salgo a la calle con mi hermano, un amigo o un primo, nos para la policía y a él le llevan a la comisaría. Me siento como si no fuera igual que él y él siente que no es igual que yo. ¿Qué es lo que nos diferencia? Una tarjeta que hace que él no pueda gozar de los mismos derechos que yo. Afecta tanto a mi vida que mi lucha está dedicada a terminar con esto. Es en lo que creo y lo que me hace feliz.
¿Eres optimista?
Soy muy optimista. Últimamente hay muchos discursos en contra de la inmigración y los inmigrantes pero también vemos a muchas personas más consciente de lo que está pasando. La gente tiene que saber que somos vecinos y que sus políticas deben incluirnos. Yo he llegado a formar parte de este proyecto gracias al apoyo de muchos amigos. Durante estos años he podido aprender el idioma y he demostrado que tengo cualificación. Entre los manteros hay mucha gente que puede hacer mucho más que yo. Solo necesitan una oportunidad.

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