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viernes, 29 de agosto de 2014

Bilal Traoré

Bilal Traoré: “Cuando abres la boca, empieza la suerte”

El músico y poeta senegalés reclama que la ley de extranjería cuente con los inmigrantes


Vilagarcía de Arousa, 20 de marzo de 2012



Taxista, vendedor de pescado, pintor de casas o panadero son algunos de los trabajos que Abdoulaye Bilal Traoré (Dakar, Senegal, 1968) ha desarrollado a lo largo de su vida. Pero nada le ha llenado más que la música y la palabra. Sobre todo la palabra. Esa con la que Bilal se siente identificado. La misma que le llevó a licenciarse en letras en la Universidad Cheikh Anta Diop Ucad de Dakar pese a la advertencia, todavía hoy vigente, de que “las letras no tienen salida”. Con todo, este senegalés sí le ha encontrado una tan básica como vital: comunicar. Comunicar a través de su poesía, a través de sus canciones. Así nació Oculto al sol (El taller del poeta, 2010), un poemario en el que Bilal habla del amor, de la economía, de la sociedad, de sí mismo, de lo que le rodea. Además de haber colaborado como cuentacuentos, forma parte del grupo de percusión africana Deggo (que significa “la unión” en wolof, el idioma predominante en Senegal) y ha impartido diversos cursos de percusión en Galicia. De espíritu nómada, el destino lo ha traído a la comarca de Arousa, donde reside desde hace más de una década. Actualmente, co-dirige, junto con Alejandro Guanella, el espectáculo“Colores del Alma” en el que confluyen la música y la palabra.


Pregunta.- ¿Qué hay detrás de la decisión de inmigrar que toma un senegalés?

Respuesta.- El senegalés es tan inmigrante como el gallego en el sentido de que los puedes encontrar en el sitio más remoto del mundo. No es una tierra grande, no es un pueblo de muchos millones de gente pero son viajeros. Ahí hay muchos motivos que pueden valer. La mayoría para buscarse la mejoría de su situación económica y la de sus familiares. Yo creo que nací para moverme, quise moverme siempre y siempre he tenido la sensación de moverme, de comerme el mundo, de beberme el mundo, de andar, de ver, sentir, ver lo que se hace por aquí… y ¡esto es una locura! No es fácil, pero la facilidad no está escrita en nada y hemos aprendido que es en el dolor que se aprende muchas cosas. Nosotros hemos evolucionado porque hemos tropezado muchas veces. El conjunto de todo esto es lo que forma la experiencia de cada uno, que cada uno lleva en la espalda para seguir moviéndose.


P.- ¿Qué papel juegan las cofradías senegalesas en los movimientos migratorios?

R.- Se puede decir que en cierto modo, sobre todo en el muridismo que es la más grande, han participado en el hecho de que la gente vaya a fuera a buscar riqueza y traerla al país. A la hora de migrar, aunque no existieran cofradías, la gente emigraría igual por necesidad. Las cofradías tienen su influencia en la vida económica, política y social. Son como comunidades grandes con una guía religiosa que muchas veces manda, digamos, decretos o leyes verbales que se aplican casi a rajatabla. Entre las cofradías no hay choque, más bien hay entendimiento. Aunque haya el 90% de musulmanes en Senegal, la constitución no dice: “Senegal, país islámico”; dice: “Senegal, República laica”. Y eso es muy importante. Pasó porque, simplemente por suerte, la gente prefirió encontrarse en vez de separarse.


P.- ¿Qué opina del “mito del retorno”?

R.- Yo creo que los senegaleses piensan volver. Eso no quiere decir que haya gente que en la vida no haya elegido su sitio o país de acogida como suyo. Pero, en general, en Senegal se emigra para volver algún día. Importante.


P.-¿Cómo comenzó su relación con la música?

R.-A la vuelta de Mauritana volví a mi país con lo equivalente a dos euros en mi bolsillo. Eso en mi país son dos paquetes de tabaco, y lo fumas y se acabó. Es todo lo que había ganado. Y había que buscar una salida. Entonces un buen amigo me dijo: “Montamos un taller de montajes de djembes y vamos a ver”. Empezamos así. Y luego empezamos a tener pedidos de djembes por contenedores. Así pues llega un momento en el que te das cuenta de que para vender el djembe o hacer mejora del negocio tienes que saber cómo tocarlo.
P.- ¿Su amigo tampoco sabía tocar eldjembe?

R.-No, más o menos estábamos en la misma línea. Pero todos acabamos tocando porque era importante y, además, son aprendizajes naturales. En África, el hecho de aprender a tocar la gente lo hace de forma natural. A lo mejor antes eran cosas reservadas a una casta, a un tipo de apellidos; pero hoy en día todo el mundo puede tocar o cantar. El sistema que hay allí es bastante normal: si veo a un grupo de gente que de repente se juntan para ensayar o montar una fiesta espontánea, si tienes un instrumento, te puedes acercar e ir tocando, mirando, oyendo… e intentando poco a poco hasta estar en la base rítmica, acompañar y, paso a paso, pasar a ser solista o lo que uno quiera. Por lo menos vas controlando los ritmos de manera muy natural... Y así empezó mi historia.


P.- Una historia que le ha traído a Europa…

R.- Tuvimos la posibilidad de ir a Bélgica por una invitación de una feria que se organizaba en Liège en 1999. Estuve allí un año. Y luego tuve la posibilidad de quedarme y seguir recorriendo bastantes ferias vendiendo percusión, máscaras, arte africano.


P.- ¿Por qué ha venido a España?

R.- A España vine de visita en el 2000. Era para 15 días, ya ves tú… 11 años. Galicia es bastante parecida a la parte sur de Senegal, en verde, y mucha agua y bastante marisco, gente buena. Y me quedé porque me gusta lo natural. Es una tierra de meigas… ¡qué quieres que te diga! Cuanto más vas subiendo a Europa del Norte, la gente es más robot, y aquí aún quedan cosas que se pueden salvar de humano.


P.- ¿En qué trabajaba entonces?
R.- En el caso de los senegaleses, cuando llegan lo más natural es que tus compañeros te digan: “Búscate alguien que vaya contigo al mercado o si tienes posibilidad cómprate un coche e intentamos ayudarte en mercancías”. Y empiezas en las ferias. Y yo así empecé de venta ambulante. Hice durante un año… un año y medio. Son de las cosas que más he disfrutado. Yo soy muy maruja [risas]. Y te vendía la mercancía pero también te entablaba una conversación. Yo busco conocer, y sí, me lo disfruté muchísimo. Y se aprende mucho mucho mucho mucho… Muy interesante. Aprendí a oír mucho gallego, a conocer, a tener amigos nuevos de diferentes entornos del mismo sitio de acogida, clientes y posibilidades que siempre salen cuando uno habla. Cuando abres la boca, empieza la suerte.


P.- Pero también ha de ser duro…

R.-Muy muy muy duro. Porque eso quiere decir estar y no estar en ninguna parte. Es durísimo. No cuentas mucho. Desgraciadamente hay que tener papeles. En España pasan cosas muy raras sobre todo hablando de las leyes sobre la inmigración. Ya no llevo la cuenta de cuántas veces ha cambiado la ley sobre la inmigración y muy pocas
veces se ha contado con los inmigrantes.
P.- ¿Cómo logró normalizar su situación?

R.- Un amigo, la primera persona que yo hasta que me muera le daré las gracias. Un amigo, que tenía una tienda bastante conocida en Pontevedra de arte africana, fue la primera persona que me dijo: “Bilal, vente aquí a la tienda a dar clases de percusión, yo pego publicidad y vamos a ver”. Así empecé a dar clases de percusión. Y luego, con el tiempo, me dijo: “Oye, ahora que estamos así, ¿no crees que podemos intentar pedir los papeles por este trabajo, yo poniéndome como contratante?”. Así puse los papeles con la ayuda de un sindicato al que también siempre les daré las gracias: el CC.OO. No me gusta hacer política, pero de esto hay que hablar, porque me gusta dar las gracias a cualquier persona. Y luego, cuando salió la aprobación de los papeles mientras estaba en vía administrativa, yo ya había empezado a cambiar de chip en el sentido de que me parecía interesante buscarme alguna base económica. Estaba pensando abrir un locutorio, que acabé abriendo. Por abrir ese locutorio al final me dieron los papeles, me los aprobaron, pero como si fuera autónomo; y luego seguí dando las clases. El locutorio lo cerré en 2009.

P.- ¿Por qué un locutorio?

R.-Porque en Pontevedra en 2002 había sólo uno. El locutorio Ágora fue el segundo locutorio que se abrió en Pontevedra y era imprescindible porque era un servicio importante para inmigrantes que quieren enviar dinero, llamar… Un locutorio digamos se puede considerar como un sitio de servicios y como tener cita con el psicólogo. Son cosas que me gusta mucho hacer. Es muy interesante: un sitio de encuentros de gente, un sitio donde los caminos se cruzan, muchos caminos, de todo tipo. Expresiones. De todo. Alegría, tristeza, todo, todo, todo. Ganas de superar. Un locutorio son muchas cosas, por lo menos el mío. A veces venía gente para hablar de cualquier cosa. Desahogarse.


P.- ¿Y por qué lo cerró?

R.- Por la crisis. Económicamente se estaban poniendo muy frías las cosas. No tenía ganas de seguir. Uno se quema con el tiempo. El locutorio lo tenía para tener una base económica y tenía otras inquietudes, como hacer vida de artista, que es sobrevivir [risas].
P.- ¿Qué estereotipos tiene la población gallega sobre la población subsahariana?

R.-Tajantemente digo que no nos conocemos, aunque parezca. La ignorancia de la gente, de todos nosotros, hacia lo desconocido, es muy muy grande.
P.- ¿Cuál es su opinión acerca del tratamiento que realizan los medios de comunicación sobre la inmigración?

R.-Los medios de comunicación son medios de comunicación. ¿Qué es un medio de comunicación hoy en día? Una empresa. ¿Qué es una empresa? Un generador de beneficios. Tampoco te dicen todo. Los medios de comunicación pueden tener alguna o mucha culpa, pero la culpa la tenemos todos en el sentido de que ahora hay que pensar en el porqué la gente llega a hacer eso. Eso es desesperación. Y peor: una desesperación dentro de una ignorancia total.


P.- ¿Cree en la palabra “racismo”?

R.-No me lo creo mucho. Yo me lo podía creer años atrás, si me hablas de la historia de América hasta la Guerra de Secesión, o si me hablas de Europa después de la Segunda Guerra Mundial. Hoy en el siglo XXI esos actos racistas están casi totalmente prefabricados. Hoy en día le llamaría “ataques de ignorancia”.


P.- ¿Considera que la sociedad está preparada para el multiculturalismo?R.- Yo creo que poco a poco está balbuceando. Creo que hasta el que se dice racista hace el esfuerzo de comprender que hay otras cosas también, porque si no haces el esfuerzo de comprender que hay otras cosas no puedes batallar.


P.- ¿Qué le ha aportado Galicia?R.- Muchas cosas. Tantas cosas que no les puedo contar en poco tiempo. Yo llevo siempre en mi espalda todo lo que he vivido en los lugares donde estuve.


Entrevista por Deborah CastroFotos de Marthazul

miércoles, 27 de agosto de 2014

Las que aguardan

Las que aguardan

Por:  14 de marzo de 2012
Son muchos los que abandonan sus aldeas en África y emprenden el largo camino hacia lo que ellos consideran será una vida mejor. Lo arriesgan todo para conseguir los medios de supervivencia que no encuentran cerca de sus familias. Estos días he caído en la cuenta de que el drama de la migración no solo lo viven los que se van sino también las mujeres que aguardan el regreso de los seres queridos.
Image1     Mujeres senegalesas. Foto Ususbrightown
Los jóvenes parten. Las madres y las esposas esperan el regreso triunfante de los suyos o las pequeñas cantidades de dinero que les pueden llegar, de vez en cuando, a través de Western Union o compañías similares. 
Pero son ellas las que tienen que preocuparse de que no falte la comida en casa, de que los niños se vistan, de que puedan ir al colegio, de pagar las medicinas si se enferman…, siempre con la esperanza puesta en que los que se fueron triunfen y puedan cuidar de los suyos.
Ya es dura la vida de una mujer en tantas partes de África para, además, tener que cuidar sola de los suyos.
Image1     Mujeres lavando la ropa en el río.

Es la realidad que se vive en muchas aldeas africanas donde “una leve brisa levantaba la colada multicolor tardíamente tendida por una mujer de uñas destrozadas que, con economía sostenible o sin ella, hubiera deseado también tener una lavadora. Resonaron los golpes de una maja, revelando la cólera de una ama de casa que no había tenido con qué pagar al molinero para que moliera su calabaza de mijo”.
Así lo cuenta Fatou Diome en su novela Las que aguardan. Ya mencioné este libro cuando hablé de la pesca. Hoy lo traigo a colación por cómo esta novelista senegalesa describe la realidad de las mujeres africanas que esperan las noticias y la ayuda de los que partieron. Sus angustias, sus miedos, sus sueños, sus deseos, sus penurias, su fuerza, su lucha por sacar sus familias adelante ellas solas…
Image1           Fatou Diome. Foto Yveslebelge

Diome describe con inmensa sencillez la cotidianeidad de una aldea de pescadores y sus tradiciones a través de cuatro mujeres, dos madres y dos esposas, que esperan el regreso de sus hijos/maridos. Al mismo tiempo deja entrever las dificultades de los que migran, “que van a romperse las alas contra el escaparate europeo”. Porque “si la Europa de Schengen, con sus navíos de guerra, sus radares y sus cazas había permitido que aquellas hordas de hambrientos que llegaban en patera hollaran su suelo, es porque saca de ellos partidos: cuanto más numerosos son, más fácil es esclavizarlos”.
Los dos protagonistas, Issa y Lamine, sobreviven en Europa amando a mujeres: “Pasaban de un ligue a otro (…). La relación duraba lo bastante como para que la española se considerara prometida a un apuesto senegalés, bastante como para que se apropiase de la injusta suerte de su amado y se arrojara, a cuerpo descubierto, en la batalla por los papeles. En este estadio, la vida se hacía soportable, agradable incluso para los aventureros (…) fingían un amor recíproco y se liberaban por algún tiempo del lacerante pensamiento de su tierra natal, una tierra que no querían evocar, para cuidar la susceptibilidad de su benefactora. Pues las autóctonas que aman a los extranjeros nada temen más que la llamada de su país”.
Image1     Piso patera en España. Foto El País.
Mientras, las que aguardan (las madres: Arame y Bounga; las esposas: Coumba y Daba) se repiten: “¡Mi hijo, mi marido, mi amor! (…). Pero no se recupera a un hombre que parte a la aventura como se recupera una calabaza prestada. Y ni siquiera la calabaza conserva eternamente el aroma del manjar precedente, cuando día tras día se impregna de una nueva comida”.
Luego la desilusión de la esposa (siete años de espera en la que ve cómo su cuerpo se va marchitando en la vigilia de las noches solitarias y en el cuidado del hijo) cuando Issa regresa casado con una blanca que “de África solo veía lo que cabía en el perímetro de su telescopio. ‘¡La poligamia no es tan terrible?’. Solo una ahíta que había comprado su semental como el último bolso de Prada y lo mantenía firmemente por las riendas, podía soltar semejantes tonterías”.
Así, poco a poco, se desgrana esta novela llena de realidad, acidez, ironía, crítica y mucha ternura. Fatou Diome no tiene miedo de hablar claramente y utilizar sabiamente las palabras para denunciar las nuevas esclavitudes a las que muchos de sus connacionales se ven sometidos. Una constante en la obra de esta autora.
La novela más conocida de Fatou Diome es En un lugar del Atlántico, donde también, de forma irónica esta vez, relata la vida de los emigrados en las grandes ciudades. Ella lo hace desde la experiencia propia, por eso su punto de  vista y sus reflexiones son tan acertadas. A los que les interese saber más sobre esta escritora pueden ver esta entrevista que le hicieron en Casa África en noviembre de 2011.
Fotou Diome me ha hecho ser consciente de la angustia de tantas mujeres que he conocido, como es el caso de Mammy Fatu, que cada vez que regresaba de un viaje a España me preguntaba: “¿Has visto a mi hijo Abu por allí?”. Yo intentaba explicarle lo difícil que me sería encontrarle si no tenía una dirección o un teléfono al que llamar. Ella solo sabía que un día partió y nunca más recibió noticias de él.
Image1            Subsaharianos rescatados por salvamente marítimo. Foto Orange.es

Mammy Fatu estaba convencida de que su hijo había viajado al país de los blancos porque él siempre repetía que quería ir a dónde todo era fácil, donde el gobierno cuida de ti y no como en Sierra Leona donde por mucho que se trabaje nunca se consigue prosperar.
Tópicos y sueños que alimentan y empujan a tantos jóvenes a partir y que les cuesta la vida a muchos de ellos, como imagino que es el caso de Abu, aunque nunca tengo el coraje de contarle mis temores a su madre, que sigue aguardando.
Fatou Diome, Las que aguardan. Barcelona, El Aleph Editores, 2011.

Literatura senegalesa

La escritora senegalesa Fatou Diome estuvo en España en noviembre de 2011 de la mano del programa literario 'Letras Africanas', de Casa África. Durante la celebración, entrevistamos a la autora para que nos diera su opinión sobre la situación actual de la literatura en África y el papel de la mujer en ella, entre otros temas. Además, incluimos un perfil para conocerla mejor. http://www.casafrica.es · http://blog.africavive.es · http://www.facebook.com/Casa.Africa · http://twitter.com/casaafrica