“Nosotras no tenemos descanso. Esto es de todos los días, hasta el domingo, porque el migrante que va en el tren come todos los días”, dice Bernarda Romero Vázquez mientras las demás mujeres que la rodean en la cocina no dan pausa a su tarea.
Estamos en La Patrona, una comunidad de Amatlán de los Reyes, en el centro del estado de Veracruz y ella es una de las 14 mujeres que integran el grupo concido mundialmente como “Las Patronas”: mujeres que, durante los últimos 20 años, han alimentado voluntariamente a los migrantes centroamericanos que transitan México a bordo del tren conocido como “La Bestia” rumbo a Estados Unidos, en busca del sueño americano.
Para aquellos hombres, mujeres y niños, viajeros a fuerza de la necesidad económica y la violencia desmedida que se vive en los países de Centroamérica, esa será la única comida que harán en días, hasta semanas. Nadie sabe cuándo volverán a comer. Los lonches que las mujeres les ofrecen son elaborados principalmente con frijoles, arroz, pan, tortillas y atún. Algunas veces huevos hervidos, verduras o frutas; un pastel si se los regala la panadería, pero son los menos.
Su experiencia de tantos años se refleja en un pizarrón colocado en la cocina. Cada día de la semana será una de ellas la encargada de cocinar al menos 100 lonches. Otras tendrán que empaquetar la comida en bolsas, lavar las botellas de plástico y llenarlas de agua, para luego amarrarlas en par (así se facilita su entrega), o ir por las donaciones de pan que les dan los supermercados y la verdura que les regala el mercado de Córdoba.
“El oído despierto”, dicen. Siempre para llegar antes de que el tren pase por las vías, a unos cuantos metros de donde está el comedor La Esperanza del Migrante. Apenas el primer silbido se escucha, las mujeres toman las cajas de plástico con los lonches y las carretillas con las botellas de agua. Se colocan separadas a un lado de las vías, a lo largo de la ruta y se mantienen atentas a la llegada del tren. A lo lejos una luz que va creciendo anuncia el paso de veloces toneladas de hierro con hombres hambrientos y sedientos a bordo. Pareciera que ya saben que ellas siempre estarán ahí con las bolsas de comida en el aire y las botellas de agua amarradas de dos en dos. Poco a poco se van asomando esos hombres cuyo equipaje es apenas una pequeña mochila con una muda de ropa, sus utensilios de limpieza y alguna fotografía de la familia que dejaron miles de kilómetros atrás. Apenas pueden distinguirse sus rostros por la velocidad. Sus manos ágiles van arrebatando la comida y el agua que extienden en lo alto “Las Patronas”, mientras ellas hábilmente van tomando otras para entregárselas a los del próximo vagón. Así todo el tiempo hasta que el tren se aleja por completo.
“Si el tren pasa a buena hora, como a las 11 o 12 de la mañana y se acaba la comida, volvemos a guisar para el otro tren que pasa como a las 6 o 7 de la tarde”, afirma Bernarda.
Son diariamente 10 kilos de arroz preparado con jitomate, cebolla y ajo en grandes ollas puestas al fuego hecho con leña. Otros tantos kilos de frijol, 10 tortillas por cada bolsa de comida, algunas piezas de pan. Cuando hay, se hierven zanahorias, papa, betabel o chayote y se cortan papayas, melones, sandía o alguna otra fruta que se agrega a los lonches.
Esto no siempre fue así. Norma Romero Vázquez, coordinadora de “Las Patronas” recuerda que la mañana del 5 de febrero de 1995, al volver de la tienda a su casa con una de sus hermanas, el tren pasó frente a ellas. Los hombres que ahí viajaban pedían comida: “Tenemos hambre, madre”, decían. Un vagón, otro, otro más… todos pedían comida. Sin pensarlo entregaron sus compras —pan y leche—, a esos hombres.
Luego de esa acción desinteresada, se reunió la familia y comentaron lo sucedido. El paso de esos hombres es cotidiano, incluso les dicen “Las Moscas” por viajar colados, como moscas, en el tren. Pero esa súplica de comida las hizo organizarse para que al siguiente día les dieran de comer. Una puso el arroz, otra los frijoles, las tortillas y las bolsas para hacer los paquetes. Apenas avisó el tren su cercanía corrieron a la vía. En esa ocasión entregaron 25 lonches y la “tristeza fue enorme”, recuerda Bernarda, porque no alcanzó ni por poco.
Por cuenta propia lo hicieron diariamente durante siete años, en completo anonimato. Sin embargo un día la madre de Bernarda y Norma, doña Leonila Vázquez Alvízar, decidió que era el momento de tocar puertas para recibir ayuda y continuar alimentando a los migrantes.
“Teníamos que encontrar quien nos ayudara para seguir haciendo esto. No queríamos dejarlo, pues veíamos a la gente cómo va sufriendo. Van señoras con su hijos y todos sufriendo. A veces veíamos que se iban y que no alcanzaba la comida y nos poníamos a llorar, sentíamos que el corazón se nos atacaba porque no pudimos (alimentar a todos)”, dice.
Así comenzó el acercamiento con escuelas y universidades, el mercado en Córdoba, centros comerciales, panaderías y tortillerías. La ayuda siempre es en especie. Ellas ponen el trabajo voluntario, sin recibir nada a cambio, sólo la satisfacción de ayudar desinteresadamente al necesitado y saber que el deber está cumplido. Poco a poco comenzaron a llegar los donativos, principalmente arroz y frijol, aceite y sal, pan y tortillas, atún y huevos. También llegan zapatos y ropa que con el mismo método se entrega en las vías del tren.
El trabajo de estas mujeres ha sido de tal impacto que actualmente existe en la plataforma Change la petición para que “Las Patronas” sean postuladas al Premio Princesa de Asturias, en la categoría de Concordia 2015, entregado en España.
Julia Ramírez tiene 17 años como voluntaria en el grupo y le toca cocinar los martes —el resto de la semana tiene que hacer otro tipo de labores—. Así todos los días, incluso en Navidad y en Año Nuevo.
Ella vive cerca de las vías del tren y recuerda que un domingo “La Bestia” se detuvo. A su casa se acercó un joven de aproximadamente 16 años para pedirle comida. Lo primero que le vino a la mente fue la imagen de su hijo, de edad similar a la de ese muchacho. “Me conmoví hasta las lágrimas”. Lo sentó a la mesa. Frijoles, huevo y tortillas fue el menú de ese día. Una comida apresurada para prevenir la partida del tren. “Gracias madre, que Dios me la bendiga”, dijo el migrante.
Antes de irse, dudando al salir de la casa, el joven regresó con ella. “Madre, le pido un favor”. Si puedo, con mucho gusto, le respondió Julia. Voy viajando solo y necesito su bendición. “Que Dios te bendiga y la Virgen Santísima te acompañe hasta donde quieres llegar”. El se fue y ella se unió a “Las Patronas”.
“Estoy muy contenta y feliz porque todos somos hermanos y no me gustaría que mi hijo se fuera. Pienso en todas la madres que se preguntan, ‘¿dónde andará mi hijo?, ojalá que encuentre gente buena’. “Ellos vienen peligrando en el camino, es muy triste porque sufren calor, lluvia, hambre y sed”, dice.
Pero hay un deseo que no deja de recorrer el interior de Julia: “Me gustaría que encontraran trabajo, que no salieran de sus países, pues este viaje lo hacen por necesidad y no por gusto”.
En febrero de 2015 “Las Patronas” celebraron sus primeros 20 años de desarrollar esta labor humanitaria. Dentro de los festejos está una caminata por las vías del tren. Por ahí van decenas de personas, defensores de derechos humanos, integrantes de albergues de migrantes de diferentes partes de México y sacerdotes comprometidos con esta causa. De repente a lo lejos se escucha el silbido del tren. Todos a la orilla. “La Bestia” pasa rugiendo: un vagón, otro y otro más.
Algo ocurre, una ausencia importante, sólo va un migrante abordo.
En julio pasado el presidente de México, Enrique Peña Nieto, lanzó el Programa Frontera Sur, con el que oficialmente se busca la protección de los migrantes que cruzan el país. Sin embargo los hechos dicen otra cosa: la militarización de la frontera de México con Centroamérica, la “cacería” de los migrantes, los puestos de revisión, las garitas migratorias, los operativos en el tren. Todas las instituciones de Seguridad Nacional están enfocadas en impedir y dificultar el paso de los migrantes.
Para los defensores de derechos humanos esto, en lugar de aliviar los abusos que sufren los migrantes en el país, expone a los centroamericanos a mayores peligros. Ahora caminan por las vías del tren, por las carreteras y otros caminos poco transitados —montañas, selvas y lugares despoblados. Asumen el riesgo de ponerse en manos de traficantes de personas o “polleros” o incluso el de tomar rutas marítimas.
Norma Romero Vázquez sabe de esto. De preparar 800 lonches diarios ahora sólo son 100. Los migrantes van llegando a La Patrona caminando por las vías del tren. Muchos de ellos con el agotamiento producto de andar difíciles rutas que se hacen en varios días desde el municipio de Tierra Blanca. Deshidratados y hambrientos, con los pies llagados por la travesía, buscando un lugar dónde descansar y recuperar fuerzas para seguir su viaje.
“La situación para ellos es mucho más difícil y no se está haciendo nada. Este Programa Frontera Sur no va a traer mas que más problemas, es lo que hemos estado viendo”, dice sin dudarlo. En el comedorLa Esperanza del Migrante han tenido que atender hasta a 18 centroamericanos simultáneamente, algo antes no visto.
“Lo más triste de todo”, enfatiza, “es que (las autoridades) no están entendiendo que esto no es una solución, porque a la gente no la van a detener reforzando fronteras, porque (el migrante) tiene hambre y seguirá buscando como lo han hecho en Estados Unidos, que ha reforzado las fronteras pero los migrantes tienen que pagar el doble para pasar”.
Insiste que la labor continuarán realizando la labor que han hecho durante los últimos 20 años, pase lo que pase. Es una obligación que se han autoimpuesto porque lo más importante es ayudar al necesitado. “La palabra del evangelio convertida en acción”.
“Invito a toda la gente a que no sea indiferente, a que sea sensible, a que piense que hoy en día los tiempos no están tan fáciles no sólo para el centroamericano, sino para el mexicano, y que no seamos duros de corazón”, dice.
“A mi como persona me duele, refiere, pero es el peregrinar de cada uno de ellos. La esperanza que tienen ellos de realizar ese sueño que anhelan es algo en el que uno participa con ellos, en hacerles sentir que no toda la gente es mala, ya ellos vienen desconfiados por todo lo que les toca vivir en el trayecto, nosotros queremos ser una esperanza de vida para los migrantes”.
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