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miércoles, 18 de octubre de 2017

Entrevista a Adam Zagajewski

“La poesía mató al comunismo”

"El populismo difuso es una forma de semifascismo, porque la gente no respeta las palabras. Y no les importa la verdad", asegura el flamante ganador del premio


Adam Zagajewski, en Cracovia (Polonia) en febrero de 2015.
Adam Zagajewski, en Cracovia (Polonia) en febrero de 2015. Corbis via Getty Images
Cracovia (Polonia)
Cracovia es la ciudad total, ciudad de poetas, hermosa, pesada como el plomo y ligera como el renacimiento, escribe el poeta polaco Adam Zagajewski, flamante premio Princesa de Asturias de las Letras. En vísperas de la inauguración del Festival Milosz y la entrega del premio Szymborska, que reúne a poetas como Robert Pinsky, Petr Hruska o Ewa Lipska en esta edición, cenando en su restaurante preferido, Mieta (Menta) en la parte antigua de la ciudad, habla la noche antes del galardón de su obra y la poesía polaca que está viviendo un momento de auge, una poesía que “aún se da la chispa de la antigua visión mágica del mundo.”
Pregunta. Su familia lo animó a leer desde la infancia.
Respuesta. Mi padre era profesor de ingeniería, pero un gran lector, al igual que mi madre. Las mejores lecturas son las que se hacen por gusto.
P. Y su afición por la música también es precoz.
R. Primero fue el jazz. Escuchaba las emisiones de La Voz de América, las mismas que Joseph Brodsky, como me confesó más tarde. Nos daban información verdadera, contraria a la mentiras de la propaganda. Y tocaban jazz. Eso me llevó al primer concierto para piano de Brahms: quedó grabado en mi memoria desde entonces.
P. Ha dicho que el "Señor ten piedad de mí" de la Pasión según San Mateo de Bach es la esencia de Europa.
R. Es lo que quiero que toquen en mi funeral aunque parezca cándido. Me parece que hay un mundo espiritual y la música pertenece a él. Las mejores páginas de Schopenhauer son sobre música: el ser, no visible, sino presencia.
P. Ha confesado que le irritaba pensar que comenzó su trayectoria escribiendo poemas de carácter político.
R. Aunque ahora me parece que fue saludable no comenzar con fantasías esotéricas. El poeta debe hablar con la verdad, pero no sobre un hecho objetivo. Para un poeta en un régimen totalitario esto no es baladí. Creo que los grandes poetas como Milosz o Machado eran meros agentes que no tienen porqué comprenderse a sí mismos, pues hay muchas contradicciones en el acto de leer y de escribir, incluso ambivalencias. "A los hijos de Saturno les gustan las ambivalencias", dice Földenyi en su Melancolía, que ahora estoy leyendo.
P. ¿La poesía como insubordinación?
R. La poesía es una revuelta, en efecto, y entre los filósofos siempre ha habido una relación de amor y odio, desde Platón. Pero los presocráticos como Heráclito eran poetas, como Parménides. ¡Y por suerte sólo quedan fragmentos! De Kant, en cambio, nos quedan unas ocho mil páginas.
P.Wolfgang Iser afirma que el escritor es como un compositor y el lector, como un intérprete.
R. Claro. Cuando se trata de fragmentos el lector los interpreta, los completa; en mi trayectoria académica imparto el mismo libro cada año, pero las lecturas siempre son distintas.
P. Escribió en La belleza ajena que "hay totalidad, pero no es completa".
R. Nací en 1945, terminada la Shoah, pero soy un hijo de la guerra, la cual me impactó profundamente. Tras mi etapa política, de rebelión contra el gobierno comunista, descubrí la Historia. En Lava, uno de mis poemas preferidos, intento humanizar los elementos históricos, quitarle el filo, domesticarlos por un instante.
P. También sostiene que "Escribir poemas es un duelo en el que no hay vencedor”.
R. Se trata sobre todo de un duelo contra el tiempo, que siempre perdemos. Me pasaba los días, cuando estudiaba Filosofía en la universidad, leyendo a los escépticos, a los pesimistas, porque no quería ser cándido y no me gusta la poesía sentimental. Por eso hay que leer a los más feroces opositores para escribir una poesía que resista el ataque de los cínicos. Es como armarse para la batalla. La poesía es una forma artística que transmite un significado vigoroso. Ni siquiera es como la música. La paradoja es que se ha de decir algo sin decirlo al mismo tiempo. Creo que los grandes poetas escriben sin saber lo que dicen. Detesto los poemas vacíos como meros juegos lingüísticos, pero el mensaje concreto es aburrido, no es poesía. Escribir poesía es un espacio angosto entre el decir algo y no decirlo.
P. Como en El muñeco de nieve de Wallace Stevens.
R. Cuando escribo un poema me aligero, me alegro, me libro de la gravedad, aunque nunca me han atraído las religiones exóticas. No soy teólogo ni mucho menos, sino un cristiano que detesta la iglesia polaca porque se ha vuelto provinciana y chauvinista. Hay quienes me consideran un poeta católico, pero es muy diferente escribir poemas que predicar. En la poesía se inventa ex nihilo.
P. Szymborska publicó su primer poema y más tarde fueron grandes amigos.
R. Ella inventó una nueva sensibilidad en la poesía. Era de una honradez a toda prueba. Creo que cuando descubrió con sus primeros poemas estalinistas que no estaba escribiendo la verdad había cometido un crimen contra la verdad al aliarse con los opresores. En cada poema posterior prima un escepticismo sin raíces filosóficas, sino fruto de su previa servidumbre ideológica. Tardé muchos años en comprender su defensa de la pureza en la poesía.
P. Aunque su propia sensibilidad es más próxima a la de Milosz o Herbert. Es notable que hayan coincidido un conjunto tan extraordinario de poetas en esos años en Polonia.
R. Es un milagro. Acaso la situación tras la guerra en Polonia propició que la poesía fuera la única patria pura. Según un chiste de la época, los perros checoslovacos cruzaban la frontera polaca para poder ladrar.
P. ¿Qué representación del espíritu tiene la poesía en estos tiempo turbulentos?
R. La poesía fue un arma muy poderosa durante el totalitarismo porque la poesía busca la verdad que consigue desmontar los subterfugios de la ideología. La poesía mató al comunismo. Ahora es mucho más difícil con el presente populismo difuso, que es una forma de semifascismo, porque la gente no respeta las palabras. Y no les importa la verdad.

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