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domingo, 25 de marzo de 2018

Saramago y la emigración

Qué está ocurriendo con la emigración

Fuente: Diario vasco

Lo primero es que no existe una política de inmigración. Mientras son necesarios porque se necesita esa mano de obra se les dice que vengan, pero llega un momento en que ya no es posible más. Hay cuarenta millones de personas en África esperando para emigrar. ¿Adónde van a ir? La solución es desarrollar a esos países a los que abandonaron las potencias colonialistas, países que fueron usados durante la guerra fría para que los Estados Unidos y la Unión Soviética se enfrentaran. Países donde estallan los conflictos tribales y la gente se muere de sida o de enfermedades que aquí curamos con una pastilla. Si se desarrolla África no querrán irse porque la gente no se va de donde se encuentra bien. Pero tampoco olvidemos que la historia de la humanidad es la historia de las migraciones. 




“…hay ciertas maneras de ser feliz … simplemente odiosas…” José Saramago


ACERCA DE LA INMIGRACIÓN EN EL ESTRECHO DE GIBRALTAR
Que tire la primera piedra quien nunca haya tenido manchas de emigración en su árbol genealógico
Así como en la fábula del lobo malo que acusaba al inocente cordero de enturbiar el agua del arroyo de donde ambos bebían, si tú no emigraste, emigró tu padre, y si tu padre no necesitó mudar de sitio fue porque tu abuelo, antes, no tuvo otro remedio que ir, cargando la vida sobre la espalda, en busca de la comida que su propia tierra le negaba.
Muchos portugueses (¿y cuántos españoles?) murieron ahogados en el río Bidasoa cuando, noche oscura, intentaban alcanzar a nado la otra orilla, donde se decía que el paraíso de Francia comenzaba.
Centenas de millares de portugueses (¿y cuántos españoles?) tuvieron que adentrarse en la llamada culta y civilizada Europa de allá de los Pirineos, en condiciones de trabajo infame y salarios indignos.
  • Los que consiguieron soportar las violencias de siempre y las nuevas privaciones,
  • los supervivientes, desorientados en medio de sociedades que los despreciaban y humillaban, perdidos en idiomas que no podían entender, fueron poco a poco construyendo, con renuncias y sacrificios casi heroicos, moneda a moneda, céntimo a céntimo, el futuro de sus descendientes.
Algunos de esos hombres, algunas de esas mujeres no perdieron ni quisieron perder la memoria del tiempo en que padecieron todos los vejámenes del trabajo mal pagado y todas las amarguras del aislamiento social. Gracias sinceras les sean dadas por haber sido capaces de preservar el respeto que debían a su pasado.
Otros muchos, la mayoría, cortaron los puentes que los unían a aquellas horas sombrías, se avergonzaron de haber sido ignorantes, pobres, a veces miserables, se comportaron como si la vida decente, para ellos, sólo hubiera comenzado verdaderamente y por fin el día felicísimo en que pudieron comprar su propio automóvil. Esos son los que estarán siempre dispuestos a tratar con idéntica crueldad e idéntico desprecio a los emigrantes que atraviesan ese otro Bidasoa más largo y más hondo que es el Estrecho de Gibraltar, donde los ahogados abundan y sirven de pasto a los peces, si la marea y el viento no prefirieron empujarlos a la playa, hasta que la guardia civil aparezca y se los lleve.
A los supervivientes de los nuevos naufragios, a los que pusieron pie en tierra y no fueron expulsados, les espera el eterno calvario de la explotación, de la intolerancia, del racismo, del odio a la piel, de la sospecha, del envilecimiento moral.
  • Aquel que antes fue explotado y perdió la memoria de haberlo sido, acabará explotando a otro.
  • Aquel que antes fue despreciado y finge haberlo olvidado, refinará su propia capacidad de despreciar.
  • Aquel a quien ayer humillaron, humillará hoy con más rencor.
  • Y helos aquí, todos juntos, tirándole piedras a quien llega hasta esta orilla del Bidasoa, como si ellos nunca hubieran emigrado, o los padres, o los abuelos, como si nunca hubieran sufrido de hambre y desesperación, de angustia y de miedo.
En verdad, en verdad os digo, hay ciertas maneras de ser feliz que son simplemente odiosas.
JOSÉ SARAMAGO Portugal, 1922
Premio Nobel de Literatura 1998

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