Serigne Mbaye: «Mi vida está dedicada a la igualdad de derechos»
Hace doce años se montó en una barca en una playa senegalesa, pero
en esa ocasión no fue para pescar. La sobreexplotación de los grandes
buques extranjeros le expulsó de su tierra y de su mar, empujándole
hacia una Europa que no se lo ha puesto fácil. Hoy trabaja en un
restaurante agroecológico en Madrid.
Háblame de tu vida en Senegal.
Nací en Kayar, un pueblo de pescadores y de pequeño ya aprendí el
oficio. Estudié hasta el bachillerato, pero después me dediqué por
completo a pescar. La estructura familiar en África es muy grande,
solemos vivir con los abuelos y los tíos, y para nosotros es un deber, a
cierta edad, tomar el relevo para mantener a la familia.
¿Tenías otras aspiraciones?
La pesca nunca me ha gustado. Yo aspiraba a tener estudios, un puesto
de trabajo como, por ejemplo, administrativo, y terminar mis estudios
en Europa. Pero para mis padres era demasiado gasto. Además yo veía a
gente con muchos estudios que no conseguía un puesto de trabajo, y eso
me hizo replanteármelo.
Serigne Mbaye el día de la entrevista. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo
¿Por qué no te gustaba la pesca?
Llegué a tener un pequeño barco artesanal y también fui capitán de
barcos más grandes, en los que íbamos cincuenta personas. No me gustaba
porque era un riesgo. He vivido cómo muchos colegas morían delante de
mis ojos. Se vuelca la embarcación con las olas y cada uno intenta
salvarse. Ves a gente delante de ti nadando mientras tú también intentas
salir de esa situación y no puedes hacer nada por ayudarles. Me dediqué
a la pesca durante once años y con lo que capturábamos podíamos
mantener a la familia y ahorrar. Pero poco a poco fuimos notando que iba
desapareciendo el recurso debido sobre todo a los grandes buques
industriales extranjeros que cada vez eran más y no respetaban las zonas
de pesca ni el medioambiente.
¿Qué hacían?
Eran barcos muy grandes, con una capacidad de captura impresionante,
que congelaban en alta mar. No respetaban las zonas y se metían donde
estábamos nosotros, provocando incluso choques con nuestras barcas en
los que moría gente. Aprovechan que los gobiernos del sur no tienen
medios para detectar las irregularidades, aunque sabemos que en
ocasiones pagan dinero. Nuestra forma de pescar era respetuosa. Si
estábamos muchos barcos, hacíamos cupos y unos pescaban hoy y otros
mañana. Pero estos grandes buques lo que hacen es arrastre por el fondo
del mar, pescando también donde hay rocas y plantas marinas, arrasándolo
todo. Cuando levantan sus redes se ve. Hacen una selección y tiran lo
que no quieren, que se pudre y flota. Destrozan el ecosistema del mar.
La falta de recurso y la sequía que afectó mucho a la agricultura, a la
que se dedicaba mi padre, me hicieron tomar una decisión.
¿Emigrar?
Cuando volvíamos de pescar nos quedábamos en casa de un amigo o en
alguna plaza del pueblo para tomar té y charlar sobre cosas del mar. No
sabíamos cuánto podríamos aguantar. Algunos decían que lo mejor era
meterse en una barca e ir a Europa. Un día, jugando al fútbol en la
playa, vi a un grupo de gente que preparaba una barca. Por la cantidad
de personas y los bidones y materiales que estaban subiendo yo sabía que
no iban de pesca. Cuando me dijeron que habían organizado
el viaje algo me empujó a irme con ellos. Tardamos siete días en llegar a Canarias.
¿Cómo fueron esos siete días?
Muy duros. Para mí lo peor fue ver a la gente sufrir. Yo tenía mucha
experiencia del mar, pero en la embarcación estábamos noventa y cuatro
personas, y la mayoría no sabían nada. Los primeros días sufrieron el
mal del mar,
vomitando, y algunos empezaron a perder la memoria. Nos metimos en
altamar para sortear los guardacostas y fue complicándose más. Un día,
de madrugada, se oyó caer a una persona al agua. Nos levantamos
rápidamente y nos pusimos a mirar por todas partes pero aunque el agua
estaba limpia y clara no logramos ver a nadie. Cayó como una piedra y
desapareció. La gente entró en pánico. Y justo esa tarde el mar se puso
más furioso. Entraba agua por todas partes y el motor empezó a mojarse y
a funcionar mal. Los que éramos pescadores llegamos a un acuerdo.
Aguantaríamos por la tarde y por la noche, cuando el mar estuviera más
calmado, avanzaríamos. Y así lo hicimos
¿Y funcionó?
Sí, avanzamos mucho, pero nos quedamos sin agua y mucha comida se
mojó. Hicimos algo de arroz que había quedado, con agua de mar. La
gente, muy cansada, volvió a entrar en pánico. Teníamos un GPS que no
funcionaba pero yo pensaba que no quedaría mucho para llegar, porque
vimos algo de basura flotando. De pronto, llegó una paloma y se posó en
la barca. Seguramente se había perdido o era un ángel protector. Lo que
sí sabía es que había recorrido unos kilómetros que nosotros podríamos
recorrer. Volvió a levantar el vuelo y marchó en la dirección en la que
íbamos. Llegamos a Tenerife por la noche.
Serigne Mbaye el día de la entrevista. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo
¿Cómo te sentiste al llegar?
Mi preocupación no era por mí, sino por lo mal que lo estaban pasando
los demás. Durante la travesía vimos barcas hundidas, zapatos, chalecos
e incluso a gente flotando. Fue una liberación cuando llegamos porque
me sentía muy responsable.
¿Cuál es ahora tu situación?
Después de mucho tiempo y muchos problemas, durante los que me
dediqué a la venta en la manta, sufrí las detenciones policiales y
trabajé puntualmente en la obra, una época infernal, al final he
conseguido la nacionalidad y ahora estoy trabajando en un restaurante
agroecológico y vegetariano, El Fogón Verde, un proyecto basado en la
economía social. Somos una cooperativa en la que no hay un jefe, sino
varios socios que decidimos todo por asamblea. Hay igualdad de derechos,
algo que no he experimentado en muchos trabajos anterior por ser
extranjero subsahariano. Tenemos horarios que respetan el descanso y un
salario digno. Y el hecho de que en nuestras hortalizas no se usen
productos químicos me encanta y me recuerda de dónde vengo. Pienso en mi
padre y en los buenos años de la agricultura. La llegada de los
productos químicos dejó las tierras secas e improductivas. Por eso me
gustó este proyecto con el que intentamos reducir la huella ambiental
apoyando a pequeños productores locales.
¿Tu gran sueño?
Soy muy activista y estoy en asociaciones como la Asociación Sin
Papeles o el Sindicato de Manteros y Lateros. El sueño que tengo es el
de un mundo mejor en el que haya igualdad de derechos. Todos tenemos
derecho a vivir libremente y poder viajar. Si soy español y esta tarde
hay billete para Senegal, lo compro en el aeropuerto y me voy. Si soy
senegalés, estoy en Dakar y veo un billete para España no puedo
comprarlo y usarlo. Tengo que hacer trámites, ir al consulado, pedir un
visado y me piden miles de papeles. Puedo tardar años, si hay suerte, y
en muchos casos no te los dan. Esta desigualdad de derechos es algo que
tiene que desaparecer. Ahora estoy bien, porque tengo los papeles. Pero
si salgo a la calle con mi hermano, un amigo o un primo, nos para la
policía y a él le llevan a la comisaría. Me siento como si no fuera
igual que él y él siente que no es igual que yo. ¿Qué es lo que nos
diferencia? Una tarjeta que hace que él no pueda gozar de los mismos
derechos que yo. Afecta tanto a mi vida que mi lucha está dedicada a
terminar con esto. Es en lo que creo y lo que me hace feliz.
¿Eres optimista?
Soy muy optimista. Últimamente hay muchos discursos en contra de la
inmigración y los inmigrantes pero también vemos a muchas personas más
consciente de lo que está pasando. La gente tiene que saber que somos
vecinos y que sus políticas deben incluirnos. Yo he llegado a formar
parte de este proyecto gracias al apoyo de muchos amigos. Durante estos
años he podido aprender el idioma y he demostrado que tengo
cualificación. Entre los manteros hay mucha gente que puede hacer mucho
más que yo. Solo necesitan una oportunidad.