Al contrario que en la tradición cristiana (ver la famosa Carta de San Pablo a los Corintios), no existe en los orígenes del hiyab un componente sexista ni discriminatorio
Opinión - 22/04/2010 8:37 - Autor: Abdennur Prado - Fuente: El País
Najwa Malha, alumna del instituto Camilo José Cela de Pozuelo (Madrid)
El caso de Najwa Malha ha reabierto el debate sobre el hiyab. Oímos incluso voces que reclaman la prohibición total del velo, con el argumento de que “es discriminatorio hacia las mujeres”. Resulta curioso como la extrema derecha se apropia de los valores democráticos para lograr sus objetivos, siempre con el ideario de la defensa de la identidad nacional como bandera. Y en esta lucha han encontrado un aliado inesperado: lo que las feministas del tercer mundo califican como feminismo eurocéntrico o colonial favorece sin duda el discurso identitario, la mirada paternalista y represora hacia las minorías.
Entre las declaraciones que hemos escuchado estos días, tal vez la más chirriante ha sido la de Rosa Díaz, líder del partido españolista UPyD. Según Díaz, habría que prohibir el velo islámico en los espacios públicos. Una vez más la confusión entre la obligada neutralidad de las instituciones y la libertad de las personas a profesar sus convicciones. En este caso a la libertad de imagen. Alguien debería impartirle a Rosa Díez un curso de urgencia sobre laicismo y derechos fundamentales.
Desde la Junta Islámica Catalana hemos criticado la imposición del hiyab allí donde suceda. Hemos defendido la libertad individual de las mujeres (aunque, ¿qué libertad tienen las adolescentes sometidas a la tiranía de la moda?). En el caso de la escolarización, defendemos el artículo 18 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que establece precisamente del derecho a manifestar la religión “individual y colectivamente, tanto en público como en privado”.
También defendemos el artículo 10 de la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, los artículos 13 y 14 de la Convención sobre los Derechos del Niño. Llamamos a respetar el artículo quinto de la Declaración Universal de la UNESCO sobre la diversidad cultural: “toda persona tiene derecho a una educación y una formación de calidad que respete plenamente su identidad cultural”. Y nos preguntamos: ¿puede el reglamento de un centro escolar estar en contra de todas estas normas internacionales de rango superior?
Pero más allá de la cuestión de derecho, que es sumamente clara, lo que nos proponemos con este artículo es contestar a la pregunta sobre si el hiyab es o no es discriminatorio. De entrada, desafío a todos aquellos que insisten en que el hiyab es un símbolo machista, a citar una sola fuente de referencia para los musulmanes (esto es: el Corán y los dichos del Profeta) en la cual se establezca el hiyab como signo de sumisión de la mujer al hombre. Ya les adelanto que no lo encontrarán. Al contrario que en la tradición cristiana (ver la famosa Carta de San Pablo a los Corintios), no existe en los orígenes del hiyab un componente sexista ni discriminatorio.
En su libro ‘El harén político’, la feminista marroquí Fatima Mernissi ha analizado las circunstancias de la revelación del versículo coránico que muchas musulmanas interpretan como una obligación de cubrirse la cabeza con un velo. En la comunidad de Medina las mujeres que salían de sus casas por las noches eran objeto de acoso sexual, y en ese momento se reveló el versículo en cuestión (Corán 59:33), como un signo de protección. En palabras de Mernissi: “el hiyab es una respuesta a la agresión sexual”.
Posteriormente, en los códigos de familia elaborados a partir del siglo IX, en el contexto de sociedades machistas y patriarcales, se estableció la obligatoriedad del hiyab, como una prenda que indica la modestia y sumisión de la mujer. Muchas han sido las mujeres que desde entonces se han rebelado contra esta imposición, reivindicando su libertad, desde su condición de mujeres musulmanas, mucho antes de que en occidente oyésemos hablar de feminismo.
Sin embargo, de esta deriva histórica no se puede inferir que el uso del hiyab sea necesariamente discriminatorio. En la actualidad, si nos remitimos a las prácticas culturales, nos vemos abocados a la pluralidad de las mismas. Existen mujeres que usan hiyab por creer que se trata de un requisito de su religión, o por afirmar la tradición, o como signo de su espiritualidad, o por imposición de sus familias, o como signo de su pertenencia a una comunidad, o simplemente por coquetería. O por otra cosa, o por todo ello al mismo tiempo.
Con la llegada de la colonización, en determinados contextos el hiyab pasó a tener un significado político. Los franceses organizaron quemas públicas de velos en Argelia, convertido en un signo de resistencia anti-imperialista. Ante las prohibiciones realizadas por tiranos pro-occidentales como el Shah de Persia, hubo una reacción pro-hiyab, vinculada a la defensa de las propias tradiciones. Actualmente, las teocracias iraní y saudí imponen códigos de vestimenta que coartan la libertad y el derecho de las mujeres a su propia imagen, lo cual ha venido a reforzar los estereotipos sobre el tema.
Por si fuera poco, existe una tendencia llamada ‘hiyab fashion’, arraigada entre la alta burguesía de Oriente Medio, con sus desfiles de modelos, con toda la parafernalia que envuelve a un producto de consumo. En este caso sí podrías considerarse como discriminatorio, tanto como pueda serlo un pañuelo de Hermes.
El significado del hiyab varía según las circunstancias, lugares y personas. Es por tanto algo subjetivo. Existen mujeres de zonas rurales del Magreb que lo usan por costumbre, con una dignidad envidiable. Pero también existen brillantes intelectuales musulmanas con hiyab, con un discurso antipatriarcal que haría palidecer a nuestras feministas oficiales. Como anécdota curiosa, durante el II Congreso Internacional de Feminismo Islámico, la líder de una organización británica de musulmanas lesbianas me presentó a su novia: una chica indonesia con hiyab. ¿También el hiyab que llevaba esta mujer es un símbolo de la opresión machista?
La conclusión es evidente: el uso del hiyab no es necesariamente una práctica discriminatoria. Y esto es algo evidente para cualquiera que esté dispuesto a superar el racismo en el cual los europeos somos educados. Lástima que numerosos políticos y creadores de opinión prefieran aferrarse a sus pre-juicios, que los conducen a una actitud de arrogante superioridad frente a las ‘culturas inferiores’. Una postura que va contra las libertades individuales, favorece el avance de la extrema derecha y refuerza a aquellos sectores dentro de las comunidades musulmanas que aconsejan a los musulmanes el no mezclarse con una sociedad que los rechaza. Entramos así en un círculo vicioso, tendente a provocar una fractura en el seno de nuestra sociedad. Esta es en el fondo el discurso contra el hiyab: el linchamiento de las minorías como estrategia política. ¡Una fiesta para Le Pen!
AULA DE INMERSIÓN LINGÜÍSTICA CUENCA DEL NALÓN Y CAUDAL (SEDE EN: I.E.S. CUENCA NALÓN. LA FELGUERA. LANGREO)
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