Dejad de intentar 'salvar' África
El otoño pasado, poco después de volver de Nigeria, me abordó una vivaracha universitaria rubia, cuyos ojos azules parecían a juego con las cuentas «africanas» que le rodeaban las muñecas.
«¡Salvad Darfur!», gritaba desde detrás de una mesa cubierta con panfletos que urgían a los estudiantes: «ACTUAD AHORA. DETENED EL GENOCIDIO EN DARFUR.»
Mi aversión a que los universitarios se suban al carro de las causas sociales de moda casi me hizo seguir caminando, pero su siguiente grito me detuvo.
«¿No quieres ayudarnos a salvar África?», aulló.
Parece que hoy en día, destrozado por el sentimiento de culpabilidad de la crisis humanitaria que ha creado en Oriente Próximo, Occidente se ha vuelto hacia África en busca de redención. Universitarios idealistas, famosos como Bob Geldof y políticos como Tony Blair se han unido en su misión de arrojar luz sobre el continente oscuro. Llegan en avión para sus breves estancias y misiones de búsqueda de datos o para recoger niños que adoptan del mismo modo en que mis amigos y yo en Nueva York vamos en metro hasta la perrera para adoptar perros vagabundos.
Ésta es la nueva imagen que Occidente tiene de sí mismo: una generación sexy y políticamente activa, cuyo medio preferido de divulgar la verdad es el de las separatas en las revistas que muestran famosos en primer plano sobre un fondo de africanos abatidos. No importa en absoluto que las estrellas que han enviado para socorrer a los nativos con frecuencia estén, por voluntad propia, tan esqueléticas como aquellos a los que desean ayudar.
Quizá resulta de mayor interés el lenguaje que se utiliza para describir a los africanos a quienes «salvan». Por ejemplo: la campaña publicitaria con el lema 'Keep a Child Alive/«I am African»' (mantén vivo a un niño/soy africano/a) muestra retratos de famosos occidentales, blancos en su mayor parte, con «marcas tribales» pintadas en la cara que se asoman por encima de la frase «I AM AFRICAN» en letras resaltadas. Por debajo, con una letra de tamaño menor, puede leerse: «Ayúdanos a frenar la matanza».
Tales campañas, sin importar todas sus buenas intenciones, promueven el estereotipo de África como un agujero negro de muerte y enfermedad. Las noticias se centran constantemente en líderes corruptos del continente, señores de la guerra, conflictos «tribales», niños trabajadores y mujeres desfiguradas por los malos tratos y la mutilación genital. Estas descripciones se muestran bajo titulares como: «¿Puede Bono salvar África?» o «¿Salvará África Brangelina?» La relación entre Occidente y África ya no se basa en creencias abiertamente racistas, pero dichos artículos recuerdan los informes del punto álgido del colonialismo europeo, cuando se enviaban misioneros a África para que pudiésemos acceder a la educación, a Jesucristo y a la «civilización».
Todos los africanos, y me incluyo entre ellos, apreciamos la ayuda del mundo exterior, pero nos preguntamos si esta ayuda es genuina o nos la ofrecen con la intención de afirmar la superioridad de su propia cultura. Me siento desmoralizado cada vez que asisto a un acto benéfico cuyo anfitrión recita una letanía de desastres africanos antes de presentar a una persona (habitualmente) blanca y rica, que suele enumerar todo lo que ha hecho por los pobres africanos hambrientos. Siento vergüenza cada vez que un estudiante universitario habla de los bailes de los campesinos agradecidos por su ayuda. Cada vez que un director de Hollywood rueda una película sobre África con un protagonista occidental, me niego a aceptarla porque, por mucho que seamos personas reales, utilizan a los africanos como decorado de la idea fantasiosa que Occidente tiene de sí mismo. Y no sólo tienden dichos retratos a pasar por alto el papel fundamental de Occidente en la creación de muchas de las desdichadas situaciones del continente, sino que también ignoran el enorme trabajo que los africanos han hecho, y continúan haciendo, para resolverlas.
¿Por qué suelen hablar los medios de cómo «los señores coloniales concedieron la independencia» a los países africanos en vez de relatar cómo lucharon y derramaron su sangre por la libertad? ¿Por qué reciben Angelina Jolie y Bono tanta atención por su trabajo en África cuando rara vez se menciona a Nwankwo Kanu o Dikembe Mutombo, ambos africanos? ¿Por qué recibe un antiguo diplomático estadounidense de grado medio más atención por sus correrías de vaquero en Sudán que los numerosos países de la Unión Africana que han enviado alimentos y soldados y que han dedicado innumerables horas a intentar negociar un acuerdo entre todas las partes de ese conflicto?
Hace dos años trabajé en un campamento para desplazados internos en Nigeria, supervivientes de un alzamiento que acabó con la vida de unas mil personas y desplazó a otras doscientas mil. Según su costumbre, los medios occidentales informaron sobre la violencia, pero no sobre el trabajo humanitario que los gobiernos estatal y local, sin demasiada ayuda internacional, dedicaron a los supervivientes. Los trabajadores sociales dedicaron su tiempo y, en muchos casos, sus propios salarios para ocuparse de sus compatriotas. Estas son las personas que están salvando África junto con otras como ellas en todo el continente, que tampoco reciben reconocimiento alguno por su trabajo.
El mes pasado, el grupo de las ocho naciones más industrializadas y un montón de famosos se reunieron en Alemania para ponerse de acuerdo, entre otras cosas, sobre cómo salvar África. Espero que antes de que organicen otra cumbre parecida la gente se dé cuenta de que África no quiere que la salven. Lo que África quiere es que el mundo reconozca que nosotros somos capaces acceder al desarrollo por nosotros mismos mediante asociaciones justas con otros miembros de la comunidad global.
- Visto en Rebelión.
- Traducción: Mar Rodríguez. Edición: Manuel Talens
«¡Salvad Darfur!», gritaba desde detrás de una mesa cubierta con panfletos que urgían a los estudiantes: «ACTUAD AHORA. DETENED EL GENOCIDIO EN DARFUR.»
Mi aversión a que los universitarios se suban al carro de las causas sociales de moda casi me hizo seguir caminando, pero su siguiente grito me detuvo.
«¿No quieres ayudarnos a salvar África?», aulló.
Parece que hoy en día, destrozado por el sentimiento de culpabilidad de la crisis humanitaria que ha creado en Oriente Próximo, Occidente se ha vuelto hacia África en busca de redención. Universitarios idealistas, famosos como Bob Geldof y políticos como Tony Blair se han unido en su misión de arrojar luz sobre el continente oscuro. Llegan en avión para sus breves estancias y misiones de búsqueda de datos o para recoger niños que adoptan del mismo modo en que mis amigos y yo en Nueva York vamos en metro hasta la perrera para adoptar perros vagabundos.
Ésta es la nueva imagen que Occidente tiene de sí mismo: una generación sexy y políticamente activa, cuyo medio preferido de divulgar la verdad es el de las separatas en las revistas que muestran famosos en primer plano sobre un fondo de africanos abatidos. No importa en absoluto que las estrellas que han enviado para socorrer a los nativos con frecuencia estén, por voluntad propia, tan esqueléticas como aquellos a los que desean ayudar.
Quizá resulta de mayor interés el lenguaje que se utiliza para describir a los africanos a quienes «salvan». Por ejemplo: la campaña publicitaria con el lema 'Keep a Child Alive/«I am African»' (mantén vivo a un niño/soy africano/a) muestra retratos de famosos occidentales, blancos en su mayor parte, con «marcas tribales» pintadas en la cara que se asoman por encima de la frase «I AM AFRICAN» en letras resaltadas. Por debajo, con una letra de tamaño menor, puede leerse: «Ayúdanos a frenar la matanza».
Tales campañas, sin importar todas sus buenas intenciones, promueven el estereotipo de África como un agujero negro de muerte y enfermedad. Las noticias se centran constantemente en líderes corruptos del continente, señores de la guerra, conflictos «tribales», niños trabajadores y mujeres desfiguradas por los malos tratos y la mutilación genital. Estas descripciones se muestran bajo titulares como: «¿Puede Bono salvar África?» o «¿Salvará África Brangelina?» La relación entre Occidente y África ya no se basa en creencias abiertamente racistas, pero dichos artículos recuerdan los informes del punto álgido del colonialismo europeo, cuando se enviaban misioneros a África para que pudiésemos acceder a la educación, a Jesucristo y a la «civilización».
Todos los africanos, y me incluyo entre ellos, apreciamos la ayuda del mundo exterior, pero nos preguntamos si esta ayuda es genuina o nos la ofrecen con la intención de afirmar la superioridad de su propia cultura. Me siento desmoralizado cada vez que asisto a un acto benéfico cuyo anfitrión recita una letanía de desastres africanos antes de presentar a una persona (habitualmente) blanca y rica, que suele enumerar todo lo que ha hecho por los pobres africanos hambrientos. Siento vergüenza cada vez que un estudiante universitario habla de los bailes de los campesinos agradecidos por su ayuda. Cada vez que un director de Hollywood rueda una película sobre África con un protagonista occidental, me niego a aceptarla porque, por mucho que seamos personas reales, utilizan a los africanos como decorado de la idea fantasiosa que Occidente tiene de sí mismo. Y no sólo tienden dichos retratos a pasar por alto el papel fundamental de Occidente en la creación de muchas de las desdichadas situaciones del continente, sino que también ignoran el enorme trabajo que los africanos han hecho, y continúan haciendo, para resolverlas.
¿Por qué suelen hablar los medios de cómo «los señores coloniales concedieron la independencia» a los países africanos en vez de relatar cómo lucharon y derramaron su sangre por la libertad? ¿Por qué reciben Angelina Jolie y Bono tanta atención por su trabajo en África cuando rara vez se menciona a Nwankwo Kanu o Dikembe Mutombo, ambos africanos? ¿Por qué recibe un antiguo diplomático estadounidense de grado medio más atención por sus correrías de vaquero en Sudán que los numerosos países de la Unión Africana que han enviado alimentos y soldados y que han dedicado innumerables horas a intentar negociar un acuerdo entre todas las partes de ese conflicto?
Hace dos años trabajé en un campamento para desplazados internos en Nigeria, supervivientes de un alzamiento que acabó con la vida de unas mil personas y desplazó a otras doscientas mil. Según su costumbre, los medios occidentales informaron sobre la violencia, pero no sobre el trabajo humanitario que los gobiernos estatal y local, sin demasiada ayuda internacional, dedicaron a los supervivientes. Los trabajadores sociales dedicaron su tiempo y, en muchos casos, sus propios salarios para ocuparse de sus compatriotas. Estas son las personas que están salvando África junto con otras como ellas en todo el continente, que tampoco reciben reconocimiento alguno por su trabajo.
El mes pasado, el grupo de las ocho naciones más industrializadas y un montón de famosos se reunieron en Alemania para ponerse de acuerdo, entre otras cosas, sobre cómo salvar África. Espero que antes de que organicen otra cumbre parecida la gente se dé cuenta de que África no quiere que la salven. Lo que África quiere es que el mundo reconozca que nosotros somos capaces acceder al desarrollo por nosotros mismos mediante asociaciones justas con otros miembros de la comunidad global.
- Visto en Rebelión.
- Traducción: Mar Rodríguez. Edición: Manuel Talens
- Uzodinma Iweala es el autor de Beasts of No Nation, una novela sobre los niños soldados.
- Mar Rodríguez y Manuel Talens son miembros de Rebelión y Tlaxcala.