Ambas tradiciones son completamente distintas y, en realidad, la combinación que vivimos es indisociable al avance cultural y globalizado al que estamos sometidos a través de los medios de comunicación y la cercanía de los países. Aunque sabemos que es así, no podemos dejar de preferir el ancestral día de muertos, en el que las costumbres del México prehispánico se enaltecen y recuerdan. Aquí algunas razones para preferir el día de muertos en lugar del Halloween.
Mantener viva nuestra historia
El 1 y 2 de noviembre se celebran, respectivamente, el día de todos los santos y el de los fieles difuntos. Destinados para rendir culto a nuestros antepasados. En toda la República Mexicana, el pueblo se congrega ante sus muertos y, en un ritual mítico, los difuntos regresan. En tiempos prehispánicos los mexicas, mixtecas, zapotecas, tlaxcaltecas, totonacas y otros, celebraban a sus muertos el noveno mes del calendario nahua y el décimo mes del año, al final del ciclo agrícola del maíz, calabaza, garbanzo y frijol. Los mexicas suponían que había tres inframundos a donde se dirigían los muertos, según el tipo de muerte al que se habían enfrentado: el Mictán, lugar de los muertos, poco favorable donde iban las almas no elegidas por los dioses; el Tlalocan y el tercero conformado por Cihuatlampa y Mocihuaquetzque, donde los difuntos iban al sol.
Cuando se mezcló con las tradiciones católicas se cambió de fecha, pero la alegoría y fiesta entorno a ella continuó. Se realizó un sincretismo cultural intenso en el que tanto España como México, aportaron con sus costumbres para darle color a la fiesta que ahora conocemos.
El pan de muerto
En la época prehispánica se realizaban distintos panes que se utilizaban como ofrendas para los muertos o los espíritus. En la actualidad, los panes de muerto son diversos en todo el país. En el centro se utilizan bolitas de pan que representan los huesos y se colocan encima del óvalo de pan. En otras regiones se realizan panes con forma de esqueleto o antropomorfos; las encaladillas, con masa parecida a la galleta; en Texcoco el pan conejo, que tiene manteca, nuez, guayaba y canela es el tradicional; en Guerrero resaltan los panes llamados camarones y aquellos con figuras de animales, como peces, perros o mariposas, igual que en Acámbaro, Guanajuato.
En Tula, se hacen gorditas de masa con arena de hormiguero; en Michoacán existe un pan típico llamado “pan de hule”, que lleva en la parte superior una dedicatoria para el difunto; el rosqueta, hecha con hojas de plátano, anís y piloncillo o las corundas, hechas de masa de maíz y un punto de salsa de tomate con chile de árbol, envuelto en hojas de milpa verde, son algunos de los que podemos apreciar. Aunque estos son los más representativos, existen otros tipos distintos de panes a lo largo de toda la república que representan a los muertos de cada hogar .
Antes de la conquista se sacrificaba el corazón de una doncella y, revuelto con amaranto, quien encabezara el ritual de la festividad, lo mordía como agradecimiento a su Dios. A la llegada de los españoles se prohibió el ritual y se elaboró un pan de trigo en forma de corazón, bañado en azúcar pintada de rojo y así comenzó la tradición del pan de muerto.
Las ofrendas
Las ofrendas son una parte infaltable de la tradición del día de muertos, aquellas que nos permiten compartir y convivir con los difuntos. Ellos, por otra parte, pueden absorber la esencia de los más deliciosos manjares en ese día de visita al mundo de los vivos. Pero también es el ejemplo más claro de unión cultural: los españoles pusieron algunas flores y veladoras, los indígenas el copal, la comida y la flor de cempasúchil.
Esos elementos ahora son indispensables, pues cada uno representa un ingrediente espiritual: el agua mitiga la sed después del largo recorrido, alumbra el camino y simboliza la pureza del alma; la sal sirve para que el cuerpo no se corrompa en su viaje de ida y vuelta; las veladoras significan la luz, la fe y la esperanza, es la guía del camino que permite alumbrar el hogar, en algunos lugares, cada vela representa a un difunto. El incienso, por otro lado, limpia el lugar de los malos espíritus para que el alma entre al hogar sin ningún peligro; las flores son símbolo de festividad y también sirven para guiar al difunto hacia la ofrenda. El pan representa la eucaristía. Y por último, los alimentos preferidos del difunto, aquellos que disfrutará, al menos en esencia, se convierten en el centro de la ofrenda, lo más importante.
Recordar a nuestros muertos y celebrar a la muerte
El día de muertos nos sirve para recordar a nuestros difuntos y saber que, aunque ya no están presentes, permanecerán en nuestra memoria. A muchos, ese día les sirve como consuelo, pero para la mayoría de nosotros, el día de muertos es de fiesta y alegría. Al mexicano no le da miedo la muerte, la respeta y admira, pero también se burla de ella y la hace parte de su vida cotidiana. La muerte no es un símbolo de miedo o terror, como lo es en muchas culturas, la muerte, en México, también es símbolo de fiesta. Adornamos nuestros hogares con papel picado y flores porque le damos la bienvenida. Vamos a los panteones porque visitamos a nuestros antepasados con una sonrisa y gran alegría, porque es el único día en el que vivos y muertos convivimos.
Las catrinas como símbolo mexicano
En México, tenemos tan arraigado el símbolo de la muerte que decidimos representarlo en nuestras obras de arte y pinturas. El primero que lo hizo fue José Guadalupe Posada, quien criticó a la sociedad mexicana y a quienes se creían europeos pero tenían más rasgos indígenas que cualquiera, a los que llamó garbanceros. Su calavera no tenía ropa, solamente un sombrero que le servía para burlarse de aquellos que querían aparentar un estilo de vida que no les correspondía. Después, Diego Rivera la bautizó con el nombre de Catrina y adaptó su forma a la que hoy conocemos, pintándola en su mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central. Desde ese momento, la Catrina ha servido como representación de México y el día de muertos, el papel picado la retoma, y los adornos que acompañan a estas fiestas, la utilizan como símbolo del mes.
Recordar nuestras leyendas
Noviembre es un mes de misterio. Las calles se vuelven más frías, recordamos a nuestros muertos pero también recordamos a los demás, a aquellos que han causado impacto en la tradición de nuestro país y permanecen como las leyendas más terroríficas, aquellas que son capaces de provocar terribles espantos. La Llorona, La Planchada o la bruja de Naica, aterrorizan las calles con más ímpetu en esos días, pues sabemos que el mundo de los muertos y los vivos tiene una conexión más profunda y, ese, es el pretexto perfecto para recordarla - See more at: http://culturacolectiva.com/por-que-el-dia-de-muertos-es-mejor-que-halloween/#sthash.De1Vc4mR.dpuf