miércoles, 13 de diciembre de 2017

Cuentos

Cuentos viajeros: ocho historias narradas por niños refugiados

Una princesa viajera o un rey cazado son algunos de los protagonistas de Cuentos viajeros, un libro que recopila cuentos escritos por niños refugiados que huyen de la guerra.

Cuentos viajeros
Ilustración del libro 'Cuentos viajeros'.

publicado
2017-11-06 11:07:00
Érase una vez un rey al que le gustaba la cacería (y no se llamaba Juan Carlos, ni había sido reinstaurado al trono por el mismísimo Franco). Un día, una mujer mágica y sabia le hace embarcar en un viaje de reflexión sobre las consecuencias de sus actos. Así empieza el Cuento de un Rey Cazador, inventado por Ghaida, una niña síria de 12 años que entonces se encontraba en Grecia esperando su ubicación en el marco del plan de relocalización europeo y una de las muchas pequeñas autoras que contribuyeron para crear el libro Cuentos Viajeros.
Cuando me senté con Ghaida para jugar a inventar cuentos, al empezar el proyecto, nada podría haberme preparado para la aventura que tenía delante. Ghaida hablaba bien inglés, pero le faltaba algo de vocabulario. Así que, al no conocer la palabra en inglés para “cazador”, me explicó que el rey “le hacía a los animales del bosque lo que hace la policía a nosotros, cuando viene detrás nuestro y nos dispara”. Era el cuento por detrás del cuento: ella eligió que su protagonista fuera, no un héroe cubierto de justicia y razón, sino el perpetrador de una injusticia que se ve forzado por las circunstancias a ponerse en la piel de sus víctimas. Así, el rey aprende a empatizar con ellas y pasa a protegerles de otros cazadores en su reino.

El libro Cuentos Viajeros, que incluye ocho historias inventadas por niñas y niños refugiados de Siria y Kurdistán, nace en Grecia a partir de unas ideas aparentemente sencillas: a través de talleres, los pequeños inventaron sus propios cuentos de hadas, que fueron ilustrados y traducidos a diversas lenguas por 23 personas de distintas partes del mundo. A los cuentos les acompaña una introducción y un epílogo, también en forma de cuento, para apoyar a los adultos que quieran hablar con sus pequeños lectores sobre lo que está pasando en Grecia. Está disponible en castellano, catalán, euskera, portugués, inglés, italiano, alemán, holandés y griego.

Queríamos romper con la narrativa dominante sobre personas refugiadas, que las retrata únicamente como víctimas o, incluso, como amenaza. Lejos de olvidar que son –sí– víctimas de la guerra y la persecución en sus países de origen, y de políticas discriminatorias en Europa, había que ir más allá y desafiar esa narrativa reductora y casi deshumanizadora. Porque las personas no nos definimos solo por las tragedias a las que hemos sobrevivido; además de los dolores que llevamos marcados en el alma, todos tenemos también una inmensa capacidad creativa, formas de ver el mundo, esperanzas y deseos.
La princesa Amira, su protagonista, no es una princesa común. Cuando el hada le dio a elegir un deseo, Amira decidió viajar por el mundo, conocer y aprender todo lo que pudiera.

A esta imagen reduccionista y colonialista, le desafían también el grupo de niñas y niños del campo de Oreokastro, en Tesalónica, que inventaron su cuento colectivamente en una asamblea improvisada. Empecé el taller con dos chicas, pero todos los pequeños que estaban alrededor quisieron participar. “Llama a Fatma! –decía uno–, a ella se le da bien inventar cosas!”. La Fatma llegó y completó el equipo: de pronto diez pares de ojos brillaban de ilusión dentro de la pequeña tienda donde vivía toda una familia. La princesa Amira, su protagonista, no es una princesa común. Cuando el hada le dio a elegir un deseo, Amira decidió viajar por el mundo, conocer y aprender todo lo que pudiera. Las pequeñas autoras debatieron largamente qué iba a querer la princesa. ¿Joyas?, ¿un vestido? ¿un príncipe quizá? Eran estereotipos, pero los estereotipos les aburrían. Amira nace en un siglo XXI en el que las mujeres queremos más, así que ella se lanza a la aventura. Después de mucho viajar, la princesa llega a Grecia, donde la frontera está cerrada. Amira decide, entonces, vivir junto a los refugiados que ahí esperan, pues encontró como migrante la felicidad que no tenía como princesa. Son los pequeños los que rebaten la visión colonialista: “¿Y por qué alguien que puede tenerlo todo no iba a querer ser como nosotras? Aquí también hay felicidad”.
Queríamos, además, fortalecer la cultura de solidaridad, más allá de una idea de caridad. La solidaridad que nace de ser capaz de realmente ver al otro, no solo como víctima pero como persona plena, niños como ellos; solidaridad como práctica cotidiana, como forma de vivir, como una inevitabilidad ética que surge del verse a sí mismo en el otro, pese a todas las diferencias que se suelen enfatizar entre un ‘nosotros’ y un ‘ellos’. Los cuentos son un diálogo directo entre niños-autores y niños-lectores, una ventana mágica dónde pueden encontrarse incluso a distancia.
Aunque los niños tenían espacio para decidir de forma autónoma que ideas querían desarrollar, el tema de la solidaridad es constante en el libro. Está ahí en la historia de la Niña en la Flor, que tras algunas desventuras es acogida en una nueva ciudad; también en el cuento de Jurab, el perrito que hablaba, que desarrolla todo su potencial una vez es acogido por dos amigos. O en el cuento que relata cómo tres conejitos que son adoptados por los dueños de un jardín de zanahorias aprenden que los problemas se pueden arreglar hablando con sinceridad y con el corazón abierto.
Los cuentos que inventaron no tienen un gran villano y un gran héroe. Muchos son historias de gente que demuestra su coraje enfrentándose a problemas casi cotidianos o a las dificultades de la vida

Los cuentos que inventaron no tienen un gran villano y un gran héroe. Muchos son historias de gente que demuestra su coraje enfrentándose a problemas casi cotidianos o a las dificultades de la vida. En este aspecto, revolucionan la estructura convencional de los cuentos infantiles, que dividen los personajes en buenos y malos y hacen triunfar al protagonista a través de la derrota de su enemigo. Nos recuerdan que en la vida, a menudo, a lo que hay que combatir es a nuestros propios miedos, inseguridades y bloqueos internos, y que ningún obstáculo es los bastante grande una vez abrazas, individual o colectivamente, tu propia fragilidad y la fuerza de tus sueños.
¿Quién diría, al final, que frente a una invasión alienígena, serían las gallinas del mundo las que expulsarían al invasor? Shahd, de 9 años, elige al que es quizá uno de los más vulnerables entre los animales como su protagonista, y hace de esa vulnerabilidad su mayor arma contra un enemigo intimidatorio. Su historia es un recuerdo poderoso de que hasta en las peores circunstancias encontramos héroes improbables. Como tanta gente que, con coraje y esperanza, enfrentó lo indecible para llegar a Grecia huyendo de la guerra. Como tanta gente creando proyectos solidarios imprescindibles en medio al caos de esta crisis humanitaria.
A los niños y niñas que participaron en el libro no les impusimos requisitos para sus invenciones. No tenían que encajarse en la estructura tradicional de los cuentos de hadas, y no lo hacen. Pero todas las niñas y niños han elegido darle a su historia un final feliz. Al largo del proceso, cada final feliz surgido de sus decisiones creativas fue un ejercicio radical de libertad que construimos y seguimos construyendo juntas. Este ejercicio se multiplica con las muchas personas que utilizan el libro en sus proyectos solidarios. Igualmente importante, el dinero recaudado a través de ls ventas de este libro servirá para financiar viviendas dignas para refugiados en Tesalónica. ¡Que poderosa es la imaginación como ejercicio de libertad colectiva!

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