Razias contra inmigrantes en el monte Gurugú
Desde ambos lados de la frontera, numerosas organizaciones y asociaciones denuncian y condenan la ‘caza del inmigrante’ ejercida durante este verano en el norte de Marruecos tras el encuentro de Mohamed VI y Juan Carlos I
Una limpieza étnica que ha dejado 5 muertos (reconocidos), más de 400 heridos y cerca de un millar de deportados, según han denunciado ante la ONU asociaciones como Caminando Fronteras, AMDH, Pateras de la Vida, Gadem, Alecma, Chabaka y ODT, entre otras
Actitud que no ha frenado las entradas a España de inmigrantes subsaharianos, que no ha servido para el mayor desarrollo de los países emisores ni de tránsito, que no ha hecho mejorar la imagen exterior ni el turismo en Marruecos, y que deja en tela de juicio la defensa de los derechos humanos en la Unión Europea y la vulnerabilidad de sus fronteras
Nada más comenzar a subir el monte Gurugú el olor a madera chamuscada te golpea la pituitaria. Durante el mes de agosto se han producido al menos cuatro incendios considerables en la ladera de este inerte volcán que da a Melilla, además de otros muchos en la cara posterior y los bosques cercanos.
El calor es sofocante desde primera hora de la mañana, el comienzo del ascenso es pedregoso y yermo, y conforme el terreno empieza a ponerse cuesta arriba uno tiene la sensación de que todo el mundo le observa.
Los lugareños que salen al paso parecen en un primer momento estar perfectamente aleccionados por las fuerzas de seguridad y los medios de comunicación marroquíes: tienen claro que el mayor problema en la zona es ‘el negro’. Y si les preguntas por los incendios, aseguran que la culpa no es sino de los negros, que ellos provocan los mismos para huir de la policía y así tener mayores posibilidades de acercarse a la valla de Melilla.
Pero si se conversa largo y tendido con alguno de ellos, al final, todos coinciden en que los inmigrantes pasan muchas penurias, que la policía los machaca a palos y que es raro no ver a diario a alguno malherido deambulando cerca de las carreteras.
A mitad de la subida, poco después del primer mirador, se encuentra la zona que los subsaharianos llaman ‘de paso’ porque era paso obligado para ir de los campamentos de una loma a los de la otra y viceversa. Además, esta gran explanada era utilizada por oenegés y melillenses para hacer reparto de ayuda humanitaria.
Ahora, y desde el pasado 15 de julio, hay un puesto de vigilancia permanente en el que no falta representación de la gendarmería real, las fuerzas auxiliares e incluso el ejército. Al menos doce hombres tienen controlada la única carretera de acceso al Gurugú. Su misión es servir de campamento base a las rondas de vigilancia por carretera y las redadas que se realizan por las laderas a pie. Además, se ocupan de apuntar las matrículas de todos los coches, miran que nadie haga fotos o tome vídeos y procuran que no lleven comida o enseres a los inmigrantes, ni siquiera las organizaciones encargadas de velar por su salud.
Una patrulla con seis hombres se prepara para subir en todoterreno. Llegarán hasta lo alto del macizo, seguirán camino de Segangan –un poblado cercano a Nador- y volverán de nuevo a la base; una rutina que se repite cada dos horas todos los días.
Si se sigue caminando, a ambos lados del asfalto el suelo comienza a estar extrañamente repleto de piedras, piñas y otros objetos dispuestos de tal forma que hacen sospechar que ha debido producirse más de una batalla campal entre subsaharianos y fuerzas del orden.
Más arriba, escondido tras unos árboles se encuentra Abu Bakr, un joven maliense que lleva casi tres años sobreviviendo en los bosques. Está más delgado que la última vez y se le nota muy cansado. Asegura que no puede más. Que desde mediados de julio las fuerzas de seguridad marroquíes están realizando entre dos y tres razias diarias por todo el monte. Informa de que ningún asentamiento queda ya en pie porque las fuerzas auxiliares llegan y echan de allí a sus moradores a palos. A los que detienen los llevan a la frontera con Argelia o a centros de reclusión. Todas las rústicas tiendas de campaña, las mantas, la comida, los papeles, los juguetes; toda pertenencia es acumulada en pequeños montones y quemada.
Esta represión contra la inmigración irregular en el norte del país se cobró en el mes de marzola vida de Clément, camerunés fallecido en el Gurugú por falta de atención médica tras un intento de entrada en Melilla. En mayo otro subsahariano era hallado sin vida en los bosques tras una fuerte redada policial; ese mismo mes fallecían cinco inmigrantes en la costa de Nador tras zozobrar su embarcación. Nada más comenzar el mes de julio, las organizaciones que trabajan con inmigrantes a ambos lados de la frontera denunciaban la muerte de otros cinco jóvenes en otra incursión brutal de las fuerzas auxiliares en los campamentos.
Estos son los datos que se han hecho públicos, pero instituciones como la Asociación Pro Derechos de la Infancia dicen tener indicios de al menos 17 muertos hasta mediados julio y la sospecha de que pueden ser muchos más. Aunque, la llamada ‘caza al inmigrante’ se recrudecía todavía más tras el comienzo del mes sagrado del Ramadán.
Todo comenzaba 48 horas antes de la visita del Monarca español al reino alauí a mediados de julio pasado, cuando el secretario de Estado de Seguridad, Francisco Martínez, hablaba de laespecial atención que merecían las fronteras de Melilla y Ceuta debido a la “fuerte presión migratoria”. Algo para lo que pedía se estrechara la colaboración con Marruecos y se destinaran más medios humanos.
Durante la visita del rey Juan Carlos I, calificada de “histórica”, se habló ya de la inmigración como el principal caso de “cooperación ejemplar” entre ministerios de ambos reinos, debido, según el embajador español en Rabat, Alberto Navarro, a la “espesa malla de intereses compartidos” por los dos países. Uno, España, que no quiere que entren más subsaharianos y otro, Marruecos, que vive principalmente del turismo y de las ayudas que llegan del otro lado del Mediterráneo y que desea acercarse cada día más a Europa. Tanto es así, que tras el encuentro entre monarcas, el presidente de Melilla, Juan José Imbroda, aseveraba que “Marruecos es cada día más un país europeo” y que “acabará dentro dela Unión Europea”, ya que es más “flanco sur de Europa que norte de África”.
Ese mismo día comenzaba la brutal presión policial sobre los subsaharianos en todo el territorio marroquí. Cientos de ellos eran deportados, abandonados en las carreteras o en el desierto. Comenzaban a llegar balsas de juguete a las costas de Cádiz y se disparaban los intentos de salto en el vallado melillense. Los inmigrantes que lograban eludir las redadas se la jugaban ante la desesperación: intentar por todos los medios pisar suelo español lo antes posible era la espada y la posibilidad de perecer a manos de la policía o de inanición en las dunas, la pared.
Entre el 22 y el 26 de julio se producían numerosos intentos de entrada a Melilla. En ellos más de 400 subsaharianos eran expulsados de la nación magrebí, cerca de doscientos resultaban heridos y dos jóvenes perdían la vida, uno a cada lado del vallado.
Ambos gobiernos aseguraban que las muertes se habían producido por causas naturales, “una parada cardiorespiratoria”, afirmaban desde la representación gubernativa en la ciudad autónoma, en un chico de 20 años con fuerzas para saltar una triple alambrada de más de seis metros de altura y que no tenía aparentes problemas de salud.
La realidad es que, de esos fatídicos días, todavía quedan jóvenes hospitalizados en Oujda, Nador y Rabat. Al menos tres perdieron un ojo, dos de ellos, con toda seguridad, tras impactar en sus rostros pelotas de goma antidisturbios. Otros tres han necesitado operaciones de columna debido a rotura de vértebras, desplazamiento o aplastamiento de las mismas. Dos han tenido que ser intervenidos con graves fracturas en la mandíbula y decenas presentaban huesos quebrados o fisurados, principalmente en brazos y piernas, debido a fuertes contusiones con bolas, palos, bastones y fusiles.
En este contexto, el jefe del Mando de Operaciones dela Guardia Civil, el teniente general Pablo Martín Alonso, en su visita a Melilla, daba las gracias a Marruecos por su “inestimable colaboración” en la protección del vallado; mientras que el secretario de Estado de Seguridad pedía “prudencia” a los agentes ante la desmesurada “violencia” con la que parecían actuar aquellas personas que se juegan la vida en un salto con el único propósito de no morir de hambre al otro lado.
Los pocos inmigrantes que se encuentran todavía en el monte –en su mayoría cameruneses y malienses- tienen un perfil muy definido: son hombres, jóvenes, fuertes, aunque se muestran agotados y malnutridos, y conocen bien la zona porque llevan mucho tiempo allí intentando entrar a Melilla.
Algunos, como Badi, lo han conseguido hasta en cuatro ocasiones, pero relata cómo en todas ellas agentes del Instituto Armado le apresaron y lo expulsaron a Marruecos por una de las numerosas puertas de la alambrada.
La Delegación del Gobierno en Melilla hablaba de que más de 10.000 subsaharianos esperan su oportunidad para entrar en las ciudades autónomas españolas, pero las organizaciones que trabajan con ellos en Marruecos aseguran que habrá unos 6.000 repartidos por todo el reino, que no todos tienen la intención de emigrar a España y que los que buscan conseguirlo no sólo lo intentan accediendo por Ceuta y Melilla, por lo que el número real sería mucho menor.
La mayoría de los que se localizaban en los bosques del Gurugú y no han sido heridos gravemente, asesinados o deportados, han huido a ciudades cercanas más seguras como Driuch, Taourirt o Guercif; otros han optado por bajar más al sur y refugiarse en la periferia de grandes urbes, como Rabat o Meknés, con más posibilidades de encontrar compañeros, refugio y comida; y los menos han vuelto a sus países de origen frustrados por tanto abuso.
Ibrahima, natural de Camerún, muestra los restos de las hogueras que los mkhaznis –miembros de las fuerzas auxiliares- hicieron hace unos días con sus enseres. Es casi mediodía y entre la espesura de los árboles se deja entrever un helicóptero que sobrevuela la zona. Es de color blanco, parece militar, pero no tiene ningún distintivo: ni escudo, ni siglas, ni números; nada. Es un helicóptero pirata. No es el único, los subsaharianos cuentan que hay otro de color caqui que también se desliza por encima de sus cabezas durante el día y que tampoco tiene inscripción alguna, pero aseguran que pertenece al ejército de Marruecos.
Sobrevuela lo que queda de los diezmados campamentos, al parecer, como medida disuasoria e intimidatoria, pero ya casi nadie permanece aquí. Además, la gran densidad forestal y el ensordecedor ruido que emiten las miles de chicharras y cigarrones apenas dejan ver ni oír este tipo de aparatos a pesar de estar a pocos metros de altura.
Ya en la cima de la montaña se encuentra otro control policial antes de coger la carretera rumbo a Segangan y Beni Sidel donde hasta este verano se levantaban pequeños asentamientos de subsaharianos. No queda ninguno, ya nadie mora allí. Los pocos supervivientes de las redadas han ido hacia los llamados ‘campamentos familiares’ que se extienden por la cadena de cerros boscosos entre Taouima y Selouan, más al suroeste, y en donde suelen refugiarse las mujeres y los niños.
Es difícil llegar, están muy escondidos y el camino hasta ellos es duro. Esto ha permitido que todavía se cobijen allí algo más de medio centenar de subsaharianos que van saliendo poco a poco de sus escondites cuando notan que la nueva presencia es amiga.
Es increíble ver cómo en el suelo van apareciendo montones de juguetes, ropas y comida quemadas. Decenas de restos de fogatas en las que los mkhaznis han ido carbonizando ensucesivas razias los escasos bienes materiales y alimentos que esta pobre gente pudiera haber acumulado.
Empieza a caer la tarde cuando aparece una docena de patrullas de las fuerzas auxiliares y comienzan con prisas a gritar, avasallar, tirar las ropas, cortar las cuerdas. A pillado a todo el campamento por sorpresa, las mujeres que jugaban con los niños no han tenido tiempo ni de incorporarse y nadie ha podido hacer acopio de sus pertenencias. Se viven momentos de mucha tensión: llantos, gritos, crispación, resignación. Cuanto hay, las fuerzas lo destrozan a su paso. Persiguen a todo el que se mueve, bastón en mano, y apresan a los más lentos. En total, ocho mujeres, cuatro de ellas embarazadas, y tres niños pequeños. Los hombres han logrado escapar.
Se los llevan en un autobús, custodiado por gendarmes y guiado por dos patrullas, a un centro de detención de inmigrantes en Berkane, a medio camino entre Melilla y Argelia. Este antiguo orfanato, sin condiciones de salubridad ni seguridad para vivir, es uno de las tres instalaciones que las autoridades alauíes han comenzado a utilizar en este periodo estival para retener a inmigrantes subsaharianos, normalmente de forma aleatoria, aunque en su mayoría son mujeres, niños y hombres muy jóvenes. Los otros dos centros se encuentran en las localidades de Zaio y Jerada, todos ellos en la región oriental de Marruecos.
La Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH) los ha calificado de centros de confinamiento y cárceles encubiertas, algo que desmienten las autoridades de país. Lo cierto es que si logras demostrar que perteneces a una asociación de ayuda a los inmigrantes puedes entrar sin problemas, eso sí, siempre que no tires fotos ni hagas vídeos; que les facilites tu nombre completo, tu número de teléfono y tu número de pasaporte; y, por supuesto, que confíen en ti tras un pequeño interrogatorio rutinario.
De regreso al Gurugú, se vuelve a ver una columna de humo que sale de la zona de los campamentos. Se oyen gritos y disparos. Mohamed, un chico del poblado a los pies del monte, informa de que los cameruneses, a los que él conoce, han huido y que hay al menos medio centenar de mkhaznis peinando la ladera. Algo más arriba han hecho un fuego grande y andan quemando los exiguos enseres que hayan podido encontrar.
Ya ha caído la noche. Un retén de casi una veintena de patrullas de las fuerzas auxiliares, que se pasa el día apostado en Farkhana –poblado fronterizo con Melilla-, comienza a desplegarse por las carreteras que circundan el vallado fronterizo del lado marroquí. En la otra parte, el perímetro comienza a reforzarse con varias patrullas de los Grupos de Reserva y Seguridad (GRS) dela Guardia Civil venidos desde distintos puntos dela Península. De nuevo se oye un helicóptero, es español, del Instituto Armado. Vuela por encima del contorno fronterizo alumbrando con un potente foco que te ciega a su paso.
No hay un momento de descanso para las fuerzas de seguridad ni para los inmigrantes. El norte de Marruecos se ha convertido en un campo de batalla en donde todos los medios disponibles son pocos para limpiar de subsaharianos no sólo los bosques sino también las ciudades, como en Tánger, donde la policía marroquí invade las casas donde habitan subsaharianos para deportarles sin mediar palabra. Allí un joven profesor congoleño con residencia legal en el país fue arrestado e introducido en una furgoneta policial de la que luego fue arrojado de cabeza a la calzada. Alexis Toussaint, que así se llamaba, fallecía días después en el hospital tangerino Mohamed V.
Tina, marfileña menor de edad, denunció que fue apresada días después y violada entre cinco agentes de la ley. Ismaila, estudiante senegalés, fue asesinado en Rabat el pasado 12 de agosto únicamente por ser negro en un autobús. Ellos son las víctimas conocidas y reconocidas en una ofensiva brutal sin precedentes por parte de las fuerzas marroquíes para la limpieza étnica de un territorio, el Rif, que desde el Gobierno y la casa real alauí han tenido olvidado durante décadas, y en defensa de unas fronteras, las de Ceuta y Melilla, que ellos mismos no reconocen.
Esta tensa situación ha propiciado que durante el mes de agosto más de trescientos inmigrantes hayan cruzado el Estrecho utilizando para ello hasta balsas hinchables de juguete, escapandode una muerte o deportación seguras en la mayoría de los casos.
Desde ambos lados de la frontera, numerosas organizaciones y asociaciones denuncian y condenan la ‘caza al inmigrante’ que se ha producido durante este verano.La Confederación General del Trabajo (CGT) cree necesario no olvidar que “los auténticos responsables de estos crímenes” no son otros que “la Unión Europea y el gobierno de España que firman acuerdos sobre inmigración con Marruecos para que con cuantiosas ayudas económicas hagan el trabajo sucio”.
La AMDH condena severamente los actos racistas producidos por la “violencia institucional” en el país, así como las políticas euro-marroquíes que tratan a los subsaharianos como “delincuentes” y “rehenes” sin contar con “los intereses y los derechos de las personas”.
Todos coinciden en que desde hace meses, la política de inmigración coordinada entre ambos estados, está conllevando un creciente abuso de los derechos humanos fundamentales a través de una violencia explícita y extrema. Una actitud que no ha frenado las entradas a España de inmigrantes subsaharianos, que no ha servido para el mayor desarrollo de los países emisores ni de tránsito, que no ha hecho mejorar la imagen exterior ni el turismo en Marruecos, y que deja en tela de juicio la defensa de los derechos humanos en la Unión Europea y la vulnerabilidad de sus fronteras.
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