viernes, 24 de octubre de 2014

Premio d ela Concordia

Una mujer que clama



Caddy Adzuba durante una charla en Sant Boi de Llobregat. / Andrés Pino Bueno
El pasado 3 de septiembre, el jurado del Premio Príncipe de Asturias de la Concordia 2014, reunido en Oviedo, decidió conceder el galardón a Caddy Adzuba “como símbolo de la lucha pacífica contra la violencia que afecta a las mujeres, la pobreza y la discriminación, a través de una labor arriesgada y generosa”. Este lacónico comunicado no dice mucho sobre la ganadora y la situación a la que se enfrenta a diario en su país, la República Democrática del Congo (RDC), donde se produce la violación sistemática de los derechos humanos.
La población de la RDC lleva más de 20 años soportando a diario todo tipo de violencia. Asesinatos, saqueos y violaciones constituyen el día a día de miles de mujeres y hombres ante la indiferencia del gobierno y de la comunidad internacional. Además, la mayoría de los responsables de estos crímenes nunca son juzgados. El que estas personas se libren de la justicia tiene como consecuencia, entre otras muchas, que se instale una cultura de impunidad en el país, que que fomenta que continúe la violencia y, en definitiva, que fracase el Estado de derecho.
En mayo de 2011, un informe, dirigido por Amber Peterman, fue publicado en el American Journal of Public Health con el título de Sexual violence against women in the Democratic Republic of the Congo: Population-based estimates and determinants. En él se dice que más de 1.100 mujeres son violadas cada día en la RDC, lo que hace que la violencia sexual contra mujeres sea 26 veces más común que lo que se pensaba antes del estudio. Basta un dato para comprobar ese desfase. Más de 400.000 mujeres y niñas de entre 15 y 49 años fueron víctimas de abusos en el país durante un periodo de 12 meses entre 2006 y 2007. Las estadísticas de Naciones Unidas para ese mismo espacio de tiempo recogían solo 15.000 casos. Y la cifra podría ser mayor, pues el estudio no tiene en cuenta a las menores de 15 años ni a las mayores de 49, tampoco habla de la violencia sexual contra niños y hombres.
En otro informe publicado el 22 de enero de 2012, Human Rights Watch afirma que la situación no ha cambiado y se sigue registrando un gran número de violaciones, cometidas tanto por miembros del ejército como de grupos insurgentes. A las mismas conclusiones llegó un estudio elaborado por la oficina de Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos y la Misión de la ONU en la RDC (MONUSCO). Estas y otras investigaciones ponen de manifiesto la extensión de los abusos sexuales contra las mujeres en el país africano.

Una voz que clama

Son varias las activistas congoleñas que trabajan para dar a conocer esta situación. Una de ellas es Caddy Adzuba que lleva años denunciando la violencia sexual a la que son sometidas las mujeres y niñas de su país. Ella es periodista, licenciada en Derecho por la Universidad Nacional de Bukavu (RDC), y trabaja en Radio Okapi, la emisora de la Misión de las Naciones Unidas en la RDC. También es miembro de la Asociación de Mujeres de Medios de Comunicación del Este del Congo, gracias a la cual se han presentado alegaciones ante la Corte Penal Internacional y el Senado de los Estados Unidos de América advirtiendo esta realidad desde el inicio del conflicto en RDC. Adzuba también está involucrada en proyectos de desarrollo y promoción de valores humanos para niñas en la ciudad de Bukavu.
La periodista utiliza la radio como vehículo para apoyar a las mujeres de su país, darles voz y recordarles que no están solas. Algunas de las víctimas de abusos sexuales se han convertido en activistas que luchan junto a Adzuba y ayudan a otras que pasan situaciones similares a las que ellas han vivido.
La premiada denuncia que estas agresiones tienen como objetivo acabar con la estructura social del país, para así poder dominar mejor a la población.
El pasado seis de octubre, mientras tomamos un café antes de comenzar una charla conjunta ante 300 estudiantes de bachiller en Sant Boi de Llobregat (Barcelona), dentro de la iniciativa Ciutats constructores de pau, me contaba —sin perder su permanente sonrisa— que por su trabajo y su denuncia su vida corre peligro. Me decía que una vez tuvo que huir de su país y refugiarse en casa de unos amigos que viven en Granada. Después de un par de meses no pudo resistir estar lejos de las mujeres de la RDC y decidió regresar: “Sentía dentro de mí que mi lugar estaba junto a ellas, que tenía que seguir denunciando la violencia en la que viven y trabajando para ayudarles a salir de ella”. A pesar de que sus amigos le propusieron pedir asilo político en España, y llegaron incluso a esconderle el pasaporte para obligarla a quedarse más tiempo aquí, ella escuchó a su corazón y volvió a Bukavu donde sabía que estaba su misión, sin importarle lo que le pudiera pasar.

Caddy Adzuba y Chema Caballero durante una charla sobre violencia en RDC en Sant Boi de Llobregat. / Andrés Pino Bueno
Cuando empezamos la charla, ella pidió a los alumnos que les enseñasen sus móviles. El alboroto que se formó fue grande, todos alzaban las manos para mostrar sus teléfonos, algunos los encendía para que se vieran mejor. Adzuba preguntó: “¿son smartphones?” La gran mayoría gritó que sí. Ella continuó: “¿Qué tienen vuestros teléfonos dentro que viene de mi país?” Se escuchó alguna voz diciendo “cobre”, pero la mayoría de los chavales sabían muy bien la respuesta, coltan. Los talleres previos a la charla organizados una semana antes desde la Concejalía de cooperación, solidaridad y paz del ayuntamiento de la ciudad los había puesto sobre aviso. “Sí, es coltan”, siguió Adzuba. “¿Sabéis que para que vosotros podáis tener esos teléfonos tan bonitos, en mi país muchas personas mueren, muchos niños y niñas son secuestrados para ser utilizados como soldados y muchas mujeres y niñas son agredidas sexualmente todos los días?”. El silencio que se creó lo decía todo. Ella continuó describiendo la situación  al Este de la RDC porque le gusta aclarar que su país es muy grande y no todo él está en guerra. Al terminar su charla volvió a preguntar: “¿Pensáis que es justo que para que vosotros tengáis esos teléfonos tan bonitos muchos niños y niñas de vuestra misma edad tengan que sufrir tanto?”

Los minerales financian el conflicto de la RDC

Adzuba es muy clara, y no se cansa de denunciar que son las materias primas, los minerales principalmente, los que están detrás del conflicto en el Este de la RDC: “Solo hay guerra en aquellas zonas donde hay minerales”.
Así lo ponen de manifiesto diversos documentos. En la actualidad, además del coltan, el oro se ha convertido en una de las principales “exportaciones ilegales” de la zona, como señala el informe del Grupo de expertos de la ONU sobre la RDC de enero de 2014. En 2013, 400 millones de dólares en oro salieron de la RDC con destino a Uganda y otros países vecinos. El precioso metal, luego continúa su camino hacia Oriente Medio y Europa, mientras que el coltan, del que la RDC tiene el 88% de las reservas mundiales, se distribuye por todo el planeta.
Los expertos de la ONU insisten, una vez más, en que el contrabando de minerales es la fuente principal de financiación de los conflictos bélicos que asolan el este del país.

Empoderar a las mujeres

El objetivo final de Caddy Adzuba es empoderar a las mujeres para que ellas mismas se conviertan en activistas de su causa, a través del encuentro con las víctimas y el acompañamiento en su camino de sanación, de la denuncia y de la búsqueda de justicia.
Por ello, es firme defensora de las Resoluciones 1325 (2000) y 2122 (2013) del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que reconocen que la guerra afecta a las mujeres de manera diferente que a los hombres y reafirman la necesidad de potenciar el rol de las mujeres en la adopción de las decisiones referidas a la prevención y la resolución de los conflictos.
Aboga para que más y más mujeres participen en los mecanismos de toma de decisiones de su propio país y a nivel internacional y sobre todo, para que sean también protagonistas en los procesos de paz.

Mujer fuerte

Caddy me comentaba, en otro de los momentos compartidos en el interior de un taxi, que espera que la concesión del Premio Príncipe de Asturias sirva para dar a conocer la realidad de tantas mujeres y niñas (y niños) en el este de la República Democrática del Congo y en tantas otras partes del mundo. Y que el Gobierno español se implique en la resolución de este conflicto sabiendo que la causa de toda esta violencia está en los recursos naturales y la avaricia de las empresas por controlarlos.
También confiesa que, como es muy tímida, tiene mucho miedo a la ceremonia y al protocolo que rodea al acto de entrega del premio ya que le han comentado que es muy rígido. Y ella, dice, no se desenvuelve bien en ese mundo tan lejano al que tiene que enfrentarse todos los días.
Esto último no me lo creo mucho después de haber convivido con ella un par de semanas. No tiene miedo a nada ni a nadie y nunca se aparta de su camino de denuncia a pesar de los muchos contratiempos. Cuando el 3 de octubre llegó al aeropuerto de Barcelona para participar en las jornadas de Ciutats constructores de pau procedía de Turquía, donde había estado participando en una reunión de la ONU. El avión aterrizó en El Prat a la una de la madrugada. Ella era la única africana entre el pasaje y los policías del control de aduanas la retuvieron durante horas acusándola de que su pasaporte era falso.
Al día siguiente, sin apenas haber dormido estaba lista frente a los periodistas. Impartió las charlas como si nada hubiera pasado. Le dije que podía haber indicado a los policías que mirasen en Internet quién es ella, la ganadora del último Premio Príncipe de Asturias de la Concordia. Ella sonrió, como siempre, y dijo que estaba tan cansada que no pensó en eso, pero que estaba segura de que podía convencer a los policías de que su pasaporte no era falso y de que todo se solucionaría, como felizmente sucedió.
Posiblemente, es esta convicción de que todo puede ser distinto si se trabaja por ello lo que otorga a esta mujer la fuerza que tiene y desprende. Por eso, sin dejar que la violencia que rodea su vida la intimide y que las amenazas de muerte le paren los pies, Caddy continúa su lucha sin miedo.

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