La diseñadora holandesa Rosan Bosch está revolucionando los espacios educativos ligados a nuevas metodologías de enseñanza
Rosan Bosch en uno de sus diseños para una escuela danesa. Kim Wendt
Rosan Bosch
(Utrecht, 1969) es uno de los rostros más visibles de la innovación
educativa a través del diseño de nuevos espacios y mobiliario. Con más
de una decena de colegios construidos en Dinamarca y Suecia (de ellos, nueve son públicos) o en ciudades como Abu Dabi,
Bosch apuesta por la eliminación de las aulas con filas de pupitres
mirando a una pizarra, por el derribo de los muros en las escuelas y por
los espacios diáfanos en los que el niño decide dónde quiere aprender.
Su máxima es que los estudiantes tomen decisiones desde el principio y
escojan lo que más les interesa, porque en el mundo actual, según la
propia diseñadora, “ya no vale trabajar bajo las directrices de un jefe;
el mercado demanda perfiles que sepan pensar de forma independiente y
tomar la iniciativa sin miedo a equivocarse".
Bosch estudió en un colegio Montessori,
un método desarrollado a principios del siglo XX por la doctora
italiana Maria Montessori basado en la idea de que los más pequeños
aprenden de forma natural si se les permite seguir sus instintos. Pero
su interés por la innovación educativa no le viene de ahí, sino de la
desmotivación con la que sus propios hijos volvían de la escuela. Pregunta. ¿Cómo puede influir el diseño en la forma de aprender? Respuesta. Tal y como están concebidas las aulas,
los niños llegan a clase, se sientan en un silla y se limitan a escuchar
y a hacer lo que les dice el profesor. Es antinatural tener a
estudiantes tan pequeños inmóviles en sus pupitres sin la posibilidad de
desplazarse libremente y encontrar el entorno en el que se sientan más
cómodos. Los seres humanos somos diferentes y nuestro cerebro funciona
de forma distinta. Hay niños que necesitan total tranquilidad para
procesar nueva información y otros que lo hacen mejor de forma
colaborativa. La escuela moderna tiene que adaptarse a esa realidad y el
diseño del espacio puede cambiar el modo de pensar, funcionar y
reaccionar. Este tipo de estructuras más flexibles incentivan al niño a
tomar sus propias decisiones. No se trata de poner ruedas a las sillas y
a las mesas, sino de permitir la libertad de movimiento de los chicos.
Es muy difícil cambiar la mentalidad de la comunidad educativa, y el
espacio físico ayuda porque crea una nueva realidad.
Estancia de uno de los colegios públicos suecos diseñados por Rosan Bosch Studio. Kim Wendt
P. Se habrá encontrado con detractores que piensen que dejar al niño decidir puede perjudicar su disciplina. R. Los niños no son animales salvajes que necesiten
reglas rígidas. Una vez que les explicas que disponen de diferentes
estancias para la lectura en solitario, para el debate, para el trabajo
en grupo y también para escuchar las lecciones del profesor, lo
entienden perfectamente y se adaptan. El formato del niño fijo en una
mesa tiene mucho que ver con la disciplina y poco con el aprendizaje. El
sistema tradicional les entrena para escuchar largos discursos sin
aburrirse, y eso resulta imposible hasta para un adulto, que no aguanta
más de 20 minutos de charla sin desconectar. Esos niños van a vivir en
una sociedad totalmente diferente. Las nuevas generaciones tendrán que
adaptarse a trabajos que aún no existen y detectar sus carencias. Se
necesita gente que de forma independiente pueda aprender nuevas
habilidades y conocimientos. Ser pasivo y actuar solo bajo las
directrices de terceros ya no funciona.
Investigación del aprendizaje
El estudio de Rosan Bosch,
con sede en Copenhague, ha investigado los diferentes procesos de
aprendizaje basándose en los trabajos del educador británico David
Thornburg. En su libro From the Campfire to the Holodeck, publicado en noviembre de 2013, definió los cuatro espacios idóneos que todo colegio debería ofrecer. Los espacios Campfire (en español, hogueras de campamento) para la lectura colectiva; los Watering Holes (abrevaderos) para los debates entre alumnos; las Caves (cuevas) como lugares tranquilos para la reflexión; y los Life (vida) para compartir con otros compañeros lo que se ha aprendido
P. ¿Por qué cree que es prioritario un espacio que favorezca el trabajo en equipo? R. El mundo se ha vuelto global. Ahora se trabaja
con personas de diferentes culturas. Mis reuniones de trabajo, por
ejemplo, son a través de plataformas online con colaboradores en Dubái o Michigan.
En los exámenes de la escuela no se mide el liderazgo, ni la capacidad
de aprender por uno mismo o las fórmulas para colaborar de la mejor
forma posible. Tampoco cómo buscar información y contrastarla o saber
concentrarse cuando hay muchas distracciones. Todo eso no se evalúa en
el colegio y son capacidades básicas en el mundo real.
En España, es especialmente difícil innovar porque la gente tiene
miedo al cambio. El sistema educativo español no enseña a hacer
preguntas y eso se nota cuando los graduados van a trabajar al
extranjero. En el caso de nuestro estudio, se tienen que acostumbrar a
una forma muy diferente de trabajar que requiere más autonomía e
iniciativa. Lo cierto es que todos los que aceptamos llegan con
experiencia internacional y dominio de varios idiomas. P. Después de más de diez años dedicada a las galerías de arte, ¿cómo dio el giro hacia la educación? R. Cuando mis dos hijos comenzaron la escuela
estaban deseando aprender, todo les generaba curiosidad. Poco a poco,
cada vez volvían a casa más desmotivados, hablaban de la escuela como un
lugar aburrido y solo les contentaba planear qué harían en su tiempo
libre. Fui a hablar con la profesora y me dijo que lo sentía pero que
estaba sola con 30 niños y que no disponía de más recursos. Me explicó
que había niños que seguían la clase y otros que se distraían. En ese
momento ya me había dado cuenta del diseño y su poder de seducción, así
que decidí emplearlo en la educación. Empecé a trabajar con pedagogos,
profesores y padres. El proyecto de transformación tenía que ser
integral. P. ¿Cuál fue la primera escuela con la que trabajó? R. Fue en el año 2006 en un colegio de Gentofte, un
pueblo cercano a Copenhague. El ayuntamiento puso en marcha en 1999 un
proyecto para transformar doce escuelas públicas y yo me encargué
posteriormente de una de ellas, la Ordrup School.
Durante tres semanas nos colamos en las aulas para ver la forma de
trabajar y de moverse de los alumnos y profesores y detectamos que el
problema principal era la rigidez del espacio. Permitimos a los niños
sentarse en el suelo y trabajar a la luz de una lámpara, colocar post it
con sus ideas debajo de las mesas o leer en solitario en tubos
circulares. Los profesores, que al principio se mostraban reacios, se
dieron cuenta de la importancia de contar con diferentes espacios para
la concentración o la colaboración entre los niños y ahí jugaba un papel
esencial el mobiliario y su distribución en el aula. P. ¿Le resultó complicado contar con la colaboración de los profesores? R. Todo cambio resulta doloroso y al principio todo
parecía abocar a la catástrofe. Para que los profesores se sientan
cómodos, tienes que trabajar con ellos, y cuando empiezan a ver los
resultados, son los primeros en entusiasmarse. Estamos acostumbrados a
pensar que los profesores no se reciclan, que durante toda su
trayectoria manejan los mismos contenidos y no tienen necesidad de
actualizarse, algo que no sucede con otras profesiones como los médicos.
Ha llegado el momento de remover los cimientos de la educación, tenemos
que ser justos con lo que los niños merecen.
En el caso de este colegio, los resultados fueron excelentes, los
niños venían entusiasmados a clase con ganas de explorar las nuevas
formas de aprendizaje; las filas de pupitres habían desaparecido. La
transformación del espacio físico es el primer paso para poder cambiar
la metodología de enseñanza y para que todo esto suceda hace falta la
colaboración de los profesores.
Un grupo de niños en una
de las mesas orgánicas diseñadas por Rosan Bosch Studio, en la que los
alumnos deciden a qué distancia quieren trabajar. Kim Wendt
P. Las fotos de sus escuelas denotan grandes
inversiones económicas. ¿Qué le diría a los colegios que quieren cambiar
pero no disponen de tantos recursos? R. El objetivo no es crear espacios bonitos, sino que contribuyan al cambio. Se pueden hacer proyectos low cost encargando mobiliario a carpinteros locales. No hay un fórmula única, cada escuela tiene que trabajar para encontrar la suya. P. ¿En qué otros proyectos de innovación educativa ha participado? R. Fui asesora en el proyecto Building Schools for the Future, impulsado en el año 2000 por el Gobierno británico
para remodelar todas las escuelas de secundaria del país antes de 2020.
Fue muy enriquecedor participar en coloquios con expertos de diferentes
partes del mundo, pero la parte negativa fue la desilusión que generó
en el profesorado la paralización del proyecto como consecuencia de la
crisis en 2010.
En otros países como Estados Unidos,
los proyectos en los que participa Rosan no debaten sobre la
conveniencia de que los niños permanezcan sentados o no. Allí las
discusiones están ya en otro nivel. Es el caso del colegio Academy for Global Citizanship en Chicago,
donde están desarrollando un programa en el que los niños deben pasar
el 25% de su horario escolar fuera de la escuela para estar en contacto
con el mundo real. “Tienen que pagar en comercios y calcular las vueltas
o conocer cómo funcionan los mercados de alimentos. Aprender a
desenvolverse desde pequeños”, explica Rosan. Las paredes y los techos
del edificio serán de cristal, para saber si llueve o no o si las
temporadas de calor se extienden más de la cuenta. Es un centro
educativo sostenible donde los niños tienen que ser conscientes de lo
que le pasa al planeta. Rosan
Bosch inauguró la pasada semana su primer trabajo en España, una nueva
estancia para los niños de tres a seis años en el colegio privado Liceo Europa de Zaragoza. En los próximos meses tiene previsto abrir un nuevo estudio en Madrid.
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