Durante
20 años, “Las Patronas” han estado alimentando a migrantes
centroamericanos. En búsqueda del ‘sueño americano’, ellos recorren
México en un tren conocido como “La Bestia”.
"Nosotras
no tenemos descanso. Esto es de todos los días, hasta el domingo,
porque el migrante que va en el tren come todos los días", dice Bernarda
Romero Vázquez mientras las demás mujeres que la rodean en la cocina no
dan pausa a su tarea.
Estamos en La Patrona, una comunidad de
Amatlán de los Reyes, en el centro del estado de Veracruz y ella es una
de las 14 mujeres que integran el grupo concido mundialmente como "Las
Patronas": mujeres que, durante los últimos 20 años, han alimentado
voluntariamente a los migrantes centroamericanos que transitan México a
bordo del tren conocido como "La Bestia" rumbo a Estados Unidos, en
busca del sueño americano.
Para
aquellos hombres, mujeres y niños, viajeros a fuerza de la necesidad
económica y la violencia desmedida que se vive en los países de
Centroamérica, esa será la única comida que harán en días, hasta
semanas. Nadie sabe cuándo volverán a comer. Los lonches que las mujeres
les ofrecen son elaborados principalmente con frijoles, arroz, pan,
tortillas y atún. Algunas veces huevos hervidos, verduras o frutas; un
pastel si se los regala la panadería, pero son los menos.
Doña
Leonila Vázquez Alvízar en la elaboración de la comida para el festejo
de los primeros 20 años de "Las Patronas". Todas las fotos son del
autor.
La Esperanza del Migrante
Su experiencia de tantos
años se refleja en un pizarrón colocado en la cocina. Cada día de la
semana será una de ellas la encargada de cocinar al menos 100 lonches.
Otras tendrán que empaquetar la comida en bolsas, lavar las botellas de
plástico y llenarlas de agua, para luego amarrarlas en par (así se
facilita su entrega), o ir por las donaciones de pan que les dan los
supermercados y la verdura que les regala el mercado de Córdoba.
"El
oído despierto", dicen. Siempre para llegar antes de que el tren pase
por las vías, a unos cuantos metros de donde está el comedor . Apenas el
primer silbido se escucha, las mujeres toman las cajas de plástico con
los lonches y las carretillas con las botellas de agua. Se colocan
separadas a un lado de las vías, a lo largo de la ruta y se mantienen
atentas a la llegada del tren. A lo lejos una luz que va creciendo
anuncia el paso de veloces toneladas de hierro con hombres hambrientos y
sedientos a bordo. Pareciera que ya saben que ellas siempre estarán ahí
con las bolsas de comida en el aire y las botellas de agua amarradas de
dos en dos. Poco a poco se van asomando esos hombres cuyo equipaje es
apenas una pequeña mochila con una muda de ropa, sus utensilios de
limpieza y alguna fotografía de la familia que dejaron miles de
kilómetros atrás. Apenas pueden distinguirse sus rostros por la
velocidad. Sus manos ágiles van arrebatando la comida y el agua que
extienden en lo alto "Las Patronas", mientras ellas hábilmente van
tomando otras para entregárselas a los del próximo vagón. Así todo el
tiempo hasta que el tren se aleja por completo.
"Las Patronas" se alistan para entregar los lonches a los migrantes que recorren México arriba de "La Bestia". Las botellas de agua esperan ser entregadas a los migrantes centroamericanos.
"Si
el tren pasa a buena hora, como a las 11 o 12 de la mañana y se acaba
la comida, volvemos a guisar para el otro tren que pasa como a las 6 o 7
de la tarde", afirma Bernarda.
Son diariamente 10 kilos de arroz
preparado con jitomate, cebolla y ajo en grandes ollas puestas al fuego
hecho con leña. Otros tantos kilos de frijol, 10 tortillas por cada
bolsa de comida, algunas piezas de pan. Cuando hay, se hierven
zanahorias, papa, betabel o chayote y se cortan papayas, melones, sandía
o alguna otra fruta que se agrega a los lonches.
Esto
no siempre fue así. Norma Romero Vázquez, coordinadora de "Las
Patronas" recuerda que la mañana del 5 de febrero de 1995, al volver de
la tienda a su casa con una de sus hermanas, el tren pasó frente a
ellas. Los hombres que ahí viajaban pedían comida: "Tenemos hambre,
madre", decían. Un vagón, otro, otro más... todos pedían comida. Sin
pensarlo entregaron sus compras —pan y leche—, a esos hombres.
Luego
de esa acción desinteresada, se reunió la familia y comentaron lo
sucedido. El paso de esos hombres es cotidiano, incluso les dicen "Las
Moscas" por viajar colados, como moscas, en el tren. Pero esa súplica de
comida las hizo organizarse para que al siguiente día les dieran de
comer. Una puso el arroz, otra los frijoles, las tortillas y las bolsas
para hacer los paquetes. Apenas avisó el tren su cercanía corrieron a la
vía. En esa ocasión entregaron 25 lonches y la "tristeza fue enorme",
recuerda Bernarda, porque no alcanzó ni por poco.
Por cuenta
propia lo hicieron diariamente durante siete años, en completo
anonimato. Sin embargo un día la madre de Bernarda y Norma, doña Leonila
Vázquez Alvízar, decidió que era el momento de tocar puertas para
recibir ayuda y continuar alimentando a los migrantes.
Fray Tomás González, coordinador del albergue "La 72" de Tenosique, Tabasco, pelando zanahorias.
"Teníamos
que encontrar quien nos ayudara para seguir haciendo esto. No queríamos
dejarlo, pues veíamos a la gente cómo va sufriendo. Van señoras con su
hijos y todos sufriendo. A veces veíamos que se iban y que no alcanzaba
la comida y nos poníamos a llorar, sentíamos que el corazón se nos
atacaba porque no pudimos (alimentar a todos)", dice.
Así comenzó
el acercamiento con escuelas y universidades, el mercado en Córdoba,
centros comerciales, panaderías y tortillerías. La ayuda siempre es en
especie. Ellas ponen el trabajo voluntario, sin recibir nada a cambio,
sólo la satisfacción de ayudar desinteresadamente al necesitado y saber
que el deber está cumplido. Poco a poco comenzaron a llegar los
donativos, principalmente arroz y frijol, aceite y sal, pan y tortillas,
atún y huevos. También llegan zapatos y ropa que con el mismo método se
entrega en las vías del tren.
El trabajo de estas mujeres ha sido de tal impacto que actualmente existe en la plataforma Change
la petición para que "Las Patronas" sean postuladas al Premio Princesa
de Asturias, en la categoría de Concordia 2015, entregado en España.
Integrantes de "Las Patronas" en el trabajo cotidiano. Doña Leonila Vázquez Alvízar, a pesar de su edad, no deja de dar su trabajo voluntario para alimentar a los migrantes.
Julia
Ramírez tiene 17 años como voluntaria en el grupo y le toca cocinar los
martes —el resto de la semana tiene que hacer otro tipo de labores—.
Así todos los días, incluso en Navidad y en Año Nuevo.
Ella vive
cerca de las vías del tren y recuerda que un domingo "La Bestia" se
detuvo. A su casa se acercó un joven de aproximadamente 16 años para
pedirle comida. Lo primero que le vino a la mente fue la imagen de su
hijo, de edad similar a la de ese muchacho. "Me conmoví hasta las
lágrimas". Lo sentó a la mesa. Frijoles, huevo y tortillas fue el menú
de ese día. Una comida apresurada para prevenir la partida del tren.
"Gracias madre, que Dios me la bendiga", dijo el migrante.
Antes
de irse, dudando al salir de la casa, el joven regresó con ella. "Madre,
le pido un favor". Si puedo, con mucho gusto, le respondió Julia. Voy
viajando solo y necesito su bendición. "Que Dios te bendiga y la Virgen
Santísima te acompañe hasta donde quieres llegar". El se fue y ella se
unió a "Las Patronas".
"Estoy muy contenta y feliz porque todos
somos hermanos y no me gustaría que mi hijo se fuera. Pienso en todas la
madres que se preguntan, '¿dónde andará mi hijo?, ojalá que encuentre
gente buena'. "Ellos vienen peligrando en el camino, es muy triste
porque sufren calor, lluvia, hambre y sed", dice.
Pero
hay un deseo que no deja de recorrer el interior de Julia: "Me gustaría
que encontraran trabajo, que no salieran de sus países, pues este viaje
lo hacen por necesidad y no por gusto".
En febrero de 2015 "Las
Patronas" celebraron sus primeros 20 años de desarrollar esta labor
humanitaria. Dentro de los festejos está una caminata por las vías del
tren. Por ahí van decenas de personas, defensores de derechos humanos,
integrantes de albergues de migrantes de diferentes partes de México y
sacerdotes comprometidos con esta causa. De repente a lo lejos se
escucha el silbido del tren. Todos a la orilla. "La Bestia" pasa
rugiendo: un vagón, otro y otro más.
Algo ocurre, una ausencia importante, sólo va un migrante abordo.
Camino a las vías del tren para entregar los lonches.
El padre Alejandro Solalinde Guerra, director del albergue "Hermanos en
el Camino", en Ixtepec, Oaxaca, elaborando tamales para el festejo de
los 20 años de "Las Patronas".
En julio pasado el presidente
de México, Enrique Peña Nieto, lanzó el Programa Frontera Sur, con el
que oficialmente se busca la protección de los migrantes que cruzan el
país. Sin embargo los hechos dicen otra cosa: la militarización de la
frontera de México con Centroamérica, la "cacería" de los migrantes, los
puestos de revisión, las garitas migratorias, los operativos en el
tren. Todas las instituciones de Seguridad Nacional están enfocadas en
impedir y dificultar el paso de los migrantes.
Para los defensores
de derechos humanos esto, en lugar de aliviar los abusos que sufren los
migrantes en el país, expone a los centroamericanos a mayores peligros.
Ahora caminan por las vías del tren, por las carreteras y otros caminos
poco transitados —montañas, selvas y lugares despoblados. Asumen el
riesgo de ponerse en manos de traficantes de personas o "polleros" o
incluso el de tomar rutas marítimas.
Norma
Romero Vázquez sabe de esto. De preparar 800 lonches diarios ahora sólo
son 100. Los migrantes van llegando a La Patrona caminando por las vías
del tren. Muchos de ellos con el agotamiento producto de andar
difíciles rutas que se hacen en varios días desde el municipio de Tierra
Blanca. Deshidratados y hambrientos, con los pies llagados por la
travesía, buscando un lugar dónde descansar y recuperar fuerzas para
seguir su viaje.
"La situación para ellos es mucho más difícil y
no se está haciendo nada. Este Programa Frontera Sur no va a traer mas
que más problemas, es lo que hemos estado viendo", dice sin dudarlo. En
el comedor La Esperanza del Migrante han tenido que atender hasta a 18 centroamericanos simultáneamente, algo antes no visto.
"Lo
más triste de todo", enfatiza, "es que (las autoridades) no están
entendiendo que esto no es una solución, porque a la gente no la van a
detener reforzando fronteras, porque (el migrante) tiene hambre y
seguirá buscando como lo han hecho en Estados Unidos, que ha reforzado
las fronteras pero los migrantes tienen que pagar el doble para pasar".
Insiste
que la labor continuarán realizando la labor que han hecho durante los
últimos 20 años, pase lo que pase. Es una obligación que se han
autoimpuesto porque lo más importante es ayudar al necesitado. "La
palabra del evangelio convertida en acción".
"Invito a toda la
gente a que no sea indiferente, a que sea sensible, a que piense que hoy
en día los tiempos no están tan fáciles no sólo para el
centroamericano, sino para el mexicano, y que no seamos duros de
corazón", dice.
"A
mi como persona me duele, refiere, pero es el peregrinar de cada uno de
ellos. La esperanza que tienen ellos de realizar ese sueño que anhelan
es algo en el que uno participa con ellos, en hacerles sentir que no
toda la gente es mala, ya ellos vienen desconfiados por todo lo que les
toca vivir en el trayecto, nosotros queremos ser una esperanza de vida
para los migrantes".
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