“Determinadas situaciones conflictivas en nuestra vida se viven como laberínticas, sin saber por dónde ir, qué camino tomar y cuál es el centro, el sentido para nuestra comprensión y evolución. Son periodos y procesos donde las personas podemos sentirnos aterrorizadas, desorientadas, perdidas, viviendo el miedo a la locura, o a la muerte, en determinadas situaciones; o en otras como si, después de haber hecho un recorrido que creíamos positivo, volviéramos al mismo punto en el que estábamos hace años y hubiéramos retrocedido.”
Fina Sanz, Los laberintos de la vida cotidiana: la enfermedad como autoconocimiento, cambio y transformación (Kairos, 2002)
Desde enProceso llevamos años acompañando a transitar esos laberintos. El laberinto representa todos esos momentos de crisis por los que pasamos a lo largo de nuestra vida, en los que dependiendo de cómo seamos viviremos esas transiciones como más o menos dolorosas, pueden ser cambios de trabajo, crisis de pareja, enfermedades, pérdidas, nacimientos… realmente el ciclo vital es una sucesión de laberintos.
Para nosotras uno de los primeros laberintos es la adolescencia, esa fase en la que la persona recorre el camino que hay desde la infancia hasta la juventud, camino dificil y en muchos casos enigmático. En él es como si nuestros chicos y chicas salieran al exterior de una burbuja que les ha estado protegiendo.
En el trabajo con las familias de adolescentes uno de los pilares de la intervención se enmarca en hacer entender a padres y madres lo que esa persona rebelde está experimentando. El miedo a no saber cómo quedará tu cuerpo, la expectación ante el descubrimiento de la sexualidad adulta, la búsqueda de una identidad dentro de un grupo, la incertidumbre sobre el futuro laboral que hasta ahora no se había presentado… muchas son las nuevas ventanas que se abren en esta edad para los y las adolescentes, ventanas que la familia a su vez vive como si se cerraran, ya que la relación se enfría, todo es cuestionado por parte de el y la joven, ya no encuentran figuras de referencia dentro de casa sino fuera y eso genera miedo a los padres y madres que en ocasiones comienzan a transitar por otro laberinto paralelo al de su hijo o hija.
Cuando acompañamos en el proceso de la adolescencia, lo hacemos en esos dos laberintos paralelos.
Con el y la adolescente vamos despacio, dejando que vaya primero, que guie el camino por donde quiere ir, qué puertas elige abrir y cuáles pasa de largo o mira de refilón. Es importante que se sienta respaldado/a pero con libertad, creando un clima de confianza donde la persona no se sienta juzgada continuamente, dejándo lugar a la experimentación y buscando el feedback de lo que está viviendo, sólo dando consejos cuando los pida, en esta fase el acompañamiento desde el respeto y la escucha son fundamentales.
Una vez que creamos ese entorno, el y la joven acudirá a buscar apoyo porque como hemos dicho, la adolescencia es un enigma continuo y tener un asiento donde parar en el camino siempre les vendrá bien para coger aire. Al final, el laberinto de la adolescencia será apasionante y una vez que salgan de él volverán a casa, cansados pero con otra mirada, más tranquila y llena de aprendizajes propios.
Las familias transitarán un laberinto más desconcertante, las madres y padres de adolescentes se encuentran muchas veces en pánico, no saben cómo gestionar el cambio que ha ocurrido en su casa. Es común en estas edades recurrir más a los castigos, las mentiras o las amenazas y justo en estas edades es cuando más cuidado hay que tener, porque no es lo que ellos y ellas ahora necesitan.
En esta edad es necesario serenarse, confiar en la base sobre la que se ha educado a los hijos e hijas y mantener las rutinas claras, flexibles en ocasiones pero bien asentadas, de manera que el y la joven encuentren en casa el orden que no encuentran ni en su cuerpo ni en su entorno de iguales.
Intentar empatizar con sus sentimientos comprendiendo que su vivencia no es fácil y que la lucha continua es dificil de controlar también para ellos y ellas.
Y darles mucho amor, pero no obligarles a besar cuando no quieren sino estar cuando lo necesitan, escuchar, sonreir y confiar, dejarles equivocarse, no decir «te lo adverti» cuando vengan con heridas, vigilar desde la distancia, no recurrir a grandes sermones sino a conversaciones de igual a igual, saber que ésta etapa pasará y que aunque en ese momento no encontremos puertas por donde escapar, en algún momento llegará, su hijo o hija saldrá del laberinto y les alumbrarán para encontrar la salida y ahí podrán retomar de nuevo el camino juntos pero ya de la mano.