sábado, 28 de septiembre de 2019

Cine chino

Wang Xiaoshuai pone rostro humano a las consecuencias de la política china del hijo único que ha moldeado el gigante asiático durante décadas


Foto: 'Hasta siempre, hijo mío'.
'Hasta siempre, hijo mío'.
La República Popular China instauró la política del hijo único entre 1978 y 1979, cuando las autoridades consideraron que el progresivo crecimiento demográfico de un país que por entonces se acercaba ya a los 1.000 millones de habitantes resultaría incompatible con los planes de modernización gubernamentales. Así, millones de ciudadanos chinos vieron su experiencia de la paternidad y sobre todo de la maternidad condicionada, controlada y reprimida por los dictámenes del Estado. Por no hablar de la cantidad de menores, sobre todo niñas, afectados. Desde que se derogó en 2015, la política del hijo único ha sido revisada en perspectiva como uno de los factores que más han moldeado el devenir de la China contemporánea, de la misma forma que la Revolución cultural definió el periodo anterior. A este respecto, en el pasado Festival de Sundance, se estrenó el documental 'One Child Nation', de las directoras Nanfu Wang y Jialing Zhang, y ahora llega a las pantallas 'Hasta siempre, hijo mío', el drama de Wang Xiaoshuai que recorre varias décadas de la historia de su país a través de la vida de un matrimonio marcado por esta política.
En los años ochenta, Liu Yaojun y Wang Liyun ven cómo su hijo Xing muere tras ahogarse en un pantano donde jugaba con otros chavales, entre ellos su mejor amigo Shen Hao, hijo de los Shen, compañeros inseparables de los Liu hasta entonces. Yaojun y Liyun acunan su dolor a lo largo de varias décadas en que conviven con el misterio no esclarecido que envuelve el accidente, la imposibilidad de tener más hijos por razones también derivadas de los condicionantes políticos y el intento de 'reemplazar' a Xing por otro niño adoptado que se rebela contra su condición de mero sustituto. La tragedia de los Liu otorga un anclaje humano a una película-río que resigue las mutaciones en la China contemporánea a través de estos personajes.
Wang Xiaoshuai pertenece a esa generación de cineastas surgida en los años noventa de la rebelión juvenil de Tiananmén. Como sus colegas Zhang Yuan, Lou Ye o el más conocido y joven de todos Jia Zhangke, Wang inició su carrera a finales de los años noventa desmarcándose de las directrices que había trazado la llamada Quinta Generación. Al contrario que directores como Zhang Yimou o Chen Kaige, a estos jóvenes cineastas no les interesaba rodar un exquisito cine de época repleto de hermosas concubinas y semillas de crisantemo, sino plasmar las problemáticas y las urgencias del presente de su país. Fueron ellos quienes incorporaron una mirada crítica a la China en plena mutación económica, e incorporaron a sus filmes temas hasta entonces tabú como la corrupción, la sexualidad o la marginación social. Lo que les acarreó más de un enfrentamiento con las autoridades. Aunque el director de 'La bicicleta de Pekín' se fogueó por motivos obvios en una estética y unos condicionantes de producción cercanos al 'underground', Wang Xiaoshuai también es el representante de su generación que, abordando asuntos siempre espinosos, más se ha decantado por un estilo clásico, por momentos rayano en cierto convencionalismo.

'Hasta siempre, hijo mío'.
'Hasta siempre, hijo mío'.
Esta tendencia a una narrativa visual un tanto académica también aqueja por momentos 'Hasta siempre, hijo mío'. Al contrario del magistral Jia Zhangke o el más atrevido Lou Ye, Wang nunca ha destacado por el poderío cinematográfico de sus filmes. Aquí sobresale por su capacidad para desplegar un relato a lo largo de casi medio siglo de historia sin que se desmorone la película. El cineasta ha optado por un montaje no lineal de los acontecimientos que puede inducir por momentos a cierta confusión, pero que también insufla dinamismo al filme. Un cuidado diseño de producción nos sumerge en las diferentes etapas de la evolución social y económica de China a partir casi exclusivamente del retrato en interiores, y no a través de grandes acontecimientos colectivos y públicos. Así, Wang mantiene este precepto tan propio de cierta forma de entender el melodrama que conecta al espectador con los sucesos históricos a través de cómo los experimentan de forma personal los personajes.
Aquí sobresale el director por su capacidad para desplegar un relato a lo largo de casi medio siglo de historia sin que se desmorone la película
Yaojun y Liyun, interpretados respectivamente por Wang Jingchun y Yong Mei, que consiguieron sendos Osos de Plata a la mejor interpretación en el pasado Festival de Berlín, representan el centro de gravedad emocional de 'Hasta siempre, hijo mío'. Pero a su alrededor gravitan una serie de personajes que permiten complementar y matizar el retrato colectivo de la China actual. Sus amigos íntimos, los Shen, encarnan el paradigma de personajes triunfadores al haber sabido adaptarse a cada cambio de hegemonía, y pasan de ejercer de funcionarios ejecutivos del control comunista a abrazar sin problemas la economía de mercado especulativa.

'Hasta siempre, hijo mío'.
'Hasta siempre, hijo mío'.
Aunque se agradece que Wang no quiera reducir la familia Shen a simple antítesis fatídica de la pareja protagonista, el tramo final de la película resulta un tanto irritante en su afán conciliador entre los diferentes personajes y conformista con el 'statu quo'. La necesidad de los Liu de sanar su herida tiene tanto que ver con alcanzar por fin cierta paz interior como con aliviar el sentimiento de culpa de sus amigos, que representan cierta idea de triunfador según el pensamiento dominante en la China actual. Y no hay señal más evidente de que un conflicto se cierra en falso que quienes se vean más obligados a perdonar, ceder y olvidar sean los perdedores.

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