La historia que
aprendemos tanto en el colegio como en la universidad está plagada de
prejuicios proyectados desde nuestra memoria más reciente. El
pasado se estudia si es útil para explicar la parte del presente que
más nos interesa para construir un futuro moldeado a nuestra voluntad. Tanto Europa y América como Asia han renegado siempre de sus vínculos históricos y culturales con África.
El continente olvidado se ha presentado habitualmente como un nido de
salvajes, esclavos, materias primas y poco más. Únicamente el norte de
África se salva de esta ridiculización hasta que la influencia
mediterránea cartaginesa, romana, o el atractivo oriental egipcio se
sustituyen por el odiado Islam.
Pero lo cierto es que la Historia es
mucho más profunda de lo que los libros de texto y las revistas del
kiosko nos hacen creer. Como es sabido, la Hispania visigoda fue
derrotada por un ejército bereber liderado por árabes musulmanes que a
partir del año 711 se establecen en la parte sur y central de la
Península Ibérica como élite dominante. Este hecho marca el nacimiento
de Al-Ándalus, mito de entendimiento y desarrollo cultural de todo el
mundo conocido en la época. Averroes y Zyryab son dos de las
personalidades más destacadas de este periodo, ya que difundieron las
ideas y modas tanto culturales como filosóficas de Oriente en no sólo
Al-Ándalus pero en la cerrada y retrasada Europa altomedieval. Pero,
sin dejar de lado la mayúscula importancia de estas dos figuras, una vez
más su influencia obviaba el sur africano, como si éste no existiera.
Plantémonos un instante a reflexionar.
Al-Ándalus y los imperios de África del Norte y Occidental compartían no
sólo su religión. Las olas de Almorávides y Almohades que invadieron de
nuevo el sur de la Península Ibérica provenían de lo que ahora
conocemos como Mauritania o “tierra de los moros”. Es lógico pensar en
una relación constante y directa entre dos regiones al que sólo separan
14 km y que no eran tan diferentes como lo son ahora. Los flujos
comerciales y culturales entre los imperios de Ghana, Malí o Songhai,
todos establecidos en el Sahel, y Al-Ándalus, fueron constantes.
Y el tráfico humano por tanto también lo fue, y no sólo de esclavos.
Atravesar el Sáhara seguía siendo un reto logístico pero la conexión
entre los puntos de encuentro y los transeúntes era mucho más fuerte.
Nos trasladamos al siglo XVI. Felipe II
incumple la promesa establecida por su padre Carlos I y sus abuelos los
Reyes Católicos de respetar las costumbres culturales de los moriscos
que no fueron expulsados tras la toma de Granada en manos cristianas en
1492. Comienza la Guerra de las Alpujarras en la que los moriscos son
derrotados y muchos de ellos deportados o vendidos como esclavos.
Entre estos damnificados por la guerra, se encontraba Diego
de Guevara, nacido en Almería y capturado por los turcos y vendido al
sultán de Marrakech, en dónde se refugiaron un gran número de exiliados
andalusíes. Aunque despreciado en el Magreb por su origen de
segunda clase, Guevara fue poco a poco escalando puestos militares hasta
ser nombrado caíd o gobernador de Marrakech. El nuevo sultán Al-Mansur
quería ver cumplido su sueño, crear un imperio que unificara toda el
África conocida
Junto a un ejército formado por
andalusíes y europeos, que portaban “armas” de fuego, Guevara, ya
conocido como Yuder, derrotó a los guerreros askia, que en ese momento
tenían el control sobre el debilitado y decadente imperio Songhai, cuya
capital era la legendaria Tombuctú. Yuder se coronó Pachá de la
ciudad junto a sus hombres “Arma”, que se establecieron permanentemente
en la ciudad casándose con las mujeres mejores posicionadas socialmente.
Yuder Pachá abandonó Tombuctú al poco tiempo pero su ejército de
andalusíes permeabilizaron su propia cultura en el territorio. Tanto es
así que en 1880 cuando Cristóbal Benítez llegó a Tombuctú creyendo ser
uno de los primeros europeos en pisar la legendaria ciudad, encontró que
muchos de sus habitantes aseguraban ser descendientes de andalusíes.
Los manuscritos de Tombuctú de las familias Kati, descendientes de los Arma, dejan poco lugar a dudas. Los lingüistas aseguran que más de 500 términos de la lengua songhai provienen directamente del español.
Existen ritos nupciales andaluces y apellidos como Guindo, Leon, Pare,
Sacko e incluso García en estas familias que mantienen sus manuscritos
como si fuera la más preciada joya. Incluso la Junta de Andalucía,
reconociendo la conexión histórica, financió el conocido como Fondo Kati
a través de un centro de conservación e investigación en Tombuctú que
tras la guerra que sufrió Malí en 2012, fue prácticamente desmantelado.
Aparentemente la influencia de los Arma,
llegó hasta el actual Benín que continúa guardando los colores del
ejército arma en sus bubús o trajes tradiciones según el rango social.
Según el especialista Roberto Lloréns Reig incluso los nombres de
ciertas tribus de la región están asociados a su profesión como los
Karabenta, mercaderes o los Mandés, servidores, quedando reflejada la
influencia de la lengua española en la región. E incluso habla de
familias beninesas apellidadas Esteve. Y si rascamos aún más
podríamos establecer una relación musical directa de ritmo, estructura y
melodía entre el blues songhai de Ali Farka Touré con los tangos
flamencos, de origen claramente africano y anteriores a la
introducción de los aires americanos de ida y vuelta en el flamenco, a
través de la música Gnawa.
Independientemente de los vínculos
actuales que podamos encontrar en la región del Sahel con los
andalusíes, lo que nos hace aprender la apasionante vida de Yuder Pachá y
de los Arma, es que las historia contemporánea debe de ser releída y
reescrita sin prejuicios y sin una visión occidentalista. El pasado es
tan apasionante que no es necesario contaminarlo con el ofuscamiento y
el absurdo nacionalista. Nuestro presente lo vivimos a través de
millones de hechos históricos culturales que no podemos cambiar pero de
los que si podemos aprender. Europa y África, dos mundos que parecen tan lejanos pero que en realidad, nunca lo han sido.