La presión migratoria ya no era solo una cosa de los países del sur de Europa y llevaba a la canciller Angela Merkel el pasado 8 de marzo a negociar,
a cara de perro y hasta la madrugada en Bruselas, con su homólogo turco
Erdogán para dar forma a un acuerdo que sonrojaba a toda Europa:
Turquía acogería todos los refugiados devueltos desde Grecia a cambio de
6.000 millones de euros (en dos tandas), visados para los turcos a
partir de junio y facilidades para su eventual ingreso en el club de los
28.
La crisis humanitaria más importante desde la Segunda Guerra Mundial
relativizaba todas las regulaciones migratorias existentes. Y donde una comisaria de Interior sueca, Cecilia Malmström, había señalado “una violación de la legislación” de los derechos humanos en Melilla, su sucesor, el griego Dimitris
Avramopoulos, aplaudía en febrero la creación de la oficina de asilo en
su frontera con Marruecos y avalaba las devoluciones masivas desde
España hacia el país vecino de inmigrantes de terceros países, tal y
como iban a empezar a producirse después en Turquía con los sirios,
incluso teniendo estatus de refugiados.
Dos países, Marruecos y Turquía, con menos cortapisas legales y una
menor protección de los inmigrantes, para hacer el trabajo más incómodo
de España y Europa respectivamente. Las contraprestaciones, sin embargo, no son tan claras y explícitas en el caso marroquí y dan lugar a circunloquios entorno a un tema tabú y sagrado
para el reino alauí: el Sáhara Occidental. “Sin Turquía Europa no
podría hacer frente al drama de los refugiados”, admite el ministro del
Interior español, Jorge Fernández Díaz. Y, ante los cuestionamientos por
el respeto a los derechos humanos, zanja: “Yo tengo que decir que, igual que Turquía es un país seguro, Marruecos es un país seguro”.
“No se puede resolver este asunto de forma limpia porque los
estándares legales que los países de la Unión Europea se han dado a sí
mismos lo hacen prácticamente imposible”, reconoce Carmen González Enríquez, investigadora principal del área de migraciones del Real Instituto Elcano.
“Nuestras propias normas nos impiden gestionar el proceso como
querríamos y por eso necesitamos países donde las normas no sean tan
rígidas y permitan eso que aquí no podemos hacer”, explica. “Cualquier
país en África con el que cualquier estado europeo llegue a un acuerdo
de este tipo va a plantear ese tipo de dilemas”, analiza. Y recuerda:
“Ya se planteaban cuando Italia tenía esos acuerdos con Túnez o con la
Libia de Gadafi, o ahora con Turquía". La eficacia del rechazo
El caso es que, a tenor de los resultados de esas políticas, primero
repudiadas y luego alabadas, el modelo de contención y rechazo
melillense es un éxito. Y frente a esa repetida idea de que son solo 18 los refugiados que ha acogido España
—en referencia al cupo de reasentados—, en realidad son más de 10.000
(8.000 solo en 2015) los sirios que han entrado en el país por Melilla
entre 2012 y 2015, y solo 400 en lo que va de año, según datos
oficiales. El 90%, según las mismas fuentes y las ONGs responsables de
su acogida, han continuado su viaje hacia el norte de Europa,
principalmente hacia Bélgica y Alemania, donde encuentran mejores
coberturas sociales. Incluso algunos han preferido regresar a Marruecos.
Por otra parte, de los 22.000 subsaharianos que se encaramaron a la valla en los 70 saltos, de unas 300 personas cada uno, registrados a lo largo del 2014,
solo 2.000 lograron su primer objetivo: el CETI, el Centro de Estancia
Temporal de Inmigrantes de Melilla. Tan común era que saltasen 300, que
en el argot policial "un 300" equivale a "un salto", aunque pronto quedó
superado por avalanchas de miles de personas. "Comunicar por radio "un
300-1.000" resultaba contradictorio", recuerda el comandante Arturo
Ortega.
ver fotogaleríaUn ciudadano sririo residente en el CETI de Melilla escribe en su brazo pidiendo ayuda. Antonio Ruiz
En 2015, en cambio, sólo hubo 11 saltos, en los que un centenar de personas consiguieron entrar. Y en lo que va de año solo ocho personas se han colado
en suelo español, sorteando a los agentes de las fuerzas especiales
desplegadas por la Guardia Civil, en el único salto —de los cinco
registrados— que se ha culminado, según fuentes oficiales.
El sistema resulta disuasorio para los inmigrantes que quieren llegar
de manera irregular y se sustenta en tres pilares. Por un lado, una
triple valla, reforzada en distintas etapas desde el inicio de su
construcción en 1997, con una inversión global de 48 millones de euros,
según datos de Amnistía Internacional.
Por otra parte, en los rechazos masivos y forzosos de inmigrantes subsaharianos en frontera aceptados por Marruecos de buen grado desde 2006,
aunque nadie sepa decir qué pasa después con ellos: “Me consta que
muchos son enviados hacia Rabat, probablemente porque allí en la capital
le pueden dar mejor solución”, apunta sin seguridad el delegado del
Gobierno de Melilla, Abdelmalik El Barkani.
Por último, la limitada capacidad de acogida que no llega a mil personas —tras la reciente ampliación del CETI—
y que condena a un incómodo hacinamiento a los inmigrantes por un
máximo de seis meses no anima demasiado a los inmigrantes a elegir
España como destino. Y, a la luz de los datos y de que el objetivo es
evitar la entrada de inmigrantes irregulares, es eficaz, funciona.
ver fotogaleríaUn policia controla el paso de vehículos y peatones entre España y Marruecos. A. R.
Las vallas ya se han replicado en las fronteras de media Europa y la empresa malagueña Security Fencing (ESF)
que las fabrica ha hecho su agosto, pero ¿hasta qué punto es este
modelo es exportable o extrapolable?. Según El Barkani, “la experiencia
de tantos años de Melilla es digna de tener en cuenta” pero, dice, “los
melillenses, y yo como melillense, español y europeo, no nos podemos
resignar a que este sea el modelo de inmigración, o ¿es que no somos
capaces de generar una forma en que los inmigrantes de distintos países
lleguen con su documentación e incluso con un contrato de trabajo a este
territorio?”.
El asunto es peliagudo. Y no hay una respuesta unívoca. “Estos son los pilares”, resumía el ministro del Interior: “Cooperación en origen con los países de origen y tránsito, cooperación operativa y también equipos policiales conjuntos,
ayuda al desarrollo y también, para facilitar todo esto, apertura de
embajadas y antenas diplomáticas en todos estos países de origen y
tránsito. Esa es la política para luchar y hacer frente y gestionar de
manera adecuada los flujos migratorios”. Y aseguraba: “En la agenda
comunitaria ya se habla de cooperación con los países de origen y
tránsito, es decir, todo lo que nosotros hemos desarrollado con no pocos
países: Marruecos, Argelia, Mauritania, Senegal, Guinea Conacry, Guinea
Bissau, Gambia, Cabo Verde, Mali y Nigeria y, donde ya teníamos
embajadas abiertas, pues consejerías de Interior. Eso hay que hacerlo
porque eso es lo que te permite después gestionar todas esas políticas”.
Pero lo que en el modelo español resulta difícilmente aplicable al
caso actual de la crisis de refugiados, como señala Enríquez, “es que en
el modelo español no hay refugiados”, y los que llegaron se fueron.
“Nuestra inmigración es esencialmente económica y sus normas son claras:
si un país europeo no desea recibir inmigrantes porque considera que no
tiene un hueco en su mercado laboral, tiene todo el derecho a negarse.
En el refugio entran en juego unas valoraciones morales, una
obligaciones legales, que no se tienen respecto a la migración
económica”, explica. “Pero hay que tener en cuenta también que dentro de
esta oleada de refugiados hay muchos que no lo son. Y en el caso
italiano casi el 100% son inmigrantes económicos, en ese caso sí podría
ser aplicable este modelo”.
ver fotogaleríaCuatro inmigrantes subsaharianos intentaron entrar en Melilla ocultos en un vehículo. La policía detectó su presencia. A. R.
En realidad, “el modelo” no es más que el resultado de las sucesivas
respuestas y adaptaciones a las emergencias provocadas por las distintas
oleadas de inmigrantes a lo largo de la historia. Entre 2001 y 2003
fueron las pateras desde Marruecos a la costa española, que se cortaron
principalmente con el SIVE, el Vistema de Vigilancia Exterior. Entre
2004 y 2005 comenzaron a sucederse los saltos masivos en Ceuta y
Melilla, en la llamada "crisis de las vallas". En 2006 fueron los cayucos desde el África Occidental,
que desembarcaron a cerca de 40.000 personas en un solo verano en las
islas Canarias y que se frenaron radicalmente con una decidida ofensiva
diplomática española en Mauritania y Senegal y, en paralelo, el acuerdo
con Marruecos para que aceptase las devoluciones de subsaharianos.
Las barcazas empezaron entonces a salir de Libia hacia Italia y colapsaron Lampedusa y después Sicilia. Y la guerra de Siria
provocó el gran éxodo de refugiados de Turquía a Grecia camino de los
Balcanes para alcanzar los países del norte de Europa, a la que se han
sumado también inmigrantes económicos.
Se cierra una vía y se abre (o se reabre) otra. “Si ya no se habla
del Mediterráneo Occidental es porque forma parte de la solución”,
asegura Fernández Díaz. Pero advierte: “Esto son vasos comunicantes: si
tu taponas el Mediterráneo Oriental y Central, vendrán al Occidental”.
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