España no es país para refugiados (ni quiere serlo)
La
política de asilo ha estado marcada por una nula voluntad política de
ayuda y aunque el sistema de acogida ha mejorado la mayoría no se queda
en el país
Ver fotogaleríaUna familia de refugiados sirios abandona el CETI de Melilla para embarcarse rumbo a Málaga. Antonio Ruiz
El miércoles es día de fiesta para algunos de los internos del CETI,
el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes de Melilla. Es el día de
salida del grupo de elegidos que pueden viajar por fin a la península,
en un ferry que zarpa a medianoche y llega a Málaga la mañana siguiente.
En la fila están todos contentos, vestidos con su mejor ropa y se hacen
fotos. Es un grupo de 66, pero probablemente muchos no se quedarán en
España. Porque no les atrae lo más mínimo, y España hace lo mínimo por
atraerles. No deja de ser curioso que pocos quieran venir a pedir asilo
para vivir en uno de los primeros destinos turísticos del mundo. Pero es
que con los refugiados la idea es al revés: se hace lo posible para que
no se acerquen.
España, en realidad, se ha especializado en escaquearse de acoger
refugiados. Los 18 sirios que ha aceptado este año, de 16.000 que había
acordado, aunque están a punto de llegar más, son un caso conocido. Pero
antes hay un historial. Marruecos y Argelia, por ejemplo, ya le hacen
parte del trabajo impidiendo que los sirios, y los demás, lleguen a
Melilla. “Amnistía Internacional ya ha denunciado la falta de control de
lo que ocurre en terceros países. No hay ningún interés en acoger
refugiados. Tienes familias que llegan a Melilla divididas, niños que entran solos, un desastre total”,
lamenta Virginia Álvarez, responsable de Política Interior de esta
organización. “El gran tema de los próximos años será la responsabilidad
extraterritorial de Europa en el control de fronteras. Lo que se hace
con nuestro dinero en países que no respetan los derechos humanos”,
opina Cristina Manzanedo, de la ONG Entreculturas.
Las llamadas devoluciones en caliente son el último recurso cuando no
hay más remedio y tienes unos cuantos africanos que han logrado saltar
la valla. Aunque en este caso el ministerio de Interior responde con un
dato: en 2014, de 2.000 que lograron saltar, solo 5 pidieron asilo, y 3
luego retiraron la solicitud. Las ONGs replican que ese argumento se cae
ante el derecho de cualquiera a hacerlo.
Los Gobiernos españoles de todo signo han usado armas silenciosas
para eludir su responsabilidad. Como denunció la Comisión Española de
Ayuda al Refugiado (CEAR), a los pocos meses de estallar la guerra en Siria
y ante los primeros casos de familias de este país que llegaban al
aeropuerto de Madrid en tránsito y pedían allí asilo, se introdujo
rápidamente la exigencia de visado. Para que no llegaran.
Otra de las ideas más eficaces de esta política de refracción es más silenciosa y se deslizó en la reforma de 2009 de la ley de asilo,
vigente desde 1994: eliminó la posibilidad de pedir asilo en embajadas y
consulados. Lo hizo el Gobierno del PSOE. Se dejó pendiente del
desarrollo del reglamento de aplicación, que sigue esperando con el PP.
En estos temas suele haber un gran consenso. “Es muy hipócrita porque al
final todo el mundo reconoce derechos pero hace todo lo posible para
que no se puedan ejercer. En el caso del acuerdo de Turquía con la UE ha sido negro sobre blanco:
yo voy a pasar de mis principios éticos y morales, y aunque tenga
reconocido el derecho de asilo, y en el caso de España en el artículo
13.1 de la Constitución, voy a negociar con un tercero para que esos
tíos que vienen a Europa en busca de protección, y que tienen derecho a
ella, no vengan. La gran paradoja es que si hoy llega un afgano a Madrid
podría pedir asilo, pero ese derecho no se lleva a cabo porque se
impide su ejercicio. No puedes ir a una embajada, tienes que jugarte la
vida en el mar para llegar”. En realidad el artículo 38 de esa ley de
2009 admite la posibilidad de que un embajador tramite una solicitud si
conoce un caso que lo requiera, pero por su cuenta, de forma
excepcional.
“Aquí la cuestión es poder tener alternativas legales para que
familias enteras puedan llegar sin jugarse la vida por tercera y cuarta
vez. Las pedimos a todos los países europeos e industrializados, porque
nueve de cada diez refugiados están acogidos en los países próximos a
las zonas de conflicto”, dice María Jesús Vega, portavoz de ACNUR en
España. Recuerda que actualmente hay 60 millones de personas desplazadas
de sus hogares: “No hay ningún país que pueda mirar para otro lado y
dejar de echar una mano. El número de refugiados que han llegado hasta ahora a España es un 1% del total, y en los reasentamientos las cifras son ínfimas”.
La buena disposición de un país es clave si uno quiere realmente
ayudar. ACNUR propone ejemplos de países con mayor disponibilidad que
España. A Canadá en tres meses han llegado 25.000 sirios. Brasil tiene
unos visados humanitarios desde hace tres años para gente que huye de la
guerra de Siria. En Portugal, becas para estudiantes afectados por la
guerra para que pueda continuar sus estudios. “España debería y podría
hacer bastante más, y creo que es el momento de subirse al tren”, opina
María Jesús Vega.
ver fotogaleríaUn grupo de inmigrantes subsaharianos sentados frente a la puerta del CETI de Melilla. Antonio Ruiz
En
septiembre de 2014, ante el drama sirio y por las presiones de
organizaciones humanitarias, España decidió abrir una oficina de asilo
en la frontera de Melilla. Fue una señal. Ese mes aparecieron allí
cuatro sirios. Luego las llegadas se dispararon. En 2015 registraron
unas 40 peticiones de media al día. El récord, 64 en una jornada.
Llegaron más de 7.000 y por eso España alcanzó su cifra más alta de
peticiones de asilo, 15.000 frente a las 6.000 del año anterior. En 2016
el ritmo ha bajado, porque era más fácil desde Grecia -hasta ahora- y
porque Argelia comenzó a pedir el visado en 2015 y cortó en la práctica
esa ruta.
Las nuevas oficinas de asilo del paso de Beni Anzar, en Melilla,
estaban impecablemente vacías la semana pasada. Persiste un pequeño
goteo de llegadas, pero casi todos son sirios que aterrizaron en Argelia
antes de que este país exigiera visado. Asunto resuelto. No se debe
olvidar tampoco la cínica obviedad de que sirios y palestinos, por
ejemplo, pueden acercarse a la oficina de asilo de Melilla, pero un
africano negro en el lado marroquí no puede ni andar por la calle, le
paran antes.
“Históricamente las cifras de asilo de España no cuadran con su peso demográfico
y su posición geográfica de frontera, es muy llamativo”, apunta Ramiro
Muñiz, de CEAR. Otra cosa, diferencian en esta organización, es que
después los que consiguen entrar en España sí encuentren un sistema de
acogida que ahora es aceptable, en opinión de CEAR. Hasta ahora ha
padecido una insuficiencia crónica, “menguado absolutamente de recursos y
con una capacidad totalmente limitada”, según Acnur, que no obstante
reconoce que en el último año el Gobierno ha hecho un esfuerzo. Ha
aumentado a 230 millones su partida presupuestaria para refugiados,
frente 20 millones de 2015, y la semana pasada añadió 83 millones más.
Ha duplicado las plazas y ahora mismo hay 2.300, gestionadas por el
ministerio de Empleo y Asuntos Sociales y seis ONGs: las tres
principales, CEAR, Cruz Roja y ECCAM, y otras tres, Cepain, Dianova y La
Merced. “En este momento hay unas 200 plazas libres y el tiempo de
espera es muy corto”, asegura Mónica López, de CEAR.
ver fotogaleríaUn refigiado sirio afeita a un compañero en las puertas del CETI de Melilla A. R.
Sin embargo, muchos de los solicitantes de asilo se van. De los pocos que llegan, comparado con otros países europeos –Alemania tuvo el año pasado medio millón de peticiones-,
muchos acaban por largarse. En Melilla se han visto incluso familias
sirias que se vuelven a Marruecos. “Conocen a otros refugiados que viven
aquí que les cuentan los plazos para reunificaciones familiares, para
resolución de documentación, dificultades de trabajo, de integración,
para alquilar pisos y en muchos casos prefieren irse”, señala Vega, de
ACNUR. Principalmente porque quieren llegar a otros países europeos,
como Alemania, Bélgica o Suecia, porque tienen allí familia o porque
saben que hay mayores ayudas. También influye la crisis económica de
España, donde es difícil encontrar trabajo. Las prestaciones duran un
máximo de dos años y si no encuentran un empleo luego quedan, como
cualquier ciudadano español, a merced de los servicios sociales. Que en
otros países son mejores. Pero,
según ACNUR y otras ONGs, también tiene que ver con su marcha que no se
fían del sistema español, que juzgan lento, poco transparente y con un
alto nivel de rechazo de solicitudes. En 2014, el 75%. En 2015, el 68%, frente al 48% rechazadas de media en la UE.
El CETI de Melilla ha sido su primer contacto con el país de los que
han entrado por esa vía y les ha marcado. En 2015, ante la gran
afluencia, los inmigrantes alojados se quedaban aparcados meses, a veces
más de un año, y en situación precaria por la excesiva ocupación. Había
480 plazas, con picos de hacinamiento de 2.500 personas. “Muchos, sobre
todo de Siria, o palestinos, incluso subsaharianos, que han pasado
muchos meses allí cuando llegan a la península trasladan su intención de
marcharse de España porque han vivido una experiencia muy difícil y muy
dura”, señala María Jesús Vega, portavoz de la ACNUR, la agencia de
Naciones Unidas para los Refugiados. Pero es verdad que el CETI ha
cambiado: las plazas se han ampliado hasta mil y hay menos gente que nunca, en torno a 500. La explicación, como admite sin rodeos su director, Carlos Montero, es que “no pasan, Marruecos hace de filtro”.
En enero de 2016 la ONG jesuita Entreculturas denunció que 15 sirios
llevaban 8 meses en el CETI esperando por sus solicitudes de asilo. Poco
después por fin les hicieron caso. Pero la misma organización advierte
que tiene a 40 iraquíes que esperan desde hace tres años que se resuelva
su expediente. “El sistema de asilo es un fracaso”, sentencia una
responsable de esta organización, Cristina Manzanedo.
ver fotogaleríaNumerosos ciudadanos marroquíes hacen cola para poder acceder a la ciudad de Melilla. A. R.
ACNUR concluye que hace falta cambiar el sistema y considera que es
un buen momento, porque en este momento de cambio político todos los
partidos dicen, si hay que creerles, que tienen intención de hacerlo:
“Con esta solidaridad impresionante de la gente española, con la
cantidad de instituciones, a nivel regional y local, que quieren echar
una mano, podríamos trabajar para poder adaptar el sistema de asilo y
que España deje de ser un país trampolín para irse a otros lugares, pero
para eso hace falta voluntad política”.
Hay que enmarcar esta actitud en una perspectiva histórica. Aunque
ahora sea un modelo de eficacia por cómo se cierra a la inmigración
irregular, España tuvo siempre un problema con el resto de Europa por la inmigración.
“Durante años ha hecho la vista gorda a la inmigración irregular, esa
es la realidad, aunque la retórica fuera otra. Hemos recibido a 7
millones de inmigrantes básicamente por vía irregular. Somos el país de
la UE que más inmigración ha recibido, con mucha diferencia. Pocos
países en el mundo han recibido tantos inmigrantes en tan poco tiempo.
Nuestro proceso es de una densidad inaudita. Ha sido muy muy raro y muy
espectacular”, explica Carmen González, investigadora del Real Instituto
Elcano. Todo cambió con la crisis económica, que coincidió con las
primeras llegadas numerosas a Ceuta y Melilla y Canarias. Entonces
España se tomó en serio por primera vez la lucha contra la inmigración
irregular. Pero no el asilo.
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