Aprendiendo a ser María Zambrano
Las cerca de 70 cartas inéditas que escribió a su amado Gregorio del Campo revelan aspectos desconocidos de los años de formación de la filósofa malagueña
Madrid
“Estoy verdaderamente desesperada: no recuerdo jamás haberlo estado
tanto, se agitan desde ayer en mí tantas cosas que soy más que persona
un torbellino”, le escribe María Zambrano
a Gregorio del Campo el 30 de enero de 1924. En 37 días solo ha
recibido dos cartas de su amado y está furiosa. “Te has equivocado de
firme”, le dice poco después: “¡Yo soy lo que me da la gana ser!...”.
Felices y desgraciados. Cómplices a veces; otras, distantes. Hay momentos llenos de zalamerías y los hay cargados de reproches. “Setenta cartas y misivas, escritas en los años veinte del novecientos, que han esperado más de 80 años para hacerse públicas, justo cuando hace 20 de la muerte de su autora en 1991”, cuenta en su introducción María Fernanda Santiago Bolaños, responsable de la edición de estas Cartas inéditas (A Gregorio del Campo), que publicará la próxima semana Linteo. Las habían conservado hasta ahora dos sobrinas del destinatario de las mismas, María Teresa y Gloria Villa del Campo. Muchas veces pensaron en entregárselas a María Zambrano, cuando esta ya había regresado de su largo exilio en 1984, pero no supieron o no consiguieron hacerlo. Ahora salen a la luz para dar noticia de unos años, los de la primera juventud de la pensadora, de los que poco se sabía.
En una de las cartas, la del 17 de febrero de 1925, María Zambrano protesta porque la mujer sea como “el hombre quiere que sea”. “¡Y qué pena, lo que habéis querido los hombres q. (sic) sean las mujeres, lo que os ha gustado en ellas!”, le dice a Gregorio del Campo, y le explica que lo único que les interesa es que la mujer sea “estatua de carne, más apreciada por carne que por estatua”. Contra todo esto se rebela la que con el tiempo llegaría a ser una de las filósofas más importantes del siglo XX, autora de libros de referencia como El hombre y lo divino o Claros del bosque. “¡Yo soy lo que me da la gana ser!...”: esa es la verdadera cuestión de la que se ocupa durante esos años. “Yo creo estar en una etapa de gestación”, le escribe, “algo nace en mí, o algo se transforma; y cómo hablar, cómo nombrar a lo q. aún no se conoce?”.
En la introducción del libro, María Fernanda Santiago Bolaños
reconstruye aquella temporada. La relación entre María Zambrano y
Gregorio del Campo debió de tener lugar entre 1921 y 1928. Se conocieron
en Segovia, donde vivía ella, y si se escribieron tanto fue porque
muchas veces estuvieron separados. El muchacho, cuyas cartas no se
conservan, era entonces un joven alférez de artillería que había
empezado sus estudios para convertirse en ingeniero industrial en la
Academia de Zaragoza. Alguna vez se lo llevan a pelear en África, y la
correspondencia recoge la preocupación por lo que pueda pasarle si hay
encontronazo con los moros.
El primer gran amor de María Zambrano fue, sin embargo, su primo Miguel Pizarro. Empezaron a tratarse cuando ella tenía 13 años, en 1917, y el padre de aquella adolescente enamoradiza tuvo que intervenir para que las cosas no fueran demasiado lejos. Miguel se fue en 1921 a Japón y dejó desolada a su joven dama. En alguna de las cartas, María Zambrano le recuerda a Gregorio del Campo que, cuando se conocieron, ella andaba demasiado rota por una separación y que no quería saber nada de empezar una nueva historia. Si terminaron juntos fue porque él se empeñó. Tuvo éxito: el 5 de octubre (¿de 1923?), María Zambrano le dice que su cariño la ha hecho “más sencilla, más niña, menos complicada en todos mis afectos”.
Aunque Miguel Pizarro regresó de Japón en 1925, no volvió a ver a su
prima hasta tres años después. Fue entonces cuando ella debió romper con
Gregorio. María Zambrano atravesaba un buen momento. Había terminado su
licenciatura en 1926 y ya intervenía en distintos actos culturales y
participaba en tertulias, y tenía una columna —titulada Mujeres— en El Liberal.
En el terreno personal, en 1928 tuvo que guardar reposo por una
tuberculosis y su padre, Blas Zambrano, autorizó la relación con su
primo. Y, sin embargo, se separaron de nuevo hasta 1933, año en el que
Miguel Pizarro anunció formalmente su compromiso con la filósofa. No
llegaron nunca a casarse. Ella lo hizo con un compañero de las Misiones
Pedagógicas, Alfonso Rodríguez Aldave, el 14 de septiembre de 1936. Él,
un año después, con Gratiana Oniçiu.
Las cartas que dirigió a Gregorio del Campo no tienen desperdicio: recogen los desafíos e incertidumbres de una mujer que se está construyendo a sí misma, y están llenas de un amor directo y sincero. “Más te quiero tigre que gato mimoso”, le dice el 31 de enero de 1924, donde también apunta: “Quiéreme como lo que eres. Como un pedazo de granito duro. Como una roca desolada sin agua, ni vegetación: no te pido ternura, no te exijo nada”. Unos meses antes María Zambrano había tratado el episodio más trágico de su relación. El 12 de mayo se refirió al “volcán de sentimientos ardientes y exaltados que surgieron en mí al conocer todo el valor de mi desgracia”; el 19 de julio hizo una alusión “al pequeño”; en la carta que figura después de una fechada el 5 de octubre dice: “¿Recuerdas el año pasado? ¡Quién nos diría q. tan pronto íbamos a tener un nene!”; luego hay una carta al hijo muerto y, seguramente en enero, un pequeño y cariñoso reproche que resume todo su dolor: “El nene, pobrecico, ya se ha muerto, no sé por qué los días de sol me acuerdo más de él, ahora me muero yo, y ya te quedas tranquilo”.
“Tenemos que ser ambiciosos”, le dice Zambrano a Gregorio del Campo
en otro momento. Y el 22 de abril de 1925 le escribe que “no estaría
bien que una mujercita de tantas ambiciones tenga un marido dejado y
holgazán”. Poco antes le ha dicho, refiriéndose a sí misma, que “nada
hay q. pueda detener a una flecha cuando se dispara”, y le pide: “Si
quieres permanecer cerca de mí, vivir conmigo, has de cultivar tu
espíritu...”.
Gregorio del Campo no tuvo mucho tiempo para hacerlo. Unos años después de su ruptura con María Zambrano y poco antes de que ella se casara, fue asesinado el 6 de septiembre de 1936 después de que los que se rebelaron contra la República le aplicaran la Ley de Fuga. Lo detuvieron el 19 de julio por haber sido uno de los contados oficiales que no secundaron el golpe de Estado en el cuartel Palafox de Zaragoza.
Felices y desgraciados. Cómplices a veces; otras, distantes. Hay momentos llenos de zalamerías y los hay cargados de reproches. “Setenta cartas y misivas, escritas en los años veinte del novecientos, que han esperado más de 80 años para hacerse públicas, justo cuando hace 20 de la muerte de su autora en 1991”, cuenta en su introducción María Fernanda Santiago Bolaños, responsable de la edición de estas Cartas inéditas (A Gregorio del Campo), que publicará la próxima semana Linteo. Las habían conservado hasta ahora dos sobrinas del destinatario de las mismas, María Teresa y Gloria Villa del Campo. Muchas veces pensaron en entregárselas a María Zambrano, cuando esta ya había regresado de su largo exilio en 1984, pero no supieron o no consiguieron hacerlo. Ahora salen a la luz para dar noticia de unos años, los de la primera juventud de la pensadora, de los que poco se sabía.
En una de las cartas, la del 17 de febrero de 1925, María Zambrano protesta porque la mujer sea como “el hombre quiere que sea”. “¡Y qué pena, lo que habéis querido los hombres q. (sic) sean las mujeres, lo que os ha gustado en ellas!”, le dice a Gregorio del Campo, y le explica que lo único que les interesa es que la mujer sea “estatua de carne, más apreciada por carne que por estatua”. Contra todo esto se rebela la que con el tiempo llegaría a ser una de las filósofas más importantes del siglo XX, autora de libros de referencia como El hombre y lo divino o Claros del bosque. “¡Yo soy lo que me da la gana ser!...”: esa es la verdadera cuestión de la que se ocupa durante esos años. “Yo creo estar en una etapa de gestación”, le escribe, “algo nace en mí, o algo se transforma; y cómo hablar, cómo nombrar a lo q. aún no se conoce?”.
El primer gran amor de María Zambrano fue, sin embargo, su primo Miguel Pizarro. Empezaron a tratarse cuando ella tenía 13 años, en 1917, y el padre de aquella adolescente enamoradiza tuvo que intervenir para que las cosas no fueran demasiado lejos. Miguel se fue en 1921 a Japón y dejó desolada a su joven dama. En alguna de las cartas, María Zambrano le recuerda a Gregorio del Campo que, cuando se conocieron, ella andaba demasiado rota por una separación y que no quería saber nada de empezar una nueva historia. Si terminaron juntos fue porque él se empeñó. Tuvo éxito: el 5 de octubre (¿de 1923?), María Zambrano le dice que su cariño la ha hecho “más sencilla, más niña, menos complicada en todos mis afectos”.
La relación entre ambos debió de tener lugar entre 1921 y 1928
Las cartas que dirigió a Gregorio del Campo no tienen desperdicio: recogen los desafíos e incertidumbres de una mujer que se está construyendo a sí misma, y están llenas de un amor directo y sincero. “Más te quiero tigre que gato mimoso”, le dice el 31 de enero de 1924, donde también apunta: “Quiéreme como lo que eres. Como un pedazo de granito duro. Como una roca desolada sin agua, ni vegetación: no te pido ternura, no te exijo nada”. Unos meses antes María Zambrano había tratado el episodio más trágico de su relación. El 12 de mayo se refirió al “volcán de sentimientos ardientes y exaltados que surgieron en mí al conocer todo el valor de mi desgracia”; el 19 de julio hizo una alusión “al pequeño”; en la carta que figura después de una fechada el 5 de octubre dice: “¿Recuerdas el año pasado? ¡Quién nos diría q. tan pronto íbamos a tener un nene!”; luego hay una carta al hijo muerto y, seguramente en enero, un pequeño y cariñoso reproche que resume todo su dolor: “El nene, pobrecico, ya se ha muerto, no sé por qué los días de sol me acuerdo más de él, ahora me muero yo, y ya te quedas tranquilo”.
Gregorio del Campo no tuvo mucho tiempo para hacerlo. Unos años después de su ruptura con María Zambrano y poco antes de que ella se casara, fue asesinado el 6 de septiembre de 1936 después de que los que se rebelaron contra la República le aplicaran la Ley de Fuga. Lo detuvieron el 19 de julio por haber sido uno de los contados oficiales que no secundaron el golpe de Estado en el cuartel Palafox de Zaragoza.
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