2de febrero 2007
Muchas mujeres senegalesas no pueden acercarse al mar. Creen oír las voces de sus hijos muertos, que les suplican que los saquen del agua. Yaye Bayem era una de ellas. Hasta que un día se secó las lágrimas y convocó a varias vecinas de la localidad pesquera de Thiaroye, 20 kilómetros al sur de Dakar. Desde entonces, cada tarde, decenas de madres y viudas de emigrantes ahogados cuando intentaban llegar a Canarias se reúnen en la playa para rezar. Pero Yaye Bayem hizo algo más: convenció a sus vecinas para que trabajaran. "Les dije que no podíamos estar siempre llorando, porque de esa manera sólo lograríamos ser aún más pobres".
Así es como esta mujer de 48 años fundó la asociación Madres y Viudas de los Cayucos, que ya agrupa a 550 familias de Thiaroye. Bayem llegó a España el miércoles, invitada por la Fundación Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). Durante un mes se entrevistará con numerosas autoridades y con empresarios. Su objetivo es obtener ayudas para impulsar el sistema de microcréditos que su organización ha puesto en marcha y ayudar a acabar con la emigración clandestina que, a su juicio, "pone en peligro la construcción de Senegal". "Senegal", dice, "debe ser construido por y para los más jóvenes. Si ellos parten, el país no será construido, y nosotras y los niños seremos las víctimas".
Bayem sabe bien de lo que habla. El 25 de marzo del año pasado se hundió cerca de Canarias un cayuco en el que viajaban 80 vecinos de Thiaroye. Algunas familias de ese pueblo pesquero perdieron hasta a cuatro miembros en aquel naufragio. Los cuerpos nunca fueron recuperados. Entre las víctimas estaba Alioune Mar, el único hijo de Bayem.
La tragedia sumió a los habitantes de Thiaroye en el dolor, pero también en la pobreza, porque se habían endeudado hasta las cejas para reunir los 700 euros que costaba cada plaza en la embarcación. Además, sus fuentes de ingresos habían desaparecido con sus parientes.
Ése era también el caso de Bayem. Ella cuenta que su hijo era la única persona que llevaba dinero a su casa, en la que viven unas 50 personas. "Alioune pescaba. Las mujeres de la familia vendíamos las capturas y luego nos repartíamos el dinero", explica. "Sin embargo, desde hace 10 años los peces escasean cada vez más, y resulta muy difícil renovar las artes, porque no hay dinero". De ahí la necesidad de que los jóvenes emigren.
Las mujeres de Thiaroye han tomado el relevo de sus familiares muertos. "Muchos hijos senegaleses han entregado sus vidas al intentar dar de comer a sus familias. Ahora somos nosotras, las mujeres, quienes debemos trabajar", afirma Bayem. Y añade: "Las mujeres sabemos organizarnos. Los hombres senegaleses son incapaces de hacerlo, y además no les interesa".
Bayem organizó a las mujeres de su casa para que cada una aportara mil francos CFA (poco más de un euro) al mes. Con ese dinero pudieron comprar pescado a marineros ajenos al clan, transformarlo en harina y luego vender ésta.
La idea tuvo éxito y en el patio de Bayem se reúnen ahora numerosas vecinas que se ayudan, se consuelan, reciben ayuda psicológica y trabajan para sacar adelante pequeñas empresas. Elaboran zumos de frutas o pan, o tiñen tejidos para venderlos a los turistas. Parte del dinero que obtienen lo emplean en microcréditos que, a su vez, alimentan nuevos negocios.
Bayem ha logrado implicar a las autoridades religiosas locales en su lucha contra la emigración irregular. No debió ser fácil, porque los morabitos obtienen millones de euros en donativos de los residentes en el extranjero. No obstante, profetiza que las llegadas de cayucos a Canarias no serán inferiores este año a las de 2006. "Los pasadores no están dispuestos a perder su negocio", sentencia.
Muchas mujeres senegalesas no pueden acercarse al mar. Creen oír las voces de sus hijos muertos, que les suplican que los saquen del agua. Yaye Bayem era una de ellas. Hasta que un día se secó las lágrimas y convocó a varias vecinas de la localidad pesquera de Thiaroye, 20 kilómetros al sur de Dakar. Desde entonces, cada tarde, decenas de madres y viudas de emigrantes ahogados cuando intentaban llegar a Canarias se reúnen en la playa para rezar. Pero Yaye Bayem hizo algo más: convenció a sus vecinas para que trabajaran. "Les dije que no podíamos estar siempre llorando, porque de esa manera sólo lograríamos ser aún más pobres".
Así es como esta mujer de 48 años fundó la asociación Madres y Viudas de los Cayucos, que ya agrupa a 550 familias de Thiaroye. Bayem llegó a España el miércoles, invitada por la Fundación Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). Durante un mes se entrevistará con numerosas autoridades y con empresarios. Su objetivo es obtener ayudas para impulsar el sistema de microcréditos que su organización ha puesto en marcha y ayudar a acabar con la emigración clandestina que, a su juicio, "pone en peligro la construcción de Senegal". "Senegal", dice, "debe ser construido por y para los más jóvenes. Si ellos parten, el país no será construido, y nosotras y los niños seremos las víctimas".
Bayem sabe bien de lo que habla. El 25 de marzo del año pasado se hundió cerca de Canarias un cayuco en el que viajaban 80 vecinos de Thiaroye. Algunas familias de ese pueblo pesquero perdieron hasta a cuatro miembros en aquel naufragio. Los cuerpos nunca fueron recuperados. Entre las víctimas estaba Alioune Mar, el único hijo de Bayem.
La tragedia sumió a los habitantes de Thiaroye en el dolor, pero también en la pobreza, porque se habían endeudado hasta las cejas para reunir los 700 euros que costaba cada plaza en la embarcación. Además, sus fuentes de ingresos habían desaparecido con sus parientes.
Ése era también el caso de Bayem. Ella cuenta que su hijo era la única persona que llevaba dinero a su casa, en la que viven unas 50 personas. "Alioune pescaba. Las mujeres de la familia vendíamos las capturas y luego nos repartíamos el dinero", explica. "Sin embargo, desde hace 10 años los peces escasean cada vez más, y resulta muy difícil renovar las artes, porque no hay dinero". De ahí la necesidad de que los jóvenes emigren.
Las mujeres de Thiaroye han tomado el relevo de sus familiares muertos. "Muchos hijos senegaleses han entregado sus vidas al intentar dar de comer a sus familias. Ahora somos nosotras, las mujeres, quienes debemos trabajar", afirma Bayem. Y añade: "Las mujeres sabemos organizarnos. Los hombres senegaleses son incapaces de hacerlo, y además no les interesa".
Bayem organizó a las mujeres de su casa para que cada una aportara mil francos CFA (poco más de un euro) al mes. Con ese dinero pudieron comprar pescado a marineros ajenos al clan, transformarlo en harina y luego vender ésta.
La idea tuvo éxito y en el patio de Bayem se reúnen ahora numerosas vecinas que se ayudan, se consuelan, reciben ayuda psicológica y trabajan para sacar adelante pequeñas empresas. Elaboran zumos de frutas o pan, o tiñen tejidos para venderlos a los turistas. Parte del dinero que obtienen lo emplean en microcréditos que, a su vez, alimentan nuevos negocios.
Bayem ha logrado implicar a las autoridades religiosas locales en su lucha contra la emigración irregular. No debió ser fácil, porque los morabitos obtienen millones de euros en donativos de los residentes en el extranjero. No obstante, profetiza que las llegadas de cayucos a Canarias no serán inferiores este año a las de 2006. "Los pasadores no están dispuestos a perder su negocio", sentencia.
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