Vídeo de la ONG Movimiento Contra la Intolerancia que desmonta las principales mentiras xenófobas que promueven los partidos y organizaciones neofascistas para criminalizar la inmigración.
Asistimos en los últimos tiempos a una ofensiva xenófoba, especialmente en internet, que tiene por objeto, no una crítica a la política migratoria, sino el impulso de una estrategia que ataca directamente a la convivencia democrática, integradora de la diversidad, mediante un uso perverso de cualquier conflictividad social generada a partir del fenómeno de la inmigración, del pluralismo religioso y de la diversidad cultural.
Entre los prejuicios más significados que dan cuerpo argumental al discurso del nuevo racismo y de la xenofobia, siempre acompañados de una creciente islamofobia, emerge el de “la invasión migratoria”, una invocación doméstica que recurre continuamente a la metáfora de que “en tu casa no dejarás entrar a más personas de las que caben ..”, y además usa el miedo al extranjero. Pero ¿España está en verdad amenazada por una invasión migratoria?. Carece de sentido hablar en estos términos cuando aún nuestra media no alcanza a la europea. Una ciudad como Madrid con un proceso de inmigración notorio (12%), está muy lejos de otras capitales, no alcanza a París (22%), Londres (24%), Bruselas (28%), Toronto (40%) o Nueva York (56%).
Otro prejuicio usado hasta saciedad atiza el miedo por el puesto de trabajo, para lanzar a continuación la invocación patriótica de “los españoles primero …”, cuya razón descansa en que el empleo debe ser reservado de forma prioritaria a los españoles, prejuicio que contradice la realidad de los hechos, con un mercado dual de trabajo, con una oferta continuada de empleos que no se cubren y con ofertas, especialmente en hostelería, construcción, agricultura y servicio doméstico que no ocupan los trabajadores españoles. Los inmigrantes aceptan los trabajos más precarios, duros y con una alta tasa de explotación.
No menos falsas son aquellas manifestaciones que reprochan que “se benefician de nuestros servicios sociales, ocupan la sanidad …” , olvidando que finalizó el tiempo de la esclavitud. Los inmigrantes regularizados pagan impuestos como los españoles y tienen los mismos derechos sociales, y los “sin papeles”, cuyo mayor deseo sería tenerlos, también pagan impuestos indirectos a través del consumo, siempre por encima del nivel de prestaciones que reciben. Deberían recordar que los inmigrantesque vinieron en edad de trabajar, hasta ahora, para nuestro país no han supuesto un coste en formación, salvo aquellos que requieren formación específica para el empleo. Y también que el derecho a la salud es universal y que una de las razones del superávit de la Seguridad Social son las cotizaciones que aporta la inmigración.
Otra invocación doméstica descansa en avivar la amenaza a la identidad, reprochando que “no respetan nuestra cultura, no se quieren integrar … “. Este prejuicio parte del no reconocimiento de la diversidad cultural y social de nuestro país. Las diferencias nos enriquecen y solo están limitadas por el respeto a la igual dignidad de las personas, a los derechos humanos, a la Constitución y las leyes del Estado deDerecho. A partir de aquí, el derecho a la identidad es libre y la diversidad cultural ya era una realidad en nuestro país cuando casi no había inmigración. No hay que olvidar que nadie se integra si no le dejan.
Sin embargo el prejuicio estrella de la xenofobia es aquel que reitera que “la inmigración solo nos trae delincuencia ..”. Radicalmente falso. Aunque la tasa de detención con origen extranjero, nos dicen alcanza el 50%, muchos son detenidos por infracción administrativa (no tener papeles)y su ingreso en prisión preventiva es por falta de arraigo. Además el delincuente extranjero no tiene porque ser un inmigrante, un alto porcentaje de esa delincuencia está relacionado con bandas que se ubican en diferentes países, incluso muchas son mixtas, buscando nichos favorables para el delito. Son delincuentes, sin más. Este prejuicio es moralmente injusto, peligrosamente xenófobo y es la bandera del racismo en Europa.
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