La directora yemení Khadija Al-Salami retrata la dura situación de las niñas de su país que son obligadas a casarse
El caso de Nojoom, recogido por la directora yemení Khadija Al-Salami en su película Diez años y divorciada, no es solo el retrato de un matrimonio forzado y la pesadilla que le toca experimentar a una niña que es arrancada de los brazos maternos y de su sonrisa infantil para convertirse de un día a otro en mujer de alguien que truncará para siempre sus sueños, golpeándola y abusando sexualmente de ella. La propia Al-Salami vivió tan traumático episodio a la edad de once años, cuando fue forzada a contraer matrimonio pese a su corta edad. Ella tuvo la suerte de poder cambiar el rumbo de su destino gracias al apoyo de su madre, una mujer que también fue obligada a perder su niñez a los 8 años. Decidida a mandar al traste los arcaicos valores familiares de la sociedad de su país, finalmente Al-Salami abandonó a su marido y se fue a Estados Unidos a estudiar cine con una beca.
Gracias a su propia experiencia y a la de Noyud Ali, una niña yemení que consiguió que un juez se apiadara de su trágica situación familiar y le concediera el divorcio, la realizadora se ha dedicado en cuerpo y alma a difundir un discurso potente contra este tipo de injusticias. Y es que en Yemen no hay ningún requisito de edad para el matrimonio y más de la mitad de las niñas se casan antes de cumplir los 18 años, muchas de las veces con hombres mucho mayores que ellas y que tienen otras esposas, según un estudio de la Universidad de Sanaa.
Al-Salami cree que la única manera de luchar contra esta terrible situación es a través de la educación. El matrimonio infantil afecta cada año a 15 millones de niños en todo el mundo y al hecho de que todavía siga vigente contribuye la pobreza, el analfabetismo, la falta de leyes y una mala interpretación de la religión y las tradiciones. “Hay que concienciar sobre lo que ocurre y la educación es una herramienta de cambio. Si atacas a la gente, es muy difícil cambiar las cosas. Yo no quería que hiciera la película alguien que no conoce esa cultura”, aseguró la cineasta el pasado mes de abril en San Sebastián, donde su filme ganó el Premio del Público del Festival de Cine y Derechos Humanos.
La narración que describe la realizadora es de las que golpea conciencias y no deja a nadie indiferente. Una película de visión obligada que pasó no pocos problemas durante su rodaje: desde impedimentos técnicos hasta un bombardeo de Al Qaeda en un edificio cercano al de la filmación.
“Nunca he olvidado lo que me pasó. Sé lo que sienten las niñas, la soledad, el trauma, el dolor físico y psíquico. Muchas no sobreviven a su noche de bodas y, si lo hacen, pueden morir al dar a luz. No están preparadas para tener sexo ni para ser madres”, explicó la primera directora de cine de Yemen.
Al-Shalami ha podido dejar atrás un capítulo oscuro de su vida porque no se resignó a seguir con una horrible tradición. Hoy en día vive en Francia, ha recibido numerosos galardones y es autora de 25 documentales que retratan los roles de las mujeres y jóvenes de su país. La lucha continúa.
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