13 historias para entender la huida de los refugiados en cuatro continentes
La ONU cifra en 65,3 millones el número de personas
refugiadas, desplazadas internas y solicitantes de asilo en la que es ya
la peor crisis humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial
Este lunes 20 de junio se celebra el Día Mundial de los Refugiados: os acercamos trece historias para visibilizar su camino de huida en distintos lugares del mundo
Desde Acnur recuerdan que los Gobiernos deben "compartir responsabilidades para garantizarles su derecho a la protección y a una vida segura"
Este lunes 20 de junio se celebra el Día Mundial de los Refugiados: os acercamos trece historias para visibilizar su camino de huida en distintos lugares del mundo
Desde Acnur recuerdan que los Gobiernos deben "compartir responsabilidades para garantizarles su derecho a la protección y a una vida segura"
Sus vidas podrían medirse en
kilómetros. A cada uno de ellos le acompaña en los talones el peso de un
viaje, una huida. Por motivos diferentes, en países de salida y destino
diferentes, con finales diferentes. Todos son refugiados.
Amina escapó a Líbano para no separarse demasiado de su Siria natal.
Louis inició un larguísimo viaje a España al ver que en Camerún, su
país, quemaron vivo a su novio delante de sus propios ojos, y que él
podía ser el siguiente. Juan María lleva siete años pendiente de que el
Gobierno español le dé una respuesta a si le concede o no el asilo,
mientras que a Ana María y Natalia, madre e hija, ya se lo han denegado.
No contemplan que la violencia de las maras sea una amenaza suficiente
como para salir del país, pese a que la joven de 14 años asegure haber
visto a compañeros de su escuela "degollados y tirados al río".
¿Cómo se huye cuando hay riesgo de muerte? ¿Por qué
rutas? ¿Quién pide asilo y a quién se le concede? ¿Hay ayudas para
quienes llegan a su destino? Con motivo del Día Mundial de los
Refugiados, el 20 de junio, os acercamos una recopilación de trece
historias con perfiles muy distintos pero un aspecto en común: todos han
iniciado un camino huyendo de las amenazas, la violencia o las guerras
de sus países. Buscan refugio en el otro lado de la frontera.
Amina
Dice que a Europa solo llegan los que tienen más poder
económico, los que pueden permitirse pagar entre 1.000 y 2.000 euros
para jugarse la vida en un bote hinchable. Amina huyó a Líbano, país
limítrofe con su Siria natal, la que hasta entonces había sido su casa.
"Nunca quise irme más lejos. Yo sé que quiero volver. No sé cuándo, pero
voy a volver", dice.
Amina es maestra. La primera
víctima de la guerra que ella conoció fue uno de sus alumnos, muerto en
un bombardeo. Entonces el nombre del pequeño pasó a ser el de su escuela
para "rendirle un homenaje", pero llegó un día en que "había demasiados
niños muertos a quienes honrar".
Hoy sigue enseñando
a los niños sirios refugiados en el campo al que ella también ha huido.
"Llegará el día en que tendremos que volver a Siria. El país estará
destruido, pero al menos educando a sus pequeños durante este tiempo
lograremos que su futuro no esté en ruinas"
Texto: Patricia Ruiz .
Louis
Louis vio cómo quemaban a su novio vivo delante de sus
propios ojos, por quererle a él, una persona de su mismo sexo. Aquello
fue lo que detonó su huida. No podía ni quería esconderse más, así que
inició su camino. Al principio sin rumbo fijo. "No sabía dónde iba. Solo
iba para delante, para delante", nos decía en un español afrancesado.
Pasó por Nigeria, Argelia y Marruecos. Cruzó el Estrecho en patera.
"Cuando llegué a España, pensé: 'si aquí puedo vivir, si puedo ser yo
sin que me maten, para qué voy a cruzar más fronteras'".
Pidió asilo en España porque, supuestamente, la ley protege sus
sentimientos, pero el Gobierno se lo denegó por "falta de pruebas" y
porque "podía haber solicitado asilo en alguno de los países de
tránsito": Argelia o Nigeria. Entonces, activaron una orden de expulsión
que recurrió. Hace dos años, cuando Louis nos contó esta historia,
llevaba más de un año esperando a que se resolviera su recurso, sin
saber si le obligarían a volver al país en el que nunca podrá ser quien
realmente es, bajo amenaza de muerte.
Leer la historia completa. Texto original: Gabriela Sánchez.
Ana María y Natalia
Ana María y Natalia (nombres ficticios), madre e hija
viven ya tranquilas, pero inquietas. Huyeron a España tras las amenazas
de las maras salvadoreñas, pero les preocupan los suyos, los que se
tuvieron que quedar allí. Tampoco saben si tendrán que volver más pronto
que tarde: el Gobierno les ha denegado el asilo y podrían ser
deportadas en cualquier momento.
La violencia de los
grupos pandilleros no está recogida dentro de la Convención de Ginebra
como una de las causas por las que alguien podría ser refugiado. "En la
orden que nos denegaba el asilo había una amenaza de deportación en
quince días. Nos sentimos impotentes. Si una amenaza de muerte no es
suficiente motivo para huir de tu país legalmente, ¿qué lo es?", dice la
madre. A lo que la hija contesta: "Tengo compañeros del colegio a los
que han degollado y tirado al río. No se puede vivir allí".
Texto: Patricia Ruiz.
Ibrahim
Al pequeño Ibrahim lo enterraron vivo. Aunque intentaba
huir con su familia, no había escapatoria para todos. Su padre se cansó
demasiado cuando salieron corriendo y al atraparle, Boko Haram le
degolló. El niño de diez años lo vio todo y empezó a llorar sobre el
cuerpo sin vida de su padre, cuando uno de los terroristas aprovechó
para sacar su machete y le golpeó en la cabeza.
La
cicatriz de su cráneo habla por si sola. "Después de que me hicieran un
corte en la cabeza me desmayé. No podía moverme, me arrastré hasta
llegar debajo de un árbol, pero volvieron de nuevo. Me levantaron y
pensaron que estaba muerto. Cavaron un hoyo y me tiraron dentro,
cubriéndome de arena", recuerda el niño en un testimonio recogido por
Acnur.
Dos días después, su abuela y su hermana
Larama volvieron a la frontera para buscarle a él y a su padre.
Encontraron a Ibrahim casi sin querer, y casi sin vida. Larama sacó
todas sus fuerzas para desenterrarle y "llevarle a casa". A la que a
partir de ahora sería su casa, en Camerún, pasada la frontera del horror
instaurado por el grupo terrorista.
Leer la historia completa. Texto: Patricia Ruiz.
Rebecca
Parece que Rebecca se siente mal por sonreír. Hace unos
meses tomó una decisión que ahora le atormenta. Huyó de su pueblo,
situado en el estado de Unity, una de las zonas más afectadas por la
guerra y el hambre en Sudán del Sur. La carretera, asegura, era más
peligrosa que su hogar. No quería arriesgar la vida de cuatro de sus
hijos y los dejó allí. Partió hacia Juba, donde vivían sus otros tres
niños. Quería comprobar que el trayecto era seguro.
La situación de la carretera nunca mejoró y el conflicto en el estado
donde continúan tres de sus hijos empeoró. "Me siento desgraciada porque
mis hijos siguen allí. Los combates continuos son peligrosos. Sigo
buscando a alguien que se haga cargo de ellos en Unity", reconoce
mientras mueve los ojos de un lado a otro en un intento de evitar las
lágrimas.
Rebecca frunce el ceño. "Echo de menos
vivir en paz, la felicidad. Me gustaría que volviera todo eso", afirma
con una frase escueta, fría, brusca. No quiere seguir hablando, se le
nota, pero decide añadir algo más. Y con ese algo más, sonríe. "Lo que
me hace feliz es hablar con mis hijos cuando vuelven del colegio y
hablamos sobre los deberes que tienen. Eso me hace feliz".
Leer la historia completa. Texto original: Gabriela Sánchez.
Russom
En 2009, Russom empezó el viaje de su vida. A pie. Cruzó
la frontera que separa su país, Eritrea, de Etiopía. Allí pagó 200
dólares para cruzar a Sudán, desde donde se fue a Egipto. Huía de una
dictadura que le obligaba a ser soldado para formar parte del que
representa hoy el mayor ejército por población en el mundo, después del
de Corea del Norte. El país considera desertores a quienes escapan: si
vuelven, se enfrentan a penas de prisión de por vida o, incluso, a la
muerte.
Cuando pasó por el Sinai lo secuestraron y lo
internaron en uno de los campos de torturas de la región. Pedían 20.000
dólares para liberarlo. Un amigo le dio a Russom el número de Meron
Estefanos: desde Estocolmo, Meron, eritrea nacionalizada sueca, conduce
un programa de radio al que llaman en directo aquellos que están siendo
torturados. Porque él no es el único que sufre la misma suerte en este
trayecto.
Meron les ayuda a recaudar los fondos para
su liberación: 4.000 dólares del rescate de Russom vinieron de su
programa de radio. Los 16.000 dólares restantes provenían de su familia,
que vendió todo que tenía y se endeudó de por vida para poder
liberarlo. Russom llegó a Israel en 2011, dos años después de salir de
Eritrea. Pasó un año sin poder trabajar por las secuelas de la tortura.
Leer la historia completa. Texto original: Isabel Cadenas.
Juan María
Juan María salió de Guinea por
persecución política. Sus enemigos le consideraron un "traidor de la
patria" por ser parte de un partido que se oponía a la dictadura. Así
que huyó. Reconoce que lo que más le dolió fue dejar a su madre, que aún
con 85 años seguía recibiendo las amenazas de muerte que ya no podían
lanzarle a él.
Queda lejos el plazo de seis meses en
el que debería haberse resuelto su petición y que nadie ha respetado.
Aun con una paciencia infinita, su desesperación es ya evidente. "Cuando
llegué, me fui a Zaragoza porque escuché que allí había muchos
guineanos. En realidad han sido ellos los que me han ayudado, mis
paisanos", explica.
En España nadie le informó de sus
derechos: "Ni siquiera mi abogado, que fue quien me asistió en la
oficina de asilo", dice. Se cumplen siete años y medio desde que
solicitó refugio en nuestro país y aún no ha obtenido respuesta. A día
de hoy sigue esperando.
Texto: Patricia Ruiz.
Adriana
"Vine a Ecuador porque los grupos armados nos sacaron.
Nos dieron tres días para salir del pueblo, si no nos íbamos nos harían
desaparecer", contaba Adriana. Ahora vive en uno de los países que más
asilados alberga de América Latina. "No voy a perder la vida por estar
allí, pero echo en falta el afecto de mis hijos".
Para poder sobrevivir en su nuevo país, Adriana recolecta conchas en los
manglares de la zona. "El día que más saco 'conchando' consigo cinco
dólares. Me da para comer, pero para nada más, ni siquiera para
vestirme", reconoce, mientras muestra una herida en el pie por una
picadura de mantarraya.
El poco dinero que gana se va
rápido. Cada varios meses debe viajar tres horas y media en autobús
hasta la capital provincial de Esmeraldas para poner en regla sus
papeles. El pago de los viajes consume buena parte de los ingresos de
Adriana. Pero sigue peleando.
Leer la historia completa. Texto original: Jaime Giménez y Gabriela Sánchez.
Darush, Asmatullah, Jallali...
Hace unos años fueron indispensables para las tropas
españolas destinadas en Afganistán, pero al volver, observaban cómo el
Ministerio de Defensa les ignoraba. "Éramos sus ojos, su lengua... Sin
nosotros, no hacían nada". Ellos son los intérpretes afganos que
arriesgaron su vida para servir al Ejército de España. Después de
conseguir el asilo, agotaron sus ayudas y se quedaron prácticamente en
la calle.
Su permanencia en Afganistán, tras años
dedicados a servir a un ejército que luchaba contra los talibanes, se
traducía en un grave riesgo para sus vidas. Todos recibieron amenazas
por ayudar "al enemigo", hasta el punto de "no poder salir de casa
durante meses", nos contaba uno de ellos. 32 de los cerca de 40
intérpretes obtuvieron en 2014 la protección internacional prometida.
No esperaban, sin embargo, toparse con las debilidades del sistema de
asilo español. Después de pasar durante seis meses por un Centro de
Acogida para Refugiados (CAR), obtuvieron una subvención temporal de 372
euros a través de Cruz Roja para costear vivienda y gastos que se agotó
a los pocos meses. Cuando contaban su historia a eldiario.es, en
octubre de 2015, muchos estaban a punto de quedarse en la calle.
Leer la historia completa. Texto original: Gabriela Sánchez.
Paloma
"Quedan muchas más…". A Paloma (nombre ficticio) se le
quebraba la voz cada vez que hablaba. Tiene estudios universitarios y
experiencia laboral, pero la trampa de su vida llegó en forma de una
entrevista de trabajo que resultó no ser lo prometido. Paloma acabó
siendo captada por una red mexicana de narcotráfico que la explotó
sexualmente, la obligó a tomar drogas y la forzó a hacer ritos
satánicos.
Se marchó como pudo, con lo puesto y
arrastrando todo el miedo que las amenazas de muerte y persecución
despertaban en ella. Al no encontrar ninguna protección en su país buscó
refugio en España, donde tras un largo proceso de dos años –según la
legislación vigente las solicitudes deberían ser resueltas en un plazo
máximo de seis meses–, consiguió que le concedieran el asilo. Era la
segunda vez que nuestro país concedía esta medida de protección a una
víctima de trata, y ella, la primera que decidía contar su historia.
Leer la historia completa. Texto original: Gabriela Sánchez.
Aadeel
Aadeel es paquistaní. Pasó "seis horas en el mar, de
noche, a la deriva, rezando a Dios para sobrevivir". 15 días después
veía cerrarse su camino a Alemania donde ya viven su hermana y hermano.
"Si pudierais imaginar de lo que venimos. No puedo realizarme allí, no
puedo salvar mi vida, no tengo derechos humanos".
Quedó atrapado en Grecia tras llegar a la isla de Lesbos pocos días
después del cierre definitivo de la ruta de los balcanes. "He dejado a
mi madre atrás, he sacrificado los ahorros de mi vida, he sacrificado
mis estudios universitarios, máster de contabilidad y finanzas, todo,
para venir a Europa y proteger mi vida", se lamentaba. "Si hubiera
sabido que nos cerrarían las puertas, nunca habría venido".
No lograba entender por qué a los migrantes de una nacionalidad se les
considera refugiados y a los de otras, como la suya, 'inmigrantes
económicos'. Rodeado por compatriotas que asentían como si hablara en
nombre de todos, Adeel nos lanzaba la pregunta: "¿Por qué los sirios sí y
nosotros no?".
Texto original: María Iglesias, Jaime Rodríguez, Carlos Escaño
Richard
"En mi país no hay lugar para los disidentes. Cualquier
persona que no apoye el tercer mandato del presidente está condenado a
muerte", decía Richard en una visita en España. Desde abril de 2015 las
revueltas en las calles de Burundi no han parado, mientras la violencia,
la represión y el número de muertos diarios no ha hecho más que
ascender.
Para los defensores de los derechos
humanos, como Richard, ese contexto es más que peligroso. "Decidí irme a
Holanda cinco meses para que se olvidaran de mí, porque la situación se
estaba volviendo muy peligrosa". Pero en agosto, cuando se disponía a
embarcar en el avión de vuelta, se enteró de que habían disparado a uno
de sus mejores amigos, también activista.
Así,
decidió quedarse en Bruselas, donde permanece protegido a la espera de
poder volver con su mujer y su hijo. "No me planteo pedir asilo porque
eso supondría renunciar a volver a mi país próximamente, y yo pretendo
volver a luchar por los derechos de mi población tan pronto como pueda.
Mi mujer y mi hijo aún están allí".
Leer la historia completa. Texto original: Patricia Ruiz.
Zamzam
Zamzam dejó su vida en Mogadiscio el 11 de abril de 2011
para exiliarse en Dadaab, el campo de refugiados más grande del mundo y
que ahora peligra debido a las intenciones del gobierno keniano de
echarle el cierre. Cruzó la frontera sur de Somalia para alcanzar
refugio en Kenia, pero nunca imaginó las duras condiciones del campo ni
las limitaciones que afrontan allí los refugiados para intentar valerse
por sí mismos.
"Hay días que no tenemos agua y cada
vez recibimos menos comida. Las casas en las que vivimos son más
recientes y peores que las de otros campos, pero preferimos vivir de
esta manera antes que volver a Somalia. Estar allí es muy peligroso y
sabemos que si volvemos podemos morir", contaba desde la sombra de un
árbol en su pequeña parcela en el campo de Ifo II.
Llegar a Dadaab es casi tan complicado como salir de allí. Para llegar,
por la burocracia y las advertencias sobre la inseguridad de las
carreteras. Para salir, porque los refugiados no tienen permiso de
trabajar más allá de las fronteras de Dadaab y son muy pocos los que han
mostrado un deseo manifiesto de regresar a sus hogares.
Leer la historia completa. Texto original: Sabina de Vicente.
––
Este artículo contiene información de
Gabriela Sánchez, Isabel Cadenas Cañón, Jaime Giménez, María Iglesias,
Jaime Rodríguez, Carlos Escaño, Sabina de Vicente y Patricia Ruiz.
Fuente:
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