China refuerza el control sobre las actividades religiosas
La segunda potencia económica mundial vive un auge de la práctica religiosa
Pekín
En la primavera de 2016, durante una conferencia
nacional, el presidente chino, Xi Jinping, declaró “de especial
importancia” las cuestiones religiosas. En octubre, durante el 19
Congreso del Partido Comunista de China en el que expuso su programa
para los próximos cinco años, llamó a la sinización de las distintas
confesiones. Este jueves ha entrado en vigor una revisión de la ley sobre la práctica religiosa que los creyentes temen que vaya a incrementar aún más la vigilancia sobre ellos.
Las
enmiendas de la ley, dividida en nueve capítulos, imponen multas a
quienes alquilen espacio para las reuniones de una congregación
religiosa no registrada. También endurece el control del Gobierno sobre
el contenido que las instituciones religiosas vuelquen en Internet, y
aumenta la vigilancia sobre las escuelas confesionales. Pero, sobre
todo, la legislación renovada deja claro que la práctica de la religión
estará siempre subordinada a lo que el Estado considere cuestión de
seguridad nacional.
“Ningún individuo u organización puede usar la
religión para desarrollar actividades que pongan en peligro la seguridad
nacional, alteren el orden público… ni otras actividades que
perjudiquen a los intereses del Estado o de la sociedad” indica el
artículo 4.
“Estas nuevas regulaciones y enmiendas solo aprietan
aún más el puño del Gobierno chino sobre la práctica religiosa”, ha
indicado Amnistía Internacional.
“Tras el nombre burocrático de la ley se encuentran una serie de
enmiendas draconianas que verán mayor interferencia estatal, más
actividades religiosas prohibidas, más sanciones económicas sobre las
organizaciones religiosas”.
La revisión de la ley, y la orden de sinizar las distintas religiones, surge del enorme auge que vive la religión
-en cualquier de sus diferentes manifestaciones- en una China
oficialmente atea. Los templos se llenan con regularidad; los montes
sagrados reciben millones de visitas de fieles; las comunidades
protestantes se multiplican.
Aproximadamente un 18% de la población, 245 millones de personas en un país de 1.400 millones, es budista, según el Centro Pew Research Center.
Un 22% mantiene creencias tradicionales relacionadas con el taoísmo;
oficialmente, el cristianismo suma cerca de 40 millones de fieles, pero
algunos expertos calculan que la cifra real puede superar los 88
millones de militantes del Partido Comunista de China. El profesor Yang
Fenggang, de la Universidad Purdue en Indiana
(EE UU) ha estimado que para 2030 este país podría convertirse en el de
mayor población cristiana de la tierra, con casi 250 millones de
creyentes.
El régimen, sospechoso de cualquier movimiento social
que pueda poner en entredicho su mandato, ve ese auge, especialmente el
de las religiones “foráneas” (islam, protestantismo y catolicismo) con
preocupación. Si en el caso del islam se alega el temor al extremismo,
en el caso de las confesiones cristianas preocupan las iglesias
clandestinas, que no aceptan la guía de las organizaciones “patrióticas”
oficiales. La perspectiva de regularizarlas puede encontrarse detrás
del interés chino en un posible acercamiento con el Vaticano.
Si durante sus cinco años de mandato ya ha encabezado
un fuerte aumento del control sobre la sociedad civil y las minorías
étnicas, Xi Jinping ha subrayado en diversas ocasiones la necesidad de
resistir la “infitración extranjera por la vía de la religión”. Ha
puesto de manifiesto que lo considera un asunto de seguridad nacional;
según el presidente chino, los “valores centrales” del socialismo son
los que deben guiar a las religiones en este país.
El Partido ha vuelto a enfatizar también que sus
miembros no pueden ser creyentes. “La fe religiosa es una línea roja
para cualquier militante”, ha dicho Wang Zuoan, director de la
Administración Estatal para los Asuntos Religiosos, “los miembros del
Partido deben ser firmes marxistas ateos, obedecer las normas del
partido y adherirse a la fe del Partido”.
Qué efectos tendrán las nuevas regulaciones está aún
por ver. Como la mayor parte de la legislación china, muchos de sus
artículos están redactados en términos generales, sujetos a una
interpretación que puede cambiar de un día para otro, o de una provincia
a otra.
Algunos de sus artículos, apuntan comunidades
protestantes, pueden interpretarse como -quizás- una puerta abierta a un
procedimiento menos rígido para registrarse legalmente sin necesidad de
pasar por las organizaciones oficiales. Otras provisiones atajan
problemas surgidos con el rápido crecimiento de la religión, como la
falsificación de títulos religiosos por parte de personas sin
cualificación, o la comercialización de algunos templos.
En agosto pasado, el periódico Beijing News
se hacía eco de uno de estos templos, en la provincia de Hebei,
explotado por los vecinos del pueblo: con estatuas budistas y
confucianistas, e incluso imágenes de Jesucristo, había logrado atraer
un público que donaba cerca de 1,5 millones de dólares al año.
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