jueves, 16 de abril de 2015

LA tumba de Miguel de Cervantes


En busca de la tumba de Cervantes

Un equipo de investigadores rastreará con un radar la iglesia del convento de las Trinitarias de Madrid para tratar de encontrar los restos del escritor

FERNANDO DÍAZ DE QUIJANO | 25/04/2014 

El historiador Fernando de Prado en el Convento de las Trinitarias, que podría albergar los restos de Cervantes. Foto: Antonio Heredia.
Es el padre fundador de la novela moderna, cumbre de las letras hispánicas y nadie sabe con seguridad dónde descansan sus restos. Tan sólo algunos documentos históricos y una placa en la iglesia del convento de las Trinitarias del madrileño Barrio de las Letras indican que Miguel de Cervantes fue enterrado en ella tras su muerte en 1616, pero su permanencia allí no está garantizada. Ahora un grupo de expertos pretende acabar con la incertidumbre utilizando las últimas tecnologías de teledetección con el apoyo burocrático y económico del área de las Artes del Ayuntamiento de Madrid, con un presupuesto estimado de unos 100.000 euros. La primera fase del estudio, a la que se destinarán 12.000 euros, comenzará el próximo lunes 28 de abril y consiste en la prospección no invasiva de la iglesia utilizando un georradar capaz de localizar posibles alteraciones del terreno y restos humanos.

El proyecto lo dirigen el historiador Fernando de Prado, el investigador Luis Avial y el antropólogo forense Francisco Etxebarría. Los tres han explicado esta mañana las líneas generales de esta investigación que no cuenta con un plazo de ejecución determinado aunque sus responsables apuntan de que “será una cuestión de meses”.

Avial, técnico en georradar, ha sido el responsable de todas las búsquedas de víctimas de crímenes en nuestro país usando este sistema. En esta ocasión, explica, su equipo empleará varias antenas de diferente potencia para crear la malla -red de puntos geográficos que sirve para reconstruir digitalmente el terreno analizado en 3D- más densa, y por tanto más precisa, realizada hasta la fecha en España, con una separación de tan sólo 3 milímetros entre cada punto. De todas formas, Avial advierte: “El georradar no es una varita mágica, detecta anomalías en el terreno y la posible ubicación de restos óseos, pero no identifica su naturaleza”. Esta labor de rastreo tomará tres o cuatro días de trabajo in situ y otras tres semanas para analizar los datos obtenidos con la ayuda de un software específico. Una de las zonas claves a explorar es la cripta de la iglesia, que según la madre superiora lleva al menos medio siglo sin abrirse, explica De Prado. También se plantea la posibilidad de que existan restos en los huecos existentes debajo de unas pequeñas capillas situadas en los laterales de la nave de la iglesia.

La segunda fase consistirá, en caso de que la primera se culmine con éxito, en excavar de forma “selectiva y cuidadosa” donde haya más probabilidades de encontrar los posibles restos del autor del Quijote. Esta labor sería realizada por arqueólogos de la Sociedad de Ciencias Aranzadi de San Sebastián.

La tercera y última fase consistirá en el análisis de los restos encontrados, que será realizado por antropólogos forenses de la Universidad del País Vasco, de la Complutense y quizá de otros centros que también quieren participar en el estudio, explica Etxebarría, doctor en esta disciplina.

No se realizará un análisis de ADN de los restos que puedan encontrarse porque, además de ser “un proceso largo y costoso”, no podría compararse con el de nadie, explica De Prado. Cervantes tuvo dos hijos, pero ninguno de ellos tuvo descendencia. Sí la tuvo su hermano Rodrigo, pero Etxeberría asegura que después de 12 generaciones las variaciones genéticas son tan elevadas que no la comparación no serviría de nada. De modo que el único método posible para tratar de identificar los restos de Cervantes es la “caracterización antropológica”, que se basa en los datos que conocemos de la fisonomía del “manco de Lepanto”, que recibió tres arcabuzazos durante aquella batalla naval: dos en el pecho y uno en la mano izquierda. Lo que no está claro es si perdió la mano o simplemente le quedó inutilizada. Así, los expertos buscarán a alguien con amputación o atrofia en la mano izquierda, con posibles lesiones en el tórax y con otras particularidades de las que el propio autor dejó constancia en sus escritos pocos años antes de morir: cargado de espaldas, con nariz curva y con seis dientes como máximo, pues perdió todos los demás en vida. Con respecto al estado de conservación de los restos, existen tres posibilidades: en el mejor de los supuestos, que el cuerpo de Cervantes esté momificado, lo que facilitaría enormemente su identificación; que los restos estén “esqueletizados”, o que los huesos estén mezclados por haber sido trasladados, explica Etxeberría.

Según ha recordado De Prado, Cervantes cuando murió “no era nadie, sólo un soldado veterano y mutilado, un hidalgo empobrecido”. Su prestigio comenzó tras su fallecimiento, por eso no goza de una tumba bien identificada y conservada, como ocurre con los miembros de la nobleza. Cervantes, que vivía en lo que ahora conocemos como el Barrio de las Letras, solicitó ser enterrado en la iglesia del Convento de las Trinitarias, que había sido construida en la zona pocos años antes de su muerte. La madre superiora del convento, hija de Lope de Vega, aceptó su petición porque el escritor había prestado su ayuda a las monjas del convento en asuntos burocráticos y, probablemente, “porque el autor le recordaría a su propio padre”, explica el historiador, pero este honor no se le otorgaba a cualquiera. La iglesia del convento ha sufrido transformaciones en estos cuatro siglos, y es habitual que con las reformas se cambien de ubicación los restos de las personas enterradas en los templos. “En algunos casos, hemos encontrado restos realojados incluso entre las bóvedas y el tejado de las iglesias”, explica Avial.

De Prado justifica que la investigación se realice justo ahora argumentando que antes no existía la tecnología y los conocimientos necesarios para llevarla a cabo y también por la proximidad del cuarto centenario de la muerte de Cervantes, en 2016. Encontrar sus restos aportaría muchos datos sobre su vida y su muerte, permitiría hacer una reconstrucción gráfica de su rostro y, lo más importante, “ponerle una lápida, como se merece uno de los más grandes escritores de toda la historia”, sentencia entusiasmado el historiador. Y aunque la investigación no diera frutos, afirma el concejal de las Artes, Pedro Corral, “sólo buscarle ya merece la pena”.






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