domingo, 28 de febrero de 2016

El silencio y el miedo de las refigiadas

El silencio y el miedo de las refugiadas

Ruba Sulaimane relata a adolescentes alemanes su viaje junto a su hija de 11 años desde Siria. Amnistia Internacional denuncia que las mujeres sufren agresiones, explotación y acoso sexual en todas las etapas de la huida, también en Europa
Laura Alzola Kirschgens

<p>Ruba Sulaimane durante un momento de su charla con los alumnos del instituto de secundaria Gymnasium Grotmoor de Hamburgo.</p>
Ruba Sulaimane durante un momento de su charla con los alumnos del instituto de secundaria Gymnasium Grotmoor de Hamburgo.
L.A.K.
Hamburgo | 24 de Febrero de 2016
Los alumnos de la clase 9.A del instituto de secundaria Gymnasium Grotmoor han apartado los pupitres pintarrajeados con rotulador y tiza. Ahora colocan las sillas en forma de u y miran a la invitada. “¿Alguien se acuerda de lo que es la Convención de Dublín?”, pregunta, a modo de introducción, la profesora Möller. Tienen 14 años. El más rubio y menudo levanta la mano y explica lo del registro y la huella dactilar. Serán las últimas palabras de los chavales que se escuchan en el aula.
Todos callan mientras Ruba Sulaimane, una mujer sirio-palestina de 27 años, cuenta la historia de su huida en un inglés quebrado, aprendido solo gracias a las películas de Hollywood que veía antes de que estallara la guerra. “Un día abrí la ventana de la cocina y vi sangre en mi calle. ¿Os lo podéis imaginar?”, comienza. “Horas después, los militares llamaron a nuestra puerta en Damasco. El barrio entero fue alertado de que caerían bombas. Salimos para salvarnos y en cuestión de minutos una multitud de gente recorría la calle. Caminábamos dejando nuestra vida atrás. Atemorizados, incrédulos, desesperados”.
Ruba cuenta su historia gracias a OpenEyesOpenHearts, (Ojos abiertos, corazones abiertos), una pequeña red de personas que trata de poner en contacto a alumnos de institutos de Hamburgo con quienes deseen contar su historia. El proyecto, idea de Lena Lührmann, voluntaria en uno de los centros para refugiados de la ciudad hanseática, fue puesto en marcha en septiembre de 2015. Antes de las ponencias, los profesores preparan con los alumnos el tema, explicándoles las nociones básicas de la política de asilo europea y germana. Después, equipados con un proyector, un powerpoint de fotos y mucha autenticidad, los refugiados tratan de hacerse entender.
Ya van 30 charlas desde que comenzara el proyecto y, como siempre, los alumnos no despegan la mirada de la invitada mientras explica que se mudaron de casa diez veces por las bombas, hasta que un día, la hija de Ruba, de 11 años, se negó a ir al colegio porque cada semana echaba en falta  un compañero de pupitre. “Mis amigos se mueren, mamá”. Ese fue el punto de inflexión.
La familia Sulaimane, madre, padre e hija, intentó huir de Damasco. Pero a pocas horas de trayecto una patrulla de militares amenazó con matar a ambas mujeres si él no se quedaba a combatir. Al final, lo llevaron detenido y ellas siguieron huyendo a través de territorio ocupado por el Estado Islámico. “Temí por mi vida cada segundo de los dos días que viajamos en coche, cubiertas completamente, sin hablar una palabra, casi sin atrevernos a respirar. El ISIS  no tiene nada que ver con el Dios en el que yo creo”.
En Turquía, Ruba pudo llamar por teléfono a unos familiares para que pagaran el soborno de liberación de su esposo, que se esconde desde entonces en la casa de su madre, en Damasco. Esa misma noche, las dos mujeres cruzaron el mar Egeo. El agua entró en la embarcación en la que viajaban junto a unas cuarenta personas más. Quitándose los zapatos y utilizándolos de recipientes para achicarla, lograron salvarse. “En la oscuridad, adivinamos que había otra barca, a unos quinientos metros de la nuestra. Todo estaba negro, pero escuchamos cómo se hundía, que morían”. Al llegar a Grecia, Ruba habló con su marido. “Se echó a llorar cuando lo llamé desde tierra firme, después de dos días sin saber nada de nosotras”, recuerda.
La huída siguió siendo oscura. Caminaron sólo de noche para no ser interceptadas por la policía. Por senderos de tierra, a través de bosques y pequeñas montañas, desde Grecia, pasando por Macedonia y Serbia, hasta Hungría. En este último país, los militares insistieron en tomar sus huellas dactilares. Ruba no quería ser registrada, pero al negarse la encerraron junto a su hija, “cansada, enferma, débil”. Al día siguiente se dejaron registrar, y pagaron a un traficante para que las condujese dentro de un remolque sin ventanas, con otras diez personas, hasta la frontera con Alemania, donde la policía las detuvo.
Las fotos y las palabras de la presentación para los colegios están minuciosamente escogidas, adaptadas a las aulas, para no herir. Ruba solo habla de la violencia del camino en privado y con adultos. Ella, que no fue capaz de pegar ojo más de unas horas en los 13 días que duró el viaje porque necesitaba vigilar el sueño de su hija, admite que fue testigo directo del miedo y del silencio de las mujeres: “En confianza, casi todas tenían alguna historia de acoso o abuso que contar. Callaban por miedo. Porque como mujer sin papeles, estás en la peor posición para exigir o denunciar nada”.
Según un informe publicado en enero por Amnistía Internacional, las mujeres y niñas refugiadas sufren violencia, agresiones, explotación y acoso sexual en todas las etapas de la huida, también en territorio europeo. La organización entrevistó en el norte de Europa a 40 mujeres que habían recorrido la misma ruta que Ruba Sulaimane y su hija. Todas declararon haberse sentido amenazadas e inseguras durante el trayecto; denunciaron que el personal de seguridad u otros refugiados las habían sometido a malos tratos físicos y explotación económica, las habían manoseado o presionado para que tuvieran relaciones sexuales.
Las mujeres entrevistadas dijeron además sentirse especialmente amenazadas en las zonas de tránsito y en los campamentos de Hungría, Croacia y Grecia, al ser obligadas a dormir junto a cientos de hombres refugiados y a usar los mismos aseos y duchas que estos. Algunas declararon haber adoptado medidas extremas en el trayecto, como no comer ni beber para evitar ir al servicio. “Estas mujeres y sus hijos han huido de algunas de las zonas más peligrosas del mundo, y es una vergüenza que sigan en peligro en suelo europeo”, criticó Tirana Hassan, directora del Programa de Respuesta a las Crisis de Amnistía.
En Women in Exile conocen bien la precaria situación de las mujeres solicitantes de asilo o refugiadas en suelo europeo. Desde 2002, esta ONG germana fundada por exiliadas ayuda a las mujeres que han huido a conocer sus derechos en el procedimiento de asilo y a defenderse de la violencia sexual, discriminación y exclusión a las que se ven expuestas en los centros de acogida alemanes. Desde hace casi catorce años, denuncian situaciones que se siguen repitiendo en la actualidad: mujeres alojadas en lugares abarrotados y privadas de libertad con el pretexto de estar siendo protegidas por las autoridades.
Cuando después de recorrer cinco centros de refugiados alemanes, llegó por fin a Hamburgo, a Ruba Sulaimane también se le ofreció vivir en un centro exclusivo para mujeres. Ella aceptó ser trasladada a lo que ahora describe como “un horror”. “Eran más de doscientas mujeres durmiendo desde hacía meses en una misma sala, con decenas de niños gritando, sin un solo minuto de privacidad, con el personal de seguridad, hombres, siempre presente”. Ruba relata cómo al entrar en el centro confiscaron su ropa y los juguetes de su hija alegando “necesarios controles de seguridad” e insiste en que nadie podía entrar ni tampoco salir sin documentos de identificación y permiso de ese edificio, cerrado a cal y canto. “En el centro mixto tenía libertad de entrada y salida, aquello de repente era una cárcel. Mi hija lloraba y me preguntaba si habíamos vuelto a Hungría”
La ministra de Familia germana, Manuela Schwesig, anunció el 14 de diciembre de 2015 medidas como la instalación de aseos separados por sexos, el acceso a ayuda psicológica o la creación de zonas de recreo para niños en los centros. Además, los voluntarios que ayudan a los refugiados tendrán que presentar certificados policiales de buena conducta para acceder a colaborar.
Elizabeth Ngari, la portavoz de Women in Exile, aplaudió entonces que al fin se pretendieran tomar medidas específicas, pero insiste en que la única manera de asegurar una protección efectiva es la salida de mujeres y niños de centros así, ya que “las condiciones en las que viven conducen a una constante retraumatización de las víctimas de abusos y violencia”. Una de las medidas del nuevo Paquete de asilo II consensuado por el Gobierno de coalición germano y aprobado el 28 de enero consiste en alargar el tiempo de estancia en estos centros de acogida inicial hasta seis meses.
Ruba Sulaimane y su hija fueron “rescatadas” a los dos días del centro exclusivo para mujeres por Lena Lührmann, la voluntaria que había conocido en el centro mixto anterior, y junto a la que poco después fundaría OpenEyesOpenHearts. Lührmann, junto a su marido, las acogió en su casa durante meses y les ayudó con el papeleo para lograr el estatus de refugiadas. Ahora, con el permiso para permanecer en Alemania durante los próximos tres años, Ruba acude a un curso de alemán todas las tardes y da charlas en institutos siempre que puede. Además, lucha con las administraciones para traer a su marido desde Damasco: “En avión, porque después de lo que viví en el viaje, no sé si él sobreviviría”.

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