China: demografía y grupos étnicos
El
poblamiento del territorio chino tiene una larga trayectoria. Desde la
prehistoria, los asentamientos humanos han ocupado las llanuras costeras
y los valles de los principales ríos. La primera cultura se situaría
entre 1100 y 206 a.C., en un área entre el Huanghai (Mar Amarillo) y
los ríos Huang He y Yangtze.
Según las estimaciones, China tiene el
mismo peso demográfico en el mundo desde el año 200 a.C: algo más de
una quinta parte de la población mundial. En un país pobre, con una
renta per cápita de 4.400 dólares en 2003, el gran reto es lograr
cubrir las necesidades básicas (materiales y culturales) de una
población de aproximadamente 1.344 millones de habitantes en 2011.
Más del 91% de la población china
pertenece a la llamada etnia han, sólo unos 100 millones de personas no
pertenecen a ella. Oficialmente, el Estado chino divide a esta parte de
su población en cincuenta y cinco grupos, que califica como
nacionalidades minoritarias (shaoshu minzu).
Evolución histórica de la población china
La evolución de la población china no
resulta fácil de sintetizar, pues los datos existentes antes de 1949
son escasos, sectoriales y poco fiables. Los historiadores no se ponen
de acuerdo y aportan cifras de difícil encaje. La mayor parte estima
que la población de China alcanzaría ya los 430 millones en 1850,
llegando a los 541 millones en 1949.
Como se puede observar en el cuadro
siguiente, el primer censo nacional de 1953 arrojó una cifra de 594
millones, lo que puso en relieve el gran problema de superpoblación.
Lejos de reducirse ese crecimiento, la población china se duplicó en
los cincuenta años siguientes, llegando a 1.265 millones de habitantes
en el censo de 2000. Las previsiones actuales para 2015 son de 1.402
millones de habitantes.
En el
año 2000, la población China representaba el 21,18% (una quinta parte)
del total del planeta, en un territorio que no supera el 6,4% mundial.
Estas cifras cobran mayor importancia cuando se observa la
desequilibrada distribución de esta población en el territorio chino.
Población y poblamiento en la actualidad
Para analizar la evolución de la
población china, como la de cualquier otro país del mundo, la
demografía recurre a la llamada teoría de la transición demográfica.
Esta teoría, surgida a finales del siglo XIX y principios del XX,
relaciona la evolución de los niveles de natalidad y mortalidad de un
área. A partir de esos datos, trata de explicar la evolución de la
población y su crecimiento desde niveles altos de mortalidad y
fecundidad hasta otros cada vez más bajos. De este modo, se establece
la relación entre la población y el desarrollo socioeconómico,
intentando explicar las implicaciones directas de los factores sociales,
económicos y culturales en la dinámica demográfica de la región
estudiada. Gracias a este modelo teórico es posible analizar la
evolución del crecimiento demográfico del territorio chino, a partir
de las tendencias seguidas por los índices de natalidad y mortalidad.
Desequilibrios territoriales en la distribución de la población dentro de China
Un tercer elemento imprescindible en el
estudio de la población de una región es su localización y
distribución en el territorio, factor que se puede analizar a través
de las densidades de la población (habitantes por kilómetro cuadrado).
Como hemos señalado anteriormente, la
población china se ha duplicado en apenas treinta y cinco años y
representa un 21% del total de la población mundial, concentrada en tan
sólo el 6,3% del territorio, lo que supone densidades de
concentración de la población alrededor de 137 hab/km2 en 2005, con
una previsión de aumento hasta los 148 hab./km2 para 2030.
A este hecho se añade la desigual
distribución de la población china, aspecto que supone grandes
desequilibrios territoriales desde el punto de vista demográfico.
Como afirman algunos expertos, la
dinámica de localización de la población china parece seguir una
combinación de triple oposición: oposición centro-periferia,
oposición zonas litorales frente a áreas de interior y la que se da
entre las regiones orientales y occidentales.
El análisis de rango-tamaño,
constatado empíricamente por J.Q. Stewart y G.K. Zipf, pone en
relación el tamaño de las ciudades de una región con su volumen de
población. Según los autores, si colocamos en orden descendente las
ciudades, por su tamaño de población, estas se establecerán de
acuerdo a la serie 1, 1/2, 1/3, 1/4, 1/5… en la que el valor 1
corresponde a la población de la ciudad de mayor tamaño.
Ya en 1933, el demógrafo chino Hu
Huangyong señalaba la existencia de una China del oeste vacía y una
China del este llena, donde el 90% de la población se concentraba en un
tercio del territorio.
Áreas demográficas según la densidad de población
De este modo, como puede observarse en
el mapa de densidades de población, las diferencias de densidad
regional dibujan una división territorial en tres áreas principales
que se deben principalmente al relieve y al clima existente, y en
consecuencia, al uso que históricamente ha hecho la sociedad china del
medio natural.
Así se identifican las llanuras
fluviales del interior y orientales, con densidades superiores a los 400
hab./km2, donde las regiones rurales cultivadas pueden llegar a superar
los 1.000 hab./km2. Las ocho provincias más densamente pobladas, de
gran riqueza agrícola e industrial, concentran el 60% de la población
china en un 20% del territorio, aprovechando los recursos hídricos y
creando grandes concentraciones urbanas.
Los llamados “hormigueros humanos”, con
elevados niveles de concentración de población, comprenden las
regiones de la Cuenca Roja de Sichuan, las cuenca media y baja del
Yangtze, la Gran Llanura del norte de China, la península de Shandong y
la llanura manchú.
El estuario del Yangtze (provincias de
Jiangsu y Shanghai) y las provincias circundantes (Shandong, Henan,
Anhui y Zhejiang) han experimentado un gran crecimiento en los últimos
cuarenta años, debido al desarrollo industrial, concentrando más de
600 hab./km2. A pesar de todo, si bien estas regiones han aumentado su
nivel de población en términos absolutos, la han perdido en términos
relativos (con un descenso del 1,4%, entre 1974-1990), a favor de otras
áreas, como las provincias del centro-sur (con un aumento del 0,8% en
el mismo período).
En segundo lugar se agrupa el resto de
la China oriental, con densidades medias y grandes diferencias según
las áreas y las condiciones geográficas, donde las regiones densamente
pobladas son aisladas y dispersas, siguiendo las regiones cultivables:
valles loésicos de Wei (Shaanxi) y Fen (Shanxi), los deltas del
sudeste, de Zhejiang hasta Guangdong y las depresiones kársticas de
Yunnan-Guizhou-Guangxi.
Finalmente, se encuentran las regiones
poco pobladas o casi deshabitadas de la China exterior u occidental.
Así, las cuatro grandes áreas con densidades inferiores a los 20
hab./km2, apenas albergan a un 4% de la población total (en un 50% del
territorio chino), como es el caso de Tíbet-Qinghai, Xinjiang-Uigur,
Mongolia interior, el norte de Manchuria (Heilongjiang) y parte de la
meseta del Yunnan, en el sudoeste, regiones que tradicionalmente han
configurado la periferia de China y donde las zonas áridas o
semiáridas, las grandes cordilleras y el relieve abrupto, acogen
únicamente población nómada de diversas minorías nacionales de
ascendencia no han.
Población rural y población urbana
China se ha caracterizado por ser una
sociedad eminentemente rural hasta 1949, momento en el que, como se ha
podido ver anteriormente, la sociedad china inició la transición
demográfica moderna.
El mantenimiento de las tradiciones en
las áreas rurales y la desigual adopción de las diversas políticas de
control de la natalidad han supuesto grandes desequilibrios
demográficos entre las regiones urbanas y rurales. Este aspecto se ha
visto matizado por las diversas tendencias migratorias campo-ciudad, a
lo largo de los dos últimos siglos.
Durante el período 1900-1949, las
condiciones de vida, la escasez del suelo rural y las épocas de crisis
empujaron a muchos millones de campesinos hacia las ciudades, tanto de
su comarca de origen como a las de incipiente industrialización en el
Eje Manchú, la costa del Mar Amarillo (Huanghai), las llanuras del Mar
de China y las arterias fluviales principales (Huang He, Yangtze y Xi
Jiang).
La etapa de 1950 a 1979 se caracterizó
por los vaivenes políticos e ideológicos, que supusieron millones de
desplazamientos de población por todo el territorio chino. Tras la
proclamación de la República Popular China en 1949 y hasta 1957, se
pusieron en marcha una serie de políticas que tendieron a una fuerte
industrialización en las mismas ciudades en las que tuvo lugar la
primera industrialización a principios del siglo XX. La necesidad de
mano de obra impulsó el desarrollo de las grandes ciudades del este del
país, a partir de los excedentes rurales.
Entre 1958 y 1962, época del Gran Salto
Adelante, la importancia dada a la industrialización rural y a la
reducción de las desigualdades entre ciudad y campo, supuso un éxodo
urbano que afectó a más de 40 millones de personas y aligeró la
presión en las grandes ciudades. La mayor parte regresaría, aunque el
éxodo urbano se mantuvo durante el período 1966-1975, época de la
Revolución Cultural.
A partir de 1979, el desigual
crecimiento natural entre el campo y la ciudad, ha llevado a la
existencia de un amplio excedente demográfico rural y a una constante
emigración hacia las ciudades. En 1992, el 22% de la población
trabajaba en el sector industrial y un 17% en los servicios, sectores
predominantemente urbanos.
Desde 1950 la población urbana ha
experimentado un crecimiento paulatino, llegando a concentrar el 35% de
la población total. Mientras tanto, la población rural, aunque en
descenso desde 1990, es todavía mayoritaria, pero ha pasado de
representar más del 87%, en 1950, a ser en la actualidad poco más del
64%.
Previsiones sobre el desequilibrio campo-ciudad
El desarrollo económico desequilibrado y
las diversas políticas gubernamentales están provocando que el
desequilibrio entre las zonas urbanas y rurales del país sea cada día
más evidente.
“Sólo 12 de las 29 regiones gozan de
una renta per cápita anual superior a los 1.000 dólares, cifra
aceptada internacionalmente como la frontera entre la pobreza y el
desarrollo medio. En 2003, la renta per cápita del entorno urbano
aumentó un 9%, mientras que el rural lo hizo sólo un 4%, hasta los 319
dólares. Ahora que la ley ya permite el traslado del campo a la
ciudad, se está produciendo una cierta diáspora de un lado a otro,
favorecida también por los tres millones de empresas privadas situadas
en ellas. Se calcula que 93 millones de emigrantes rurales se han
desplazado a las ciudades -sólo a Shanghai llegaron tres millones de
personas en 2003-, principalmente para trabajar en los sectores de
construcción y servicios.” Cardenal, J.P. (2004) On line. “Ricos y
pobres hacen una china de dos velocidades”, El Mundo, suplemento Nueva
Economía (14 de marzo de 2004).
Las estimaciones del propio Gobierno
muestran que antes de 2020, entre 300 y 500 millones de personas
emigrarán a las regiones urbanas buscando una mejora de su poder
adquisitivo.
Un factor interesante a señalar es la
emigración rural femenina, producida en los últimos decenios. Debido a
las transformaciones sociales de género producidas en el siglo XX, las
mujeres jóvenes, de áreas rurales, con un nivel de formación bajo,
han protagonizado un proceso migratorio hacia las grandes ciudades
industriales globalizadas. Así, ante diversos factores, familiares o
personales, las mujeres jóvenes solteras se desplazan a las áreas del
país económicamente más desarrolladas, para así mejorar sus
condiciones de vida.
Se trata de mano de obra poco
cualificada, empleada en las líneas de montaje industriales, en el
sector terciario y en los servicios turísticos y doméstico, que
intenta mejorar su situación económica y, trascurrido un tiempo, en
muchos casos regresa a su lugar de origen para casarse y crear una
familia.
Perspectivas demográficas de futuro
A pesar del proceso demográfico actual,
los problemas demográficos continúan existiendo en China debido
principalmente a tres factores.
Las disparidades regionales en cuanto a
la distribución espacial de la población suponen la adaptación de las
políticas antinatalistas a cada una de las particularidades de las
zonas. El desarrollo de esta compleja política demográfica supone un
gran gasto, tanto en medios de financiación como en humanos, que China
no puede permitirse actualmente.
Mantener la población total por debajo
de los 1.400 millones de habitantes en los años venideros se dibuja
como un objetivo imposible de conseguir. La mejora de las condiciones de
vida y el aumento de la esperanza de vida supondrán que, a pesar del
control de la natalidad, la población total seguirá aumentado.
A largo plazo, estas condiciones
crearán un problema, ya existente en los países occidentales: el
envejecimiento de la población. En 2005, la población con más de 65
años supera los 100 millones, que representa un 7,6% de la población
total, y las previsiones más fiables calculan un aumento de más de 70
millones en las previsiones para 2020.
En la actualidad, la media de esperanza
de vida de los ciudadanos chinos se ha elevado a 71,4 años (69,63 para
los hombres y 73,33 para las mujeres), cinco más que el promedio
mundial y siete más que el de los países y regiones en desarrollo,
pero cinco menos que los países y regiones desarrollados.
Este factor amplía la problemática
económica de dependencia demográfica y, por tanto, de la asunción de
los servicios necesarios por parte del Estado chino, incrementando
problemas de fondo y de desigualdad social ya existentes, como la falta
de un servicio de salud homogéneo en todo el territorio, un sistema
educativo cada vez más privatizado y la disponibilidad de pensiones de
jubilación sólo para algunos sectores del funcionariado estatal.
Minorías étnicas en China
Sólo el 8,41% de la población china (unos 100 millones de personas) no pertenece a la etnia han.
Oficialmente, el Estado divide a esta parte de su población en
cincuenta y cinco grupos, que califica como nacionalidades minoritarias
(shaoshu minzu). La mayor parte de estos colectivos se distinguen de los
chinos han más por su idioma, sus creencias religiosas o sus pautas
culturales que por sus características físicas, por lo que manifiestan
un nacionalismo de carácter más cultural que político. La excepción
se encuentra en los uighures, los tibetanos y en menor medida en los
mongoles y en los manchús, que habitan áreas geográficamente más
compactas y ricas en recursos, cuyas reivindicaciones políticas han
dado origen a numerosas revueltas, reprimidas con dureza.
La clasificación étnica de la
población china es el resultado de un proceso inspirado en la
experiencia soviética que se inició en el censo de 1953, cuando se
identificaron cuarenta y una nacionalidades étnicas. Tras un exhaustivo
trabajo de campo, este número fue ampliado en el censo de 1964 hasta
un total de ciento ochenta y tres, aunque el Gobierno reconoció
oficialmente sólo a cincuenta y cuatro. La causa se cerró en 1982, con
la inclusión de las dos últimas minorías “identificadas”, los lobha y
los jino. En la Constitución de 1954 quedó recogido su derecho al
autogobierno, al tiempo que se les vetaba la posibilidad de secesión.
A pesar de su escaso peso relativo, el
75% de los grupos minoritarios vive en Regiones Autónomas, que
representan el 64% del territorio de China. Esta “China Exterior” ocupa
zonas fronterizas de gran importancia estratégica y alberga importantes
recursos naturales, vitales para el actual desarrollo económico del
gigante asiático.
Principales nacionalidades minoritarias
A pesar de que hoy día, debido a los
intensos flujos migratorios, los chinos son mayoría prácticamente en
todo el territorio nacional, su espacio histórico se sitúa en la parte
oriental o “China interior”. Los mongoles, uigures y kazakos ocupan las
regiones áridas del norte y del noroeste. Los tibetanos se sitúan en
los altiplanos occidenctales; los zhuang, en la región autónoma de
Guanxi, fronteriza con Vietnam. En las provincias suroccidentales
(Yunnan, Ghizhou y Sicuani) un extraordinario mosaico de grupos étnicos
convive con los chinos han. En la región del Tumen, fronteriza con
Corea del Norte existe un contingente importante de coreanos. En la
costa este de la isla de Taiwán, los chinos han conviven con diez
grupos minoritarios, entre los que destacan los ami.
Para evitar tensiones secesionistas e
involucrar a las minorías en el proyecto maoísta de “sociedad sin
clases”, el Partido Comunista Chino (PCCh) diseñó en los años
cincuenta una estrategia doble: por un lado, elevó estos grupos al
mismo nivel que los chinos han, borrando por ley el tradicional
desprecio han hacia los individuos de las etnias que habitaban los
márgenes de su espacio cultural (el radical “perro” con el que
precedían sus nombres fue sustituido por el de “hombre”) y, por otro,
les impuso el calificativo de minorías, con el que expresaba claramente
su estrecha vinculación con la mayoría han, de la que dependería su
futuro y su bienestar durante el proceso de transición a la sociedad
comunista. Alcanzada ésta, el componente étnico se disolvería
irremediablemente.
Las nacionalidades minoritarias, alegoría de la “alianza de razas” en China
Durante el maoísmo las nacionalidades
minoritarias fueron objeto de intensas campañas propagandísticas que
pretendían atraerlas hacia la nueva sociedad comunista (abajo). Este
discurso pretendidamente igualitarista se convirtió en la práctica en
un proyecto etnicida, especialmente durante los años de la Revolución
cultural. En la foto mujeres Yi luciendo vistosos peinados.
La modernización actual de China ha
demostrado la escasa consistencia de este plan homogenizador, y las
minorías étnicas, lejos de fundirse en el océano de los han,
reforzaron los cimientos de su identidad cultural. Consciente de ello,
el PCCh ha cambiado su actitud y actualmente defiende los valores de
este rico patrimonio cultural con medidas de discriminación positiva
(youdai).
Los pueblos no han y su localización
- Dificultades para la identificación de los grupos
El primer problema que se plantea a la
hora de dibujar el mapa de las minorías étnicas es delimitar el
espacio de unos conjuntos que se solapan y que, al mismo tiempo,
muestran una gran diversidad.
Al lado de grupos que viven en
comunidades demográficamente numerosas y compactas, que comparten una
cultura y una lengua comunes y ocupan un territorio que puede
considerarse histórico, existen numerosos grupos que habitan espacios
discontinuos, hablan lenguas distintas, muestran contingentes escasos y
sólo parecen mantener entre ellos los lazos que creyeron ver los
antropólogos que los clasificaron a principios de la década de 1950.
Aún hoy, y a pesar de que el proceso
clasificatorio lleva cerrado más de dos décadas, los sociólogos
chinos no se ponen de acuerdo sobre las bases que deberían sustentar
los criterios de diferenciación étnica.
Las ventajas relativas otorgadas a las
minorías que hacen que grupos no reconocidos reclamen esta condición
(como, por ejemplo, los hakka), la inmigración de los han hacia la
China Exterior (donde controlan la mayor parte de la economía), la
existencia de grupos que no se sienten representados en la minoría
nacional que se les otorgó y el considerable número de matrimonios
mixtos terminan de complicar el panorama.
A pesar de estas limitaciones, el grado
de cohesión interna y la continuidad territorial son dos criterios que
pueden servir para desgranar el mapa de las minorías étnicas de China
en dos niveles cualitativamente distintos.
- Grupos con proyectos de reivindicación política
En el primer nivel se encuentran los
uighures, los hui, los tibetanos, los mongoles, los manchús y, en menor
grado, los zuhang, que comparten la característica común de habitar
unos territorios históricamente sujetos al control de China sólo de
manera intermitente, lo que les permitió largos períodos de
autogobierno. En la actualidad, son los únicos que defienden proyectos
de carácter político, que van desde los movimientos que reclaman
mayores cotas de autonomía hasta los claramente secesionistas.
A estas nacionalidades se pueden añadir
las minorías formadas por los descendientes de migraciones
provenientes de los países fronterizos, como los coreanos, kirguizos,
kazakos, tajikos, uzbekos y rusos, cuyos lazos con sus países de origen
se han reforzado en la última década, en especial los que mantienen
entre sí los pueblos de Asia central.
El nacionalismo uighur, de raíz
turcomana –con un fuerte ascendente islámico que entronca con los hui–
es el que más quebraderos de cabeza da a las autoridades chinas, por
ser el menos proclive a aceptar como contrapartida al menoscabo de su
capacidad de autogobierno las mejoras materiales en las condiciones de
vida que ha traído consigo la liberación económica de China. Los
grupos radicales uighures recurren con frecuencia a métodos terroristas
muy desestabilizadores.
En cambio, en Manchuria, en Mongolia
Interior, en Ningxia, en Guangxi Zhuang y, en menor medida y de manera
mucho más reciente, en Tíbet, el aumento del nivel de vida ha
eclipsado los movimientos radicales.
Desde 1759, año en que las tropas
imperiales chinas conquistaron su territorio, hasta 1911, los uighures
se alzaron hasta cuarenta y dos veces contra la ocupación de la
dinastía manchú.
En el último tercio del siglo XIX, la
debilidad de la dinastía Qing resultó crucial para que Reino Unido y
Rusia, inmersas en lo que Rudyard Kipling (1865-1936) bautizó como
Great Game (literalmente, “Gran Juego”, nombre que aplicó a la carrera
por el dominio de Asia Central), adoptaran una solución de compromiso y
accedieran a conceder el control sobre el Turquestán Oriental a la
“inofensiva” dinastía manchú. En 1884, el emperador chino convirtió
estos territorios en la provincia de Xinjiang o Nuevos Dominios.
En tres ocasiones (1867-1877, 1933-1934 y
1944) los uighures proclamaron la República del Turquestán Oriental, y
aun hoy, alentados por la independencia de las repúblicas vecinas, no
han renunciado a crear su propio Estado.
Es más, el descubrimiento de
importantes bolsas de petróleo y gas, unidas a la tradicional riqueza
agrícola de Xinjiang, harían perfectamente viable un proyecto de
Estado, por lo que el gobierno de Beijing reprime con dureza cualquier
intentona separatista que ponga en peligro la sacrosanta “unidad
territorial de la patria”.
- El independentismo uighur
La ascendencia turcomana de los uighur y
su vinculación al Islam potencian el irredentismo de este grupo
étnico.En tres ocasiones (1867-77,1933-34 y 1944), los uighures
proclamaron la República del Turquestán Oriental, y aún hoy aspiran a
la independencia. El activismo uighur, que no duda en recurrir a actos
terroristas es fuertemente reprimido por las autoridades chinas.
Grupos sin proyectos de reivindicación política
En el segundo nivel se encuentran el
resto de los grupos étnicos, cuya especificidad no incluye las
reivindicaciones políticas, ya que son el resultado del modelo de
expansión de los han hacia el sur, que dio la forma geográfica
característica de la China moderna.
Obsérvese en el gráfico la
disminución relativa de efectivos de población correspondientes a las
nacionalidades minoritarias en 1964 respecto a 1953 como consecuencia de
las mortandades catastróficas provocadas por el Gran Salto Adelante
que afectaron especialmente a los grupos étnicos. Desde finales de los
setenta, el incremento relativo de las minorías se debe a la
aplicación de la política de hijo único para la mayoría han.
El avance hacia las fértiles tierras
del sur se apoyó en una multiplicidad de comunidades locales, que eran
políticamente asimiladas e integradas a un patrón de Estado
tradicional en el que prevalecía la cultura superior han.
C.K. Yang considera que “(…) la China
tradicional constaba de dos grandes elementos estructurales: una
superestructura burocrática nacional uniformada por la centralización,
la normalización, el formalismo, la autoridad jerárquica organizada
de manera monocrática y la norma de la impersonalidad; y un vasto
sustrato de comunidades locales heterogéneas, basadas en la común
aceptación moral de los ideales del confucianismo, una burocracia
nacional y una economía nacional de estructura endeble.”
Las relaciones entre el Estado universal
y la multiplicidad de sistemas sociales locales se ejercía a través
de la oligarquía, cuyo acceso a la educación y al dominio de los
caracteres chinos le permitía desempeñar cargos burocráticos.
La escritura china, al estar disociada
de la lengua hablada (los caracteres eran más representaciones de ideas
que de sonidos, y el lenguaje escrito tenía un significado propio,
independiente de la lengua hablada), se convirtió en el principal
elemento unificador del universo chino.
Los grupos estamentales locales
participaron de la llamada Gran Tradición, es decir, de la cultura de
la élite, compuesta de literatura, arte, filosofía e historia, por lo
que se convirtieron en la correa de transmisión del poder político y
cultural del Estado hasta los confines más remotos del Imperio,
disolviendo a la larga las diferencias culturales más significativas.
Aunque el grado de asimilación cultural
de este sustrato de comunidades locales no fue uniforme y algunas
minorías conservaron sus propias lenguas y sus raíces culturales,
todas participaron a través de sus élites locales de la alta cultura
de los han.
Los colectivos más numerosos son los
miao, los yi y los tujia, con efectivos que superan los seis millones de
miembros, repartidos en Entidades Administrativas Autónomas situadas
al sudoeste del Yangtze, en especial en las provincias de Hunan,
Sichuan, Guizhou y Yunnan. Su diversidad puede dar una idea del
carácter más bien arbitrario de su clasificación étnica.
Los miao se dividen en numerosas ramas,
con costumbres y lenguajes distintos, que se llaman a sí mismas de
forma diferente (mu, meng, muo, mao, gexiong y guoxiong). Según los
criterios de clasificación oficial, existen miaos floridos, miaos
negros, miaos verdes, miaos blancos, miaos rojos, miaos de falda larga,
de falda corta, miaos de las ocho aldeas y miaos de las montañas
El término yi es un vocablo chino que
servía antiguamente para designar a la variedad de pueblos bárbaros
que habitaban las zonas agrestes y boscosas del sur de Sichuan. Hoy en
día, los yi se dividen en una docena de ramas, repartidas entre las
provincias de Yunnan, Sichuan y Guizhou, que se supone que tuvieron un
tronco común, si bien algunas han estado distanciadas desde hace
siglos, lo que ha dado como resultado diferencias físicas, culturales,
históricas, religiosas y lingüísticas (se considera que hablan seis
idiomas diferentes con numerosos dialectos), que hacen imposible
identificarlos como un solo pueblo. Lo único que parecen compartir, y
no siempre, es un peinado característico en forma de cuerno.
Por su lado, los tujia muestran un grado
de asimilación con los han que genera dudas sobre su definición
étnica. De sus siete millones de miembros reconocidos, sólo 200.000
siguen usando su lengua vernácula, mientras que el resto habla chino
han. Se trata, además, de una de las etnias que ha crecido más en los
últimos años, ya que muchos de sus miembros han reclamado su
pertenencia a esta nacionalidad minoritaria desde una clasificación
anterior en la que se declararon han.
Su trazo más característico es el
llamado “matrimonio del llanto”, en el que la novia se pasa de siete a
veinte días llorando antes de la boda mientras va cantando un
repertorio muy elaborado de canciones. De hecho, las pautas
matrimoniales y el modelo de familia fueron los criterios que más se
tomaron en cuenta durante el proceso de catalogación étnica de los
grupos de este segundo nivel que se ha trazado.
Hoy en día todos estos aspectos
folclóricos, que suelen ser muy vistosos, reciben un gran apoyo desde
la Comisión de Estado de Asuntos Étnicos, no sólo como reconocimiento
de su valor patrimonial, sino también porque son un gran acicate para
la promoción del turismo interior e internacional
La política del Partido Comunista Chino hacia las nacionalidades minoritarias
Oficialmente, China aun define la
nacionalidad en los mismos términos que estableció Stalin para
determinar el mapa étnico de la Unión Soviética: “Una nación es una
comunidad históricamente estable de lengua, territorio, vida económica
y representación psicológica que se manifiesta en una comunidad de
cultura.”
En un Estado de partido único queda
claro quién se va a encargar de establecer si existe una comunidad
históricamente estable, o si se da una comunidad de cultura que
justifique su carácter de nación.
La capacidad de decisión para
determinar hasta donde llega la multietnicidad y a qué criterios debe
de responder es, pues, la que explica el afán por estudiar y registrar a
sus minorías que ha mostrado China.
Esta ingente tarea, en la que el factor
ideológico es determinante, sólo encuentra paralelismos en el interés
que puso Stalin para hacer lo mismo en la Unión Soviética.
Una vez catalogadas, el destino de las
nacionalidades minoritarias se ha visto, lógicamente, inmerso en el
vaivén de las distintas coyunturas políticas por las que ha atravesado
la “Nueva China” desde los inicios de la revolución comunista. Éstas
pueden agruparse en torno a tres etapas que, sin modificar la
definición de nacionalidad minoritaria, han significado la puesta en
práctica de políticas étnicas de muy distinto signo: el período
anterior a 1949, la etapa maoísta (1949-1976) y las nuevas directrices
trazadas por las reformas de Deng Xiaoping a partir de 1978.
- Las minorías étnicas y el PCCh en el período anterior a 1949
Desde su fundación en 1921, el Partido
Comunista Chino (PCCh) defendió la idea de un estado pluriétnico y
simpatizó con los movimientos nacionalistas.
La necesidad de contar con el apoyo de
las minorías étnicas en su doble enfrentamiento contra los japoneses y
contra el Guomindang impulsó a los comunistas a una generosidad en el
discurso que nada tenía que ver con sus objetivos políticos, tal como
demostraron una vez alcanzado el poder en 1949.
En 1930, en el Primer Congreso de los
Soviets Chinos se aprobó una resolución que establecía que las masas
de trabajadores pertenecientes a nacionalidades no chinas tenían
derecho a crear su propio Estado independiente o, si lo preferían,
incorporarse a la Unión de Repúblicas Soviéticas, o formar una zona
autónoma dentro de la República Soviética China. Fruto de este
acuerdo fue la inclusión en la Constitución de 1931 de un artículo
que reconocía el derecho a la autodeterminación.
Este reconocimiento explícito,
reforzado sobre el terreno por las reformas implantadas durante la Larga
Marcha, constituía el reverso de las políticas asimilacionistas del
Kuomintang, que consideraba a las minorías como simples variedades del
pueblo chino que, llegado el momento, formarían parte de una nación
unificada.
La Larga Marcha
Durante los primeros años de la
revolución comunista, Mao intentó atraer a las minorías étnicas a su
proyecto político mediante el reconocimiento explícito de su
diversidad cultural. Sobre el terreno, las reformas implantadas durante
la Larga Marcha, cuyo periplo recorrió la China Exterior, constituían
el reverso de las políticas asimilacionistas del Kuomintang. Una vez en
el poder, el Partido Comunista declaró que existía una “relación
armoniosa” entre los han y las minorías nacionales, dando a entender
que la armonía sólo sería posible formando todas las etnias parte de
un proyecto común
- Las nacionalidades minoritarias durante el maoísmo (1949-1976)
En su discurso de apertura de la I
Conferencia Consultiva Política (21 de septiembre de 1949), que
estableció las bases de la nueva República Popular China, Mao, para
referirse al conjunto de la población, no hizo referencia alguna a las
minorías étnicas, sino que usó la ambigua expresión “pueblo chino”.
Lo que no dejó de mencionar fue que este pueblo chino disponía de un
territorio de 9.600.000 kilómetros cuadrados para enfrentarse a “la
tarea de la construcción económica a escala nacional”
De esta manera, Mao avanzaba el
resultado de su proyecto de construcción nacional: el surgimiento de un
pueblo chino dentro de una República Popular China, en la que,
arrancada de cuajo “la raíz podrida del feudalismo”, se instauraría la
armonía de una sociedad igualitaria, sin distinciones ni de etnia ni
de clase.
Este proyecto de cohesión nacional no
estaba exento de dificultades, sobre todo con las nacionalidades
minoritarias más periféricas (turcomanos y tibetanos) sobre las que
China sólo podía justificar una soberanía muy dudosa. Éstas
esperaban, además, que el victorioso PCCh cumpliera su promesa de
permitir la autodeterminación.
La única oferta que desde buen
principio el PCCh puso sobre la mesa fue la de una autonomía nacional
regional, una fórmula de compromiso cuyo objetivo principal era
asegurar la integridad del territorio.
El artículo 4 de los Principios
Fundamentales, promulgados el 2 de febrero de 1952, distinguió entre
tres tipos principales de autonomía nacional regional, relacionados, en
principio, con el número de etnias que habitaban las unidades
administrativas autónomas que se querían crear, y cuyos derechos se
debían preservar.
El primero lo formaban las regiones que,
como Tíbet, estaban constituidas por una minoría étnica muy unida.
El segundo estaba pensado para las regiones que contenían varías
minorías de tamaño aproximadamente igual (como Guangxi). Y el tercero,
estaba diseñado sobre todo para Xinjiang, es decir, para las regiones
habitadas por una compleja mezcla de pueblos. En Xinjiang, los
colectivos más numerosos quedaban subdivididos en comunidades étnicas o
religiosas menores.
Para vencer el independentismo uighur en
la Región Autónoma de Xinjiang, Mao aplicó una política de
división extrema de los grupos étnicos. Incluso los más numerosos
quedaron subdivididos en comunidades étnicas o religiosas más
pequeñas. La posibilidad de invadir el “unitario” Tíbet para liberarlo
del yugo feudal, las intervenciones militares para garantizar los
derechos de las minorías amenazadas en el “fragmentado” Xinjiang y la
supresión en 1954 del “reino independiente de Manchuria” ponían en
jaque definitivo las posibilidades de secesión.
La adopción de estas medidas dejó
claro que las razones de seguridad fueron el principal motivo que
impulsó la clasificación étnica. El afán de Mao de crear una
sociedad sin clases dio pie a la aplicación de políticas
asimilacionistas muy agresivas, en especial en los períodos en los que
el Gran Timonel tuvo en sus manos el control absoluto del aparato del
Estado.
Su obsesión por erradicar las
“tendencias separatistas” y borrar las “características especiales” de
los nacionalismos periféricos, le llevó a impulsar una serie de
reformas que dieron lugar a los dos períodos más oscuros de la
relación entre la mayoría han y las minorías étnicas: el Gran Salto
Adelante y la Revolución Cultural.
Durante el Gran Salto Adelante
(1958-1959), la colectivización y la organización de las comunas
significaron la introducción de un modelo unificado de producción, que
entró en confrontación directa con los modos de producción
tradicionales de los grupos minoritarios.
Con la excusa de alcanzar el nivel de
desarrollo de las comunas modélicas puestas en marcha por los chinos
han, se atacaron los prejuicios étnicos (vestido, lengua, pautas
matrimoniales, vida familiar, división del trabajo, dietas
alimenticias, etc.) que, según Mao, lastraban la buena marcha de una
carrera hacia delante, cuyo fin prioritario era quemar etapas en la
construcción del socialismo, dando alcance al mismo tiempo a Occidente.
En Tíbet, la puesta en marcha de las reformas provocó en 1959 una
sublevación generalizada que fue ahogada en sangre.
La represión y el miedo vividos en el
breve período del Gran Salto Adelante sólo fueron un preludio de lo
que acontecería durante la Revolución Cultural (1965-1976).
Mao consideraba que los problemas
sociales que afectaban a China debían interpretarse como problemas de
clase, por lo que su solución se encontraba en la lucha revolucionaria
hacia la igualdad.
En este reto, las nacionalidades
minoritarias debían abandonar sus particularismos y sumarse al combate
contra los llamados “Cuatro Viejos” (ideas, costumbres, cultura y
hábitos) que impedían el acceso al paraíso proletario.
Durante la fase más exacerbada de la
Revolución Cultural (1966-1969), los guardias rojos arrasaron la mayor
parte del patrimonio cultural propio y de las minorías, ensañándose
sobre todo con los lugares más sagrados de Tíbet.
Sólo tras la muerte de Mao y el triunfo
de la línea “derechista” liderada por Deng Xiaoping, –antiguo
Secretario General del Partido durante la breve etapa (1960-1965) en que
Liu Shaoqi intentó corregir los desmanes del Gran Salto Adelante– se
propuso el PCCh rectificar su política hacia las nacionalidades
minoritarias.
Las nuevas directrices a partir de 1978
El inicio de la desmaoización iniciado
en 1978, después del breve intermedio neomaoísta (1976-1978) dirigido
por Hua Guofeng y la Banda de los Cuatro, comportó un cambio de rumbo
en las relaciones del PCCh y las minorías nacionales.
El retorno a una mayor tolerancia
cultural y religiosa tuvo como objetivo recomponer las deterioradas
relaciones entre el Partido y los pueblos minoritarios, no sólo para
resarcirlos de los errores de la Revolución Cultural, sino también
para contener la radicalización de los movimientos nacionalistas
tibetano y uighur. El nuevo talante cristalizó en 1984, cuando se dio
luz verde a las Regiones Autónomas para legislar sobre cuestiones
relacionadas con su especificidad cultural.
Este reconocimiento se ha ido
acompañando de una serie de medidas de carácter económico (mayores
asignaciones de fondos, medidas para atraer el turismo y la inversión
exterior, modernización de las infraestructuras, mejoras agrícolas,
potenciación del tejido industrial, prerrogativas especiales en el
reparto de empleos, etc.), político (incremento de la representación
étnica en los cuadros del partido) y social (exoneración de la
política del “hijo único”, mejoras educativas y sanitarias, mayores
cuotas de acceso a la educación superior, entre otras).
El resultado ha sido el retorno
progresivo a la “armonía étnica”, incluso en regiones tan díscolas
como el Tíbet. El final de la causa independentista tibetana es el
ejemplo más claro del éxito de la fórmula que mezcla tolerancia,
reformas económicas e “invasión pacífica” adoptada en las dos
últimas décadas
El caso tibetano
Para entender mejor este éxito
integrador, hay que remontarse a los años de la Guerra Fría, cuando
Tíbet era contemplado por británicos y estadounidenses como una
plataforma para contener la expansión de la revolución china, algo
totalmente inaceptable para el nuevo Gobierno comunista, que declaró
que sus planes para “liberar” el Tíbet no se verían en ningún caso
obstaculizados.
Ante la disyuntiva de anexión pacífica
o anexión por las armas y sin la garantía de un apoyo efectivo por
parte de Occidente, Tänzin Guiamtso, el XIV Dalai Lama, optó por
aceptar el Acuerdo de los 17 Puntos, un tratado que garantizaba las
formas de vida tradicionales y una autonomía relativa para Tíbet, pero
no para las regiones tibetanas anexionadas desde hacía dos siglos a
las cuatro provincias chinas limítrofes (Xinjiang, Qinghai, Sichuan y
Yunnan).
El Acuerdo de los 17 Puntos
- El pueblo tibetano se unirá y expulsará las fuerzas imperialistas agresivas del Tibet; el pueblo tibetano retornará a la gran familia de la Madre Patria: la República Popular de China.
- El gobierno local del Tíbet ofrecerá activamente asistencia al Ejército de Liberación del Pueblo para entrar en el Tíbet y consolidar las defensas nacionales.
- De acuerdo con la política sobre las nacionalidades expresada en el Programa Común de la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino, el pueblo tibetano tiene derecho para ejercer una autonomía regional-nacional bajo el liderazgo unificado del Gobierno Central del Pueblo.
- Las autoridades centrales no alterarán el sistema político existente en el Tíbet. Las autoridades centrales tampoco alterarán el estatus establecido, funciones y poder del Dalai-lama. Los oficiales de la Administración con diversos rangos mantendrán sus cargos tal como ha sido hasta la fecha.
- El estatus establecido, funciones y poderes del Panchen-lama se mantendrán.
- Por estatus establecido, funciones y poderes del Dalai-lama y del Panchen-lama se entenderán los estatus, funciones y poderes del XIII Dalai-lama y del XIV Panchen-lama cuando entre ellos mantenían relaciones amistosas y amigables.
- La política de libertad religiosa expresada en el Programa Común de la Conferencia Política
- Consultiva del Pueblo Chino será llevada a término. Las creencias religiosas, costumbres y tradiciones del pueblo tibetano serán respetadas, y los monasterios de los lamas serán protegidos. Las autoridades centrales no provocarán ningún cambio en los ingresos de los monasterios.
- Las tropas tibetanas serán reorganizadas paulatinamente en el Ejército de Liberación del Pueblo, y se convertirán en parte de las fuerzas de defensa nacional de la República Popular de China.
- La lengua hablada y escrita y la educación de la nacionalidad tibetana serán desarrolladas paulatinamente de acuerdo con las actuales condiciones del Tíbet. 10. La agricultura, ganadería, industria y comercio tibetanos se desarrollarán escalonadamente, y las condiciones de vida del pueblo se mejorarán paulatinamente, de acuerdo con las actuales condiciones del Tíbet.
- No existirá coacción en los asuntos relacionados con las diversas reformas del Tíbet por parte de las autoridades centrales. El gobierno local del Tíbet deberá llevar a término las reformas por propia iniciativa, y cuando el pueblo pida reformas, éstas serán resueltas mediante consulta con las personas responsables del Tíbet.
- En el supuesto de que los antiguos cargos del gobierno proimperialista y pro-Kuomintang rompan de una manera resolutiva con el imperialismo y el Kuomintang y no se involucren en actos de sabotaje y resistencia, podrán continuar en sus cargos independientemente de su pasado.
- Cuando el Ejército de Liberación Popular entre en el Tíbet obedecerá los puntos anteriormente mencionados y se mostrará equitativo tanto en la compra como en la venta de productos y no tomará arbitrariamente del pueblo ni una aguja ni un hilo.
- El Gobierno Central del Pueblo centralizará todos los asuntos exteriores del área del Tíbet; y habrá coexistencia pacífica con los países vecinos y se establecerán y desarrollarán relaciones justas comerciales y de intercambio con ellos sobre la base de igualdad, beneficio y respeto mutuo por el territorio y la soberanía.
- Con el fin de asegurar la puesta en práctica de este acuerdo, el Gobierno Central del Pueblo instalará un comité de administración y de asuntos militares y un cuartel de área militar en el Tíbet. A excepción del personal que se envíe por parte del Gobierno Central del Pueblo, éste absorberá el máximo número posible de personal local tibetano para tomar parte de estas actividades. El personal local tibetano que tome parte en el comité administrativo y militar podrá incluir elementos patrióticos del gobierno local del Tíbet, de los diversos distritos y monasterios; la lista de nombres se efectuará después de las correspondientes consultas entre los representantes designados por el Gobierno Central del Pueblo y los diversos organismos involucrados, y será remitida al Gobierno Central del Pueblo para su nombramiento.
- Los fondos necesarios para el comité administrativo y militar, los cuarteles de área militares y el Ejército de Liberación del Pueblo que entre en el Tíbet serán subministrados por el Gobierno Central del Pueblo. El Gobierno local del Tíbet deberá prestar asistencia al Ejército de Liberación del Pueblo en la adquisición y transporte de comida, forraje y otras necesidades diarias.
- Este acuerdo entrará en vigor inmediatamente después que se hayan añadido las firmas y los sellos.
Mao respetó el acuerdo sólo en Tíbet.
Durante el Gran Salto Adelante la población tibetana de las provincias
limítrofes, apoyada desde Lhasa, se rebeló contra las
colectivizaciones, lo que provocó en 1959 una intervención militar en
todo Tíbet y el exilio del Dalai Lama a Dharamsala (India).
En las décadas de 1960 y 1970, Tíbet
fue escenario de una guerra larvada contra las fuerzas de ocupación,
llevada a cabo por la guerrilla tibetana entrenada por la CIA. Este
marco cambió en 1979, cuando Deng Xiaoping inició los contactos entre
Beijing y los partidarios del Dalai Lama.
A pesar de que durante la década de
1980 Lhasa fue escenario de violentos disturbios, especialmente en 1989,
cuando Hu Jintao, actual presidente de China y entonces jefe del
Partido Comunista de Tíbet, decretó un estado de excepción, el cambio
de rumbo estaba ya trazado.
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