Caminando sobre moscas muertas
'Basti', obra de Intizar Husain considerada como la novela fundacional de Pakistán, logra acercarse a las trágicas guerras con India con un tono de voz baja y poética
La trágica separación de India tras su independencia en 1947 en dos
países, India y Pakistán, que provocó una masacre de más de un millón de
muertos (además de violaciones en masa e innumerables heridos,
exiliados, refugiados y huérfanos) y que desencadenó con posterioridad
varias guerras entre ellos, ha sido contada una y mil veces desde ambos
lados de la frontera. Como hicieron los indios Anita Desai en Fuego en la montaña (Horas y Horas, 1997) y en Clara luz del día (Alianza, 2001), donde nos presenta a un joven hindú enfermo de malaria al que apasiona la poesía urdu, o Khushwant Singh, que realiza en Tren a Pakistán
(Asteroide, 2012) un inolvidable alegato contra los fundamentalismos
religiosos y políticos que, con la excusa de esa partición,
multiplicaron sus actos de inhumanidad hasta cotas difícilmente
superables. O como también hizo el gran maestro contemporáneo de la
narrativa pakistaní, Saadat Hasan Manto, en Toba Tek Singh
(Contraseña, 2012), que cuenta, por ejemplo, un intercambio de locos
entre India y Pakistán o la historia de un perro que cruza la frontera
militarizada entre ambos países.
Por su parte, Intizar Husain (1923-2016) consigue con Basti, que está considerada como la gran novela fundacional de Pakistán, aproximarse a esos mismos sucesos usando un tono de voz baja y poética que le sirve, más que para hacer la crónica de 30 años difíciles, para reivindicar una serie de ideales soterrados por la rabia, las bombas y los gritos. El ideal de la belleza, el de la claridad, el de la bondad, el de la inocencia, el de las rosas y los mangos, el de los milanos posados en una rama, el de la inteligencia, el de la sabiduría, el de los monos, el de las higueras feraces o el del té saboreado sin prisas mientras se conversa de lo divino y de lo humano. Es este conjunto de ideales el que, una vez recuperados, hará de Pakistán lo que le impiden ser los eslóganes, los mítines, las manifestaciones y los vidrios rotos.
Husain lanza al aire preguntas en vez de ladrillos (cuántos ladrillos
dispersos por las páginas de este libro, cuántos edificios alzados y
destruidos sin tener ocasión de adquirir la dignidad que les
corresponde) mientras reflexiona sobre el tiempo (que quizás sea una
termita), sobre las palabras (muertas la mayoría de ellas después de
pasar por la boca de los políticos o de ser atornilladas al titular de
un periódico sensacionalista), sobre las heridas (que sanan con
rapidez), sobre la historia de los musulmanes en India (desde los
mogoles y el motín de 1857, que fue la primera guerra de independencia
del país y en la que destacó la maharaní de Jhansi, hasta la actualidad)
o sobre la historia en general (que, afirma, es cómoda de leer cuando
es la de otros pueblos, ya que parece una novela, pero tan difícil
cuando es la propia), sobre las mentiras y las cobardías o sobre el
cuento que es cualquier existencia.
También busca diferencias entre hindúes y musulmanes (y entre estos y las enseñanzas de Buda, cuyos apólogos ocupan bastantes de las mejores páginas del libro), pero sólo las encuentra en aspectos menores: para los primeros los terremotos se producen cuando se remueve la serpiente sobre la que descansa el mundo (que a su vez lo hace sobre una tortuga), mientras que para los segundos eso sucede cuando muda de cuernos la vaca (acosada, por cierto, por un mosquito) que lo sostiene; la peste mata hindúes mientras que la cólera persigue musulmanes.
Basti, que significa asentamiento, el espacio donde varias personas se reúnen para compartir un techo, es una novela que reivindica el corazón como único lugar común genuino para la convivencia. Ahí caben los mitos, ya sean los del Ramayana o del Mahabhárata, los de Las mil y una noches o los jatakas budistas, y con ellos todos nosotros. Ahí, sobre todo, se está a resguardo de ese muro de ladridos sanguinarios que circunvala el mundo.
El corazón es el verdadero basti que transmuta aquellos
eslóganes que degüellan las palabras y la inteligencia en estos otros
refranes o dichos o versos que los conectan con una tradición salvífica y
humanísima: “Si os dormís, al despertar os habréis convertido en
ratones”, “Cuando hablen los cordones de los zapatos y enmudezcan los
que saben hablar”, “En manos de la gente equivocada incluso lo bueno se
convierte en malo” o “Las nubes que se separan no vuelven a reunirse”.
Porque todo se nos ha dado en depósito (desde la misma Pakistán o las
lágrimas derramadas el primer día en el país hasta las penas padecidas o
la experiencia de la derrota), el único modo de no perder esta herencia
luminosa y feliz es rogar para que unos no especulen con ella contra
los otros. No hemos pasado en vano y sin sacrificios (de seres vivos, de
ideas vivas) de la era de los bosques sin lámparas a la de los candiles
y de ésta a la de la electricidad para volver a sembrar oscuridades y
apagamientos de la conciencia.
En esta novela se camina sobre moscas muertas (lo dice uno de sus protagonistas), las cajas de cerillas están vacías y las cometas tienen el hilo roto, pero sus sabias palabras resucitan a aquellas, las personas están repletas de entendimiento compasivo, y los pensamientos y las imágenes van cosiendo la trama (y la sintaxis) con puntadas inspiradas y firmes.
Por su parte, Intizar Husain (1923-2016) consigue con Basti, que está considerada como la gran novela fundacional de Pakistán, aproximarse a esos mismos sucesos usando un tono de voz baja y poética que le sirve, más que para hacer la crónica de 30 años difíciles, para reivindicar una serie de ideales soterrados por la rabia, las bombas y los gritos. El ideal de la belleza, el de la claridad, el de la bondad, el de la inocencia, el de las rosas y los mangos, el de los milanos posados en una rama, el de la inteligencia, el de la sabiduría, el de los monos, el de las higueras feraces o el del té saboreado sin prisas mientras se conversa de lo divino y de lo humano. Es este conjunto de ideales el que, una vez recuperados, hará de Pakistán lo que le impiden ser los eslóganes, los mítines, las manifestaciones y los vidrios rotos.
También busca diferencias entre hindúes y musulmanes (y entre estos y las enseñanzas de Buda, cuyos apólogos ocupan bastantes de las mejores páginas del libro), pero sólo las encuentra en aspectos menores: para los primeros los terremotos se producen cuando se remueve la serpiente sobre la que descansa el mundo (que a su vez lo hace sobre una tortuga), mientras que para los segundos eso sucede cuando muda de cuernos la vaca (acosada, por cierto, por un mosquito) que lo sostiene; la peste mata hindúes mientras que la cólera persigue musulmanes.
Basti, que significa asentamiento, el espacio donde varias personas se reúnen para compartir un techo, es una novela que reivindica el corazón como único lugar común genuino para la convivencia. Ahí caben los mitos, ya sean los del Ramayana o del Mahabhárata, los de Las mil y una noches o los jatakas budistas, y con ellos todos nosotros. Ahí, sobre todo, se está a resguardo de ese muro de ladridos sanguinarios que circunvala el mundo.
En esta novela se camina sobre moscas muertas (lo dice uno de sus protagonistas), las cajas de cerillas están vacías y las cometas tienen el hilo roto, pero sus sabias palabras resucitan a aquellas, las personas están repletas de entendimiento compasivo, y los pensamientos y las imágenes van cosiendo la trama (y la sintaxis) con puntadas inspiradas y firmes.
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Autor: Intizar Husain. Traducción de Jacinto Pariente.
Editorial: Armaenia (2017).
Formato: tapa blanda (314 páginas).
Editorial: Armaenia (2017).
Formato: tapa blanda (314 páginas).
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