martes, 20 de junio de 2017

Refugiados en el Chad, Niger..

Día del Refugiado

Refugiados en Chad: "Nunca estarás a salvo de Boko Haram"

  • Más de 2,4 millones de personas han tenido que escapar de sus casas

  • El lago Chad está plagado de campos de desplazados y refugiados

  • Especial Lab RTVERefugiados en España

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“Cuando Boko Haram llega, no te da tiempo a nada. Empiezas a ver cómo se ilumina el cielo con fuego. Arrasan todo. Habíamos escuchado hablar de sus ataques en Nigeria, cómo mataban, robaban y quemaban las casas. Hasta que llegaron a nuestra isla un domingo. A mi hermano pequeño, que era el imán, lo mataron delante de todos. Todos les siguieron para salvar la vida, pero otros pudimos escapar esa misma noche para evitar tener que ir con esos criminales”.
Es el testimonio de Abubacar, un hombre que hoy sobrevive en un campo de desplazados chadianos. Su ya de por sí dura vida en una de las islas del lago Chad, cambió de repente al igual que para otros miles de personas que hoy esperan el fin de Boko Haram para volver a casa.
A mi hermano pequeño, que era el imán, lo mataron delante de todos
El corazón de África está acostumbrado a vivir tragedias. La pobreza eterna, la falta de oportunidades y los conflictos armados han perpetrado tragedias humanitarias tan largas, que muchos no conocen otra cosa. Hoy, los cuatro países que comparten las aguas del lago Chad, Níger, Nigeria Camerún y Chad, viven una de las mayores crisis del planeta. Combinada con la sequía que ha azotado en los últimos meses la región se ha convertido en la tormenta perfecta.
Hay más de siete millones de personas en situación crítica, que necesitan ayuda según las agencias de las Naciones Unidas. Entre Nigeria, Níger, Chad y Camerún hay más de 2,4 millones de personas desplazadas en su propio país, o refugiadas más allá de sus fronteras.
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Refugiados en Chad: "Nunca estarás a salvo de Boko Haram"

Dar es Salaam, un campo de refugiados con 7.000 personas

En el campo de refugiados de Dar es Salaam, en Chad, Said espera. “Estoy aquí desde hace dos años, no podemos hacer nada, no se puede cultivar, el lago está lejos... yo vendía pescado y ahora no puedo. Sólo nos queda esperar la llegada de ayuda humanitaria o que nos digan que han acabado con Boko Haram y poder volver a casa, o a donde sea, para trabajar”.
Sólo nos queda esperar la llegada de ayuda humanitaria o que nos digan que han acabado con Boko Haram y poder volver a casa
Dar es Salaam, ‘la casa de la paz’ en árabe, acoge hoy a 7.000 personas venidas desde Nigeria en un paraje desértico que aguarda la estación de lluvias con hambre. Sólo les acompañan organizaciones como UNICEF, que nos acompaña en un duro recorrido por el día a día de los refugiados a orillas del Lago, y que apoya las escuelas y centros sanitarios de los campos.
Chad se ha convertido en uno de los países más generosos en la acogida a refugiados. Proporcionalmente a su población, el que más acoge en el mundo, si lo comparas con Jordania y su acogida de refugiados sirios, este es un país mucho más pobre y soporta llegadas de Nigeria, República Centroafricana y Sudán”, según explica Philippe Barragne-Bigot, representante de UNICEF en Chad.
En este campo para refugiados nigerianos conocemos a Awali, un niño de 5 años que ha tenido que recorrer casi 1.000 kilómetros desde su casa. Huyó por un ataque de Boko Haram y se perdió. Caminó con sus vecinos camino de Maiduguri, la capital del estado nigeriano del Borno, y se cruzó con la segunda esposa de su padre, que finalmente se hizo cargo de él. Hasta que les dijeron que su padre estaba en Chad vivieron con miedo los constantes ataques urbanos del grupo terrorista. Y emprendieron la marcha a través de Diffa y N'guigmi (Níger) hasta llegar a las ciudades chadianas de Daboua o Liwa, donde muchos otros nigerianos han encontrado refugio.
En Dar es Salaam, Awali encontró a su padre por poco tiempo. La falta de oportunidades, más allá de la ayuda humanitaria, le ha obligado a marcharse para buscar trabajo. Awali se ha quedado porque puede ir al colegio y comer lo básico. Hoy está contento y se siente hasta fuerte, sabe que “los de Boko Haram son malos. Hay que estar lejos de ellos. Porque nos echaron de casa. Y me han dicho que matan a la gente. Pero aquí no les tengo miedo. Dicen que son muy fuertes... pero no tengo miedo”.
Aquí no les tengo miedo. Dicen que son muy fuertes... pero no tengo miedo
Es un niño tan pequeño que ni siquiera es consciente de lo que ha hecho. Y aquí sigue, sin sus padres, que se han marchado para buscar un empleo fuera de un campo que sólo ofrece lo básico.
Hablamos con él gracias a Nasiru, un granjero que trabaja para las organizaciones humanitarias del campo. Al igual que prácticamente todos los que han vivido para contarlo, escapó por los pelos y cruzó el lago en piragua. “Esta vida es dura… pero al menos puedo vivirla cada mañana, y eso es lo importante”, dice cuando mira el infinito mar de arena que es Dar es Salaam.
“Nos hemos quedado porque al menos aquí tenemos ayuda humanitaria, pero no hay nada que hacer. Muchos hombres que eran pescadores, agricultores o comerciantes, se han marchado para poder conseguir algo, y han dejado a las familias. Aquí luchas por sobrevivir cada día... estamos seguros, pero no hay oportunidades. Los niños pueden ir a la escuela y eso es lo mejor para acabar con las ideas extremistas que se alimentan del analfabetismo. Su vida aquí no es buena, pero al menos tienen Educación y cuidados médicos muy básicos. Pero lo más importante para las familias... es que aquí tienen menos miedo”.
Aquí luchas por sobrevivir cada día... estamos seguros, pero no hay oportunidades.
A pesar de esto, Boko Haram intentó reventar con una mujer cargada de explosivos uno de los repartos mensuales de comida, pero los vigilantes fueron más rápidos. “Nunca estás a salvo de Boko Haram”, dice.

Refugiados en Chad

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  • Salmata, de 21 años y originaria de la aldea de Tala, con sus hijos Haoua, Hisseain y Hassain, en el centro para niños desnutridos en el hospital de Bol, en Chad.

    Refugiados en Chad

    Salmata, de 21 años y originaria de la aldea de Tala, con sus hijos Haoua, Hisseain y Hassain, en el centro para niños desnutridos en el hospital de Bol, en Chad. La situación humanitaria se ceba con los más pequeños y empeora con la crisis actual. Un 20% de los menores de edad sufre malnutrición severa.
  • Campo de Dar es Salaam, en Chad

    Refugiados en Chad

    Las condiciones de vida en el campo de Dar es Salaam son realmente duras para la población refugiada.

Infancias secuestradas

Son miles los niños que encuentran hoy en la escuela el refugio fundamental para pasar este tiempo. Como Mariam Mustapha, que llegó a Yakoua hace dos años sin haber pisado nunca un aula. Con 14 años va a clase con otros más pequeños, pero confiesa que estudiar es lo que ahora más le motiva. Y tiene claro que para el futuro, sólo quiere “acabar la escuela, ir al instituto y llegar todo lo lejos que pueda. Luego ya me casaré, pero me gustaría poder dedicarme a la agricultura, tener una parcela para cultivar y salir adelante con mi familia”.
Luchar contra la radicalización es simple. Sólo hay que conseguir que sus necesidades básicas estén cubiertas
El colegio además es el sitio clave para evitar que los fanáticos recluten a los más jóvenes. Como explica el vicedirector de la escuela, Abdalá Fok, “luchar contra la radicalización es simple. Sólo hay que conseguir que sus necesidades básicas estén cubiertas. Si come, puede vestirse y estar contentos no busca nada más. Esto es sencillo. Si pueden jugar al fútbol, si tienen esperanzas para hacer cosas, buscarse la vida, es muy fácil que se queden en casa y no escuchen a aquellos que les prometen todo si se convierten en criminales”.
Parece un oasis en medio de la locura, pero el colegio de Yakoua también toma precauciones. Han levantado poco a poco un muro en el perímetro, y registran a los alumnos cada día en la entrada para evitar que entren con explosivos. Ya ha ocurrido antes en otros sitios.
Los chicos son esclavos o soldados, y las chicas, esposas o suicidas
“Los chicos son esclavos o soldados, y las chicas, esposas o suicidas”, según nos cuenta Issa (nombre ficticio). Es un chico que dice tener 18 años, pero aparenta muchos menos. Estuvo casi dos años secuestrado por Boko Haram. Le capturaron mientras pescaba, y después asistió a la masacre de sus vecinos. Es difícil hablar con él, no levanta la mirada del suelo arenoso en el que dibuja círculos. Se nota que le cuesta – o no quiere- recordar los meses en los que fue una herramienta.
El jefe de Boko Haram aparecía y se llevaba a los mayores para atacar otros pueblos y a los pequeños nos hacían trabajar para ellos, nos obligaban a pescar para dar de comer a los que se marchaban a matar. Les teníamos que dar todo y luego nos daban las sobras. Y si no hacías lo que querían te daban una paliza”, acierta a decir en una de las frases más largas que le escuchamos.
Salvó su vida al aceptar su condición… pero junto a unos amigos consiguió escapar el pasado mes de enero. Por la noche, y en silencio, alcanzaron en silencio una isla en la que pidieron ayuda. Hoy está junto a sus padres, pero no sabe qué esperar de la vida. Nunca ha ido al colegio, y en el campo de desplazados “no hay nada que hacer. Ni siquiera tenemos un balón para jugar”.

El miedo a Boko Haram

Se cree que Boko Haram ha matado a más de 25.000 personas en los últimos años, pero en la orilla chadiana del lago, todos coinciden en que lo peor es el miedo que han logrado inocular.
No podemos volver a casa hasta que sepamos que los han matado a todos
“No podemos volver a casa hasta que sepamos que los han matado a todos. De vez en cuando se oyen rumores de que están cerca otra vez. Y sólo podemos esperar. Dos años después, tengo pesadillas con el fuego. Iluminaron la noche con nuestras casas, las quemaron todas, se quedaron el ganado y mataron a los adultos. Pueden volver en cualquier momento”, explica Hanna, mujer del pueblo isleño de Tchoukouli. Allí, "pasaron a cuchillo a buena parte de los hombres y nunca se supo más de muchas de las mujeres”.
Las islas hoy poco a poco recuperar su vida. Una barca a motor, con dos soldados chadianos, nos traslada hasta Bouguirmi, donde 200 de sus 1.500 habitantes han regresado para reconstruirlo todo. Porque Boko Haram no dejó nada. La clínica móvil acude periódicamente y siempre se enfrenta a una malnutrición generalizada entre los niños. El tratamiento de choque a base de ‘Plumpy-nut’ (pasta de cacahuete súper-energética) ayuda a mejorar, pero las recaídas son frecuentes ya que no hay comida para mantener una alimentación adecuada.
Pasa en las islas y también en tierra firme. En Tagal, la población autóctona comparte todo con los desplazados, pero no logran que niños como Akbah salgan adelante. Cuando llegamos a su casa, está tendido en la esterilla. Tose bastante, y su falta de energía no augura nada bueno. Es probable que ni siquiera viva ya. Sus padres, enfermos de VIH, han tenido que enterrar antes a otros dos hermanos, aunque prometen que harán todo lo posible para salvar a su hijo, pero lo cierto es que lo tienen todo en contra.
Si no hay Educación, nunca habrá futuro y por eso hay que recordar siempre lo que les pasó a las niñas de Chibok
Nasiru mira en silencio el desierto que es Dar es Salaam. Y cuando le pregunto si le molesta que en Europa sólo nos acordemos de ellas a través de las niñas de Chibok dice que no, que esa una historia que hay que recordar siempre. “Es el peor crimen de todos, el mensaje más fuerte, porque si las familias creen que no es seguro ir al colegio, no dejarán que los niños vayan al colegio y eso, en una situación como esta... es una condena. Si no hay Educación, nunca habrá futuro y por eso hay que recordar siempre lo que les pasó a las niñas de Chibok. El futuro es lo que importa”.

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