Oviedo, 15 de mayo 2019
Mi querida Maha:
Hoy necesito escribirte de nuevo
para que recuerdes lo que implica la alimentación. No voy a contarte nada sobre
las vitaminas y la necesidad de comer de una forma sana porque eso es obvio.
Quiero que recuerdes lo que significa comer en tu cultura. Los musulmanes nunca
malgastan o desperdician la comida, ya que es una dicha de Alá.
Al viajero en los caravasares, se
le sirven unos tés, y unos dulces para iniciar una larga charla en la que nos
pondremos al día de las noticias que llegan de otras ciudades. La hospitalidad
obliga a dar al invitado lo mejor durante tres días, al cuarto el invitado sabe
que es tiempo de seguir viaje y no es necesario decir nada, se le despide con
los mejores deseos y continúa viaje. Envueltos en el olor del azahar, de los
jazmines de las patios, a la sombra, recostados sobre los cojines las volutas
del narguile se elevan con las risas, el
silencio se adueña de la atmósfera cuando comienzas a paladear una crema de
berenjenas, el baba ganuj, el olor a
Kibbeh te hace salivar, el tabboule te refresca la garganta y va dando paso a
la charla que se anima al recordar la última vez en que nos sentamos juntos a
romper el ayuno y habían quedado suficientes hojas de parra para rellenarlas y
poder comer warak inab. Fue posible
gracias a que Mariam escondió las hojas en el congelador, antes de que baba las viera y empezara a comérselas
crudas, saboreándolas con tal placer que por un momento volvía a su infancia, y
olía las rosas de Alepo que se transformarían más tarde en mermelada. Ahh, la
mermelada de rosas que, me dieron a degustar hace años tras la vuelta de
vacaciones de Mariam de Alepo es uno de los manjares más deliciosos que
recuerdo. Nunca he vuelto a saborear algo así, tan suave, tan delicado, fresco y
dulce al mismo tiempo. Es un sabor que espero volver a poder sentir en mi boca
algún día, en Damasco cuando la guerra acabe y sea posible visitar Palmira.
La comida evoca el placer del
encuentro, y del reencuentro. Cuántos ayunos la familia Barakat me ha invitado
a romper con ellos, desde aquel año en que trabajaba en Gijón y me invitó
Abuhassan en el bar en que trabajaban. Siempre he visto ese gesto tan tierno de
Abuhassan dándole el primer bocado de su comida a Mariam con una delicadeza,
cierta timidez, e infinita ternura, buscando ese momento en que pensaba que
nadie reparaba en ese gesto, pero que siempre he estado esperando captar,
porque para mí era el momento en que se podía comenzar a comer. Comer con mi
mano derecha, con el pan, agarrando la comida con los tres dedos, el índice, el
pulgar y el corazón, dejando el tenedor a un lado, y la bronca de Mariam que le
reñía por no usar los cubiertos y se quedaba muda cuando yo agarraba el pan y
tomaba el hummus y el babaganus con el pan árabe, el mahsi, el falafel … nos
reíamos y yalah, a comer como los
árabes todos. La comida sabe de otra forma. Después del falafel de Mariam no he
podido comer otro, lo demás no es falafel, lo que se encuentra aquí en España
no es el auténtico falafel.
Despacio vamos dejando los platos
vacíos y el té con los dulces nos van entrando a medida que la charla va
distendiéndose cada vez más, y llega la hora de escuchar la música a Nancy a
Oum Keltoum, a Fairouz, a Nawga al Karam… otras veces llegaba la hora
del cuento y el Tamburi volvía a romper
sus frascos de perfume,… por unos momentos era fácil imaginar que estaba en un
café de Damasco, en el bazar tomando té y charlando. La magia de los sabores,
de los olores me lleva a las casas, la casa de Mariam huele a comino, la de
otras huele a ras al hanut, siempre hay una especia que huele más que las
otras. Las mujeres bailan, cantan, lloran pelando cebollas, aprenden unas de
otras al amasar el pan, comparten sus confidencias, sus recuerdos, sus
problemas, sus sueños, las preocupaciones por los hijos,…
Mariam cocina y en sus comidas
están las cartas de amor que escribe a su habibi, a sus hijos, e hijas, a sus amigas. El maalube fue el plato que preparó para
Barakat y lo conquistó con ese plato que preparaba como nadie.
No puede transformarse el acto de
alimentarse en un acto doloroso, no puede dar paso a un llanto rabioso, a un
chantaje emocional, porque no es esa la esencia de comer. Comer es un acto
gozoso, de encuentro con nuestras esencias, un acto que despierta nuestras
memorias, que estrecha lazos, se establecen vínculos.
Comer es paladear, masticar
despacio, saborear, comenzamos a comer con los ojos, viendo el plato preparado
ese hueco en el centro relleno de aceite del hummus,
que evocan los pozos del desierto donde las caravanas se detenían, rasgadas las
dunas por las huellas de los dromedarios que se trazan con el pimentón. Luego
viene el aroma, esa fragancia que te arropa, te acaricia, te envuelve,
entrecierras los ojos e inspiras profundo y sientes ya la sémola deslizarse por
tu garganta, esa sémola trabajada con la mantequilla durante un buen rato
desafiando el intenso calor con ayuda de la fuente de hielo al lado, en la que
descansa la mano que extiende y mezcla el cuscús. Llega el momento y abres la boca para sentir
en tu boca cómo se deshace el hojaldre del vaclaba
en tu lengua, y los pistachos navegan entre tus dientes mecidos por la saliva
que cada vez es más abundante. El sabor
dulce del tercer té sella esa fiesta de sabores, colores, olores, texturas
crujientes, mimosas como las de las natillas, y te sientes satisfecha.
La modorra te vence y dormitas satisfecha, feliz.
Todo esto lo sabes, lo has
experimentado, recuérdalo, y enseña a tus hijos y a tu hija Hanzada, a comer
así. No dejes que comer sea un calvario, una batalla, porque no lo es. No fuerces por favor, deja que ella marque su
ritmo, no hay prisa. La medicación te embota el sabor, no es un olor conocido
la comida que le dan, aunque es muy buena la comida del hospital (es halal) ,
no está en su mapa olfativo. Disfrázala, échale alguna especia,… necesita
comer, pero comer con placer. Paciencia
y ánimo, tú no tendrás ni ganas de comer, pero hay que hacerlo despacio, muy
despacio. Si ella te ve comer con gozo comerá.
¡Buen provecho!
Con todo el cariño
Encarna
Amal.
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